Decía Erich Fromm: “Puede decirse sin exageración alguna que el conocimiento de las grandes ideas producidas por la raza humana no estuvo nunca tan ampliamente difundido por el mundo como lo está hoy día, y que nunca fueron estas ideas menos efectivas de lo que son hoy día”.
Lo dicho por Fromm en pleno siglo XX aplica con mayor vigor ahora en los inicios de la tercera década del siglo XXI; sus palabras parecen haber sido estructuradas para ser interpretadas con mayor rigor y amplitud en nuestra actualidad, pues nos encontramos inmersos en la época de la sobreinformación, y nunca antes en la historia humana conocida se tuvo tan fácil acceso al conocimiento universal como actualmente ocurre.
La tecnología y la técnica (en muchos aspectos dañina cuando es utilizada como instrumento de control) adquirieron las características del “milagro” y apareció el Internet para su uso masivo. Bien se puede soslayar urgencias como la cura de enfermedades tan extendidas ahora como el cáncer (enfermedad que ha resultado, para las farmacéuticas, un gran negocio por mantener); bien se puede dejar para futuros e indeterminados días la posibilidad de la expansión de energías gratuitas y naturales para el uso común de la humanidad, pero lo que no se podía aplazar más era la “comunicación” y la manipulación de esa “comunicación” global por medio del uso masivo de un nuevo modelo tecnológico que, a la manera de los psicotrópicos, provocara nuevas dependencias, adicciones y necesidades psicológicas y materiales.Aldous Huxley reconocía tres tipos de censura: la política, la económica y la estilística. Y, efectivamente, en la actualidad, pero de manera sutil y subrepticia, se viven las tres.
Es una verdad conocida, por ser tan racional y evidente, que los avances científicos y tecnológicos serán beneficiosos o perniciosos para las colectividades según sean utilizados éstos para el beneficio o perjuicio de aquellas, de acuerdo a la voluntad de los detentadores y dueños de tales avances. Creo que fue Salvador Freixedo quien dijo, en alguna de sus conferencias, -cuando el escritor revisaba y describía, junto con su auditorio, las potencialidades del Internet- que nos encontrábamos ante el acontecimiento de un libre acceso a la nueva “Biblioteca de Alejandría”. Es verdad pero, paradójicamente, también nos encontramos con una censura sin precedentes, que se vuelve mayormente peligrosa en tanto se reviste con los atavíos de la libertad. Esta limitación o represión que podríamos nombrar como censura velada, adopta, me parece, dos formas, dos características: la auto-censura (aquella que se manifiesta en el individuo por la abulia en el querer conocer e ir más allá de la descripción simple de su realidad), y la censura modelada e impuesta desde las sombras, a través de los omnipresentes poderes fácticos (globales, corporativos, económicos, técnicos, científicos o de poder político).
No es casual que las versiones de los acontecimientos mundiales tengan que pasar indefectiblemente -para su distribución masiva por la red cibernética y para su recorrido por los derroteros de los Mass media- por el tamiz de las agencias de información oficiales, ya que de no hacerlo los acontecimientos vistos, descritos o narrados carecerían de credibilidad, y toda otra versión, aun de primera mano y realizada por testigos directos, adolecerá de falta de “realidad” si no es validada por las agencias informativas oficiales o por los nuevos propagandistas que se nos aparecen como periodistas reconocidos.
Es verdad que existen ahora, pululando sin limitación aparente, medios “alternativos” de noticias y opinión, pero muchos de éstos son absorbidos por en el macabro juego de la adaptación y el control al ser poco exhaustivos en sus análisis de la realidad objetiva, debido a la precariedad de sus exponentes y, en no pocos casos, por la tendencia a caer en el famoso neologismo confeccionado y acuñado por los nuevos censores de la realidad que, convenientemente, a finales del siglo pasado convirtieron a la expresión “teoría conspirativa” en palabra-fórmula (es decir, que su sola formulación ya implica una semántica negativa) con la cual califican todo aquello que no encuadra en el marco referencial y conceptual de lo que debe ser pensado como políticamente correcto u objetivamente incuestionable. Para ser más precisos y puntuales ¿no es extraño que se desconozcan, por ejemplo, todos aquellos cuestionamientos que científicos, médicos investigadores e intelectuales de todo el mundo han realizado sobre las versiones oficiales de la actual pandemia que la OMS ha esgrimido como verdad absoluta? ¿Se han realizado mesas de debate y análisis en los medios masivos de comunicación (incluyendo los principales portales de Internet) sobre este u otros temas -como el cambio climático o las “energías limpias”-, confrontando las opiniones, las posturas y las pruebas de bandos antitéticos de manera abierta? En una época presumiblemente libre e informada ¿por qué hay temas que no pueden ser tratados? O ¿por qué hay temas, que de ser tratados, implican, para sus actores, una condena al ostracismo o una abierta censura y bloqueo en todos los medios? Aldous Huxley reconocía tres tipos de censura: la política, la económica y la estilística. Y, efectivamente, en la actualidad, pero de manera sutil y subrepticia, se viven las tres.
Comentarios