Si hay algo transversal a la crisis climática hoy en proceso, es la incertidumbre. El desorden ecosistémico global que afecta ya no sólo al medioambiente sino a la forma en que habitamos, cómo nos relacionamos, las transacciones económicas que realizamos. Cada día es más difícil dar certezas sobre la provisión de agua, las temperaturas, la población futura de determinado lugar, las cadenas logísticas de los suministros, el costo de la vida.
Ni siquiera en Aysén, a pesar de sus importantes reservas de naturaleza en su función productiva (agua, bosques, suelo para cultivos, aire limpio), podemos estar seguros. Los investigadores ya han señalado que en términos hídricos, por ejemplo, aunque el derretimiento de los glaciares puede significar mayor provisión en determinados casos, el agua no estará necesariamente dónde, cuándo, en la periodicidad ni en los caudales en que la necesitamos tanto nosotros como los ecosistemas en su estado evolutivo actual. Y eso en términos de volumen, no hablemos acá de calidad.El dilema hoy no es técnico, político, ni siquiera económico. Es de visión de sociedad. Y no es que desde todos los espacios se quiera todo público y colectivo, es simplemente reequilibrar la balanza hacia el hacer en común
Ante esto, una forma de enfrentar el desafío es adaptarse a estos cambios desde una óptica colectiva. Fortalecer los lazos comunitarios para enfrentar de mejor forma los escenarios que se avecinan, con soluciones que sean acordes a los ciclos vitales. Mal que mal, un sistema que ha estado millones de años generando vida eficientemente no puede estar tan equivocado. Aportar, desde nuestro espacio, a recomponer las funciones ambientales de suelo, el aire, el agua, para que sigan siendo elementos vitales para nosotros. Y para los que vendrán.
Otra, bien tradicional, es la de asegurarse y acaparar. Apertrecharse como ese hombre que a punta de escopeta espanta de su bunker a quienes buscan un poco de agua o un trozo de pan.
Dice la periodista Naomi Klein que las democracias sólo funcionan bien cuando existe abundancia de recursos. Que ante la carencia, o extendiendo el ejemplo ante la falta de seguridades para sobrevivir, existe la tendencia a estar más abierto a regímenes autoritarios, que solucionen “mi problema”, no importa si otros (o el medioambiente) pagan la factura.
Son los dilemas eternos de la humanidad. El sentido colectivo vs. el individual, ambos convivientes en cada uno de nosotros y nosotras, ambos parte de toda sociedad. La diferencia es sólo de ecualización, de la jerarquía que cada sociedad y persona da a una por sobre la otra.
Es lo que cruza el debate sobre las pensiones, la inmigración, la propia crisis climática. Porque el dilema hoy no es técnico, político, ni siquiera económico. Es de visión de sociedad. Y no es que desde todos los espacios se quiera todo público y colectivo, es simplemente reequilibrar la balanza hacia el hacer en común, bajando un poco el énfasis al individualismo cortoplacista. Porque los desafíos de hoy y mañana, por su magnitud e intergeneracionalidad, sólo podremos enfrentarlos en conjunto. Bajo el prisma de tarea de la humanidad.
Comentarios