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Egipto: los sueños de la Plaza Tahrir

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Mubarak está muerto, muerto políticamente: pero su régimen resiste. Treinta años de autocracia, de leyes especiales que han limitado toda libertad, que han transformado a las fuerzas políticas en objetos decorativos y que permitieron la reelección del Rais en elecciones fraudulentas sin opositores, no pasan en vano.

Sin embargo, pese a la represión policial y a las hordas armadas y de policías  de civil que apoyan aún hoy al faraón egipcio, millones de personas, especialmente jóvenes, apoyadas en las redes sociales que han sido el espacio de convocatoria,  continúan congregándose en El Cairo, Alejandría y en otras ciudades con una sola consigna y un solo propósito: ”fuera Mubarak”, “ revolución democrática en todas partes”. 

El faraón está solo, sobrepasado por la inesperada revuelta popular que imitando las movilizaciones en Túnez, se precipitaron cuando era claro que este se aprestaba a crear una verdadera monarquía instalando a su hijo Gamal como su sucesor. Nada de lo que hoy Mubarak prometa o haga salva su permanencia en el poder, ni siquiera su renuncia y la de su hijo a la dirección del partido gobernante, y, por ello, él viejo equilibrista egipcio solo trata de ganar tiempo para obtener una salida controlada por su aparato de inteligencia y por los FFAA. Sin embargo, las propias FFAA lo han dejado caer, se han negado a reprimir las manifestaciones, han declarado “legítimas los reclamos de la gente” y se han transformado en un factor esencial de la transición que debiera producirse en Egipto.

Apelando a occidente, Mubarak ha tentado su última carta: presentar el futuro como un caos, su salida como la llegada inexorable de un régimen islámico terrorista y con ello infundir temor en EEUU y en todo el occidente europeo que por decenios ha utilizado el poder del faraón como un factor de “equilibrio” en el medio oriente.

Sin duda, el riesgo de una salida gatopardista existe y en estas horas los hombres del régimen insisten en un primer contacto calificado de insatisfactorio por la oposición: que Mubarak permanezca en el gobierno pero sin poder hasta Septiembre. Ello es rechazado por las multitudes que continúan movilizadas. Es probable que las FFAA y el propio EEUU, más allá del enérgico llamado de Obama a una urgente apertura democrática, fragüen una transición con un gobierno encabezado por el jefe de inteligencia de Mubarak, Omar Suleiman, nombrado Vicepresidente para controlar la situación del país, y cuya tarea sería descomprimir la situación actual, instalar una normalidad que permita salir de la profunda parálisis económica y comprometer cambios que partan del reconocimiento explícito de las fuerzas políticas mantenidas al margen de la vida política por decenios.

La plaza, los millones de jóvenes que se movilizan con un coraje y una persistencia asombrosa, en un país donde el 70% de la población tiene menos de 30 años, ha constreñido al régimen a aceptar un diálogo que expone las aspiraciones de las masas movilizadas: la inexorable renuncia de Mubarak, la  disolución del parlamento excluyente donde el Partido de Mubarak tiene el 81% de los escaños, una  nueva Constitución y la realización, ya en el mes de Septiembre, de elecciones libres. 

El diálogo ha ya comenzado, apoyado por el Gobierno de Obama y un occidente europeo temeroso de que una crisis de mayor profundidad rompa todos los diques de contención, lleve a una guerra civil con FFAA divididas, genere una crisis petrolera de grandes dimensiones, incentive una emigración ilegal de millones de árabes hacia los países europeos mas vecinos y cree el terreno fértil para un régimen mayoritariamente islámico.

Las fuerzas políticas y los líderes reconocidos por los manifestantes se han puesto a la cabeza de una multitud que, espontáneamente, sin partidos, ni organizaciones, se volcó a las calles hastiados de la autocracia, sin saber que hacer de sus vidas y golpeados por una pobreza que abarca al 60% de una población de 85 millones de personas, la mas grande de los países árabes. 

En ellos hay conciencia de que no basta paralizar Egipto por dos semanas para acabar con todo vestigio de un régimen entronizado y que ha contado hasta el fin con la complicidad cínica de un occidente al cual nunca le ha importado la democracia en el mundo árabe y ha convivido con monarcas absolutos y regímenes dictatoriales, muchos de ellos casi medievales, a cambio de estabilidad, control, mercado petrolero. EEUU entrega 1.500 millones de dólares anuales para el mantenimiento del gasto militar egipcio. 

Saben, además, que las voces internacionales son disímiles y timoratas. Los líderes israelitas, cometiendo un grave error estratégico, han declarado preferir, como el mal menor, a Mubarak, antes que al cambio. Blair ha hablado de un “cambio estable” para simbolizar los límites que en occidente se coloca a la presión de la gente en las plazas y Berlusconi, con la frivolidad que lo caracteriza, ha calificado a Mubarak como el hombre mas sabio del mundo árabe y ha pedido, en un desconocimiento absoluto de lo que ocurre en Suez, que sea él quien encabece la transición.

Pero la ola de democracia que recorre el mundo árabe es solo y exclusivamente obra de las movilizaciones juveniles y populares, incluidas las mujeres que están en el escalafón de quienes tienen menos derechos, que se extiende desde el Adriático al Golfo Pérsico, Jordania, Yemen, Líbano, Pakistan e incluso Marruecos, y que contagiará, tarde o temprano, a todos los regímenes autocráticos de la zona.

La gente en plaza actúa con sabiduría, aprendida seguramente mas que del ejercicio político que les ha estado vedado por decenios, de las comunicaciones planetarias, de las redes sociales, e intuyen que mantener la movilización es esencial pero que ella por si sola no basta y debe ir acompañada del diálogo. 

Han aprendido velozmente que si se desmovilizan solo obtendrán como salida una cirugía estética y no un cambio y toda la estructura de poder se mantendrá incólume con otros nombres ni siquiera muy lejanos a Mubarak. Si no dialogan, el paso del tiempo favorece al régimen que busca estabilizar la situación y el mismo occidente que hoy los apoya y la prensa que mundialmente está apostada en El Cairo desaparecerá y la atención del mundo se apagará lentamente.

Por ello, depositan en los políticos y en los líderes creíbles, como el Nobel de la Paz Mohamed El Baradei, la responsabilidad del diálogo y a este se suman hoy incluso los Hermanos Musulmanes, el mas grande de los grupos de oposición organizados en Egipto, sunitas cercanos a Hamas, y que saben que deben dar muestras de credibilidad democrática deponiendo, como también lo hicieron los grupos musulmanes en Túnez, las propias perspectivas de un poder islámico para Egipto lo que naturalmente dividiría a la oposición, a la multitud en plaza y debilitaría el objetivo de la salida de Mubarak del poder.

Se ha instalado en estas horas un grupo de sabios integrado, entre otros, por El Baradei, el Nobel de Química Ahmed Zewail y el Secretario de la Liga Arabe Amr Musa, que por encargo de la gente en revuelta deben decidir los mecanismos del diálogo y, en fondo, quien encabeza la pactada transición.

Alguien ha dicho en estos días que la Revolución Francesa ha llegado al mundo árabe. Es de esperar que el occidente, depositario de tan nobles ideales, no cambie los principios, que deben ser universales, por los negocios y la estabilidad del inmovilismo y de los cementerios. Es inaceptable condenar a vivir en el autoritarismo, en la falta total de libertades y de derechos a los pueblos árabes, por el temor de a la expansión política del islamismo en una población que es mayoritariamente musulmana y que finalmente tiene derecho a elegir entre diversas opciones. Occidente percibe que, o propicia de inmediato el cambio, acogiendo la revuelta del pueblo que hoy está marcada por la política laica y libertaria de quienes participan y no por la religión, o mañana tendrán un verdadero tsunami fundamentalista.

EEUU, la vieja Europa y el propio Israel, tendrán que aprender a convivir en la diversidad y el desasosiego de una realidad en ebullición, tendrán que articular relaciones ya no solo con dictadores megalómanos, reyes y príncipes absolutistas sino con partidos y pueblos, dentro de los cuales habrán islamistas moderados como los Turcos de AKP o grupos mas radicalizados como Herzbollah que ya ha ingresado al gobierno en Líbano. También tendrán que ocuparse de la ignominiosa pobreza que azota a millones de árabes en medio de la riqueza petrolera, y no podrán mas recurrir a sus carceleros revestidos de monarcas para mantener el equilibrio y el poder de la dominación secular.

Como decía el viejo Mao “bajo el cielo el caos, la situación es excelente”. Si ello ayuda a instalar libertad, democracia, derechos para los pueblos árabes, si se pone fin a las monarquías medievales y a los regímenes autocráticos, bienvenido el caos de la Plaza Tahrir.

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Foto: Takver / Licencia CC

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20 de febrero

El asunto es cómo. La esperanza esta en los jovenes quienes estan mas occidentalizados, conocen por estudios el sistema democratico y lo prefieren a los regimenes religiosos/ extremistas, si ellos ganan el futuro sera esperanzador , si ganan las fuerzas extremistas , la situacion en el medio oriente sera mas explosiva.

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