Leo atónita la nota de 30 niños de la Escuela Primaria Kama en la ciudad de Ishnomaki, Japón, que desde el terremoto y tsunami que arraso con la vida de miles de personas que habitaban ciudades costeras, esperan que algún familiar los pase a recoger.
Las cifras demográficas de la ciudad indican que habitaban 160,000 personas. Al día de hoy, 10,000 siguen desaparecidos.
La escuela alberga a casi 700 personas, con las cuales los niños no pueden hablar, por instrucción de los profesores. Cada día se instalan en sus respectivas salas de clases estos niños cuyas edades fluctúan entre los ocho y doce años, leyendo y jugando. Supuestamente, esperando a sus apoderados.
La escuela no tiene agua; no tiene luz. Los albergados duermen en los pasillos con escombros.
Hemos visto las imágenes de las ciudades destruidas, y las largas filas en las que pacientemente los damnificados esperan la entrega de agua y víveres.
Y repaso las imágenes de Chile, esas que mostraban a mis compatriotas robando televisores y hasta lavarropas, subiendo lo robado a sendas camionetas y me pregunto: ¿Qué nos diferencia? ¿Cuáles son, exactamente, las diferencias culturales entre los japoneses y los chilenos? Si bien Japón es reconocido por el mundo por su éxito económico, su sociedad es aún un enigma.
La devastación de Japón a manos de las fuerzas de la naturaleza nos ha mostrado la cara de esa sociedad. El desastre de Fukishima, nos mostró como 50 hombres se enfrentaban a la radiación, luchando contra una posible fisión nuclear. Heroicos, ellos. Heroicos esos 30 niños, que esperan pacientemente a un familiar. Mis humildes respetos y admiración a esa nación y a su gente.
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Comentarios
20 de marzo
Bello!
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