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A propósito de Libia: ¿Quién no tiene un esqueleto en su armario?

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Por estos días, en política internacional, llama la atención como diversos actores explican o justifican lo que ocurre en Libia, y desde ahí desprenden las acciones en que ellos se ven envueltos. Como sugiere el dicho en inglés "Who doesn’t have any skeleton in the closet?", pareciera que en los armarios de muchas naciones y sectores políticos hay esqueletos de sus pasadas relaciones con el régimen de Gaddafi.

He aquí una muestra sintomática de esas opiniones.

Primero. De parte del imperialismo. La posición de los países desarrollados respecto de Libia fue de poco a más. Así, los Estados Unidos, recién a cuatro días de comenzada la protesta contra Gaddafi, el 17 de febrero pasaron de un tibio llamado a respetar la vida de los disidentes libios y su “legítima” aspiración a una sociedad civil, democrática y participativa, a organizar un frente de países que busca castigar los excesos de Gaddafi. Igual ocurrió con Italia, Francia, España, y Alemania, a los cuales se les unieron Rusia y China. Entre todos han terminado arrancándole a Naciones Unidas una sanción para el régimen de Gaddafi, y comienzan a hablar de una zona de exclusión aérea y de llevar al dictador a un Tribunal Internacional para castigarlo por sus crímenes. Por lo demás, por su propia cuenta cada uno ha comenzado a congelar los activos del gobierno libio en bancos de sus respectivos países, para evitar que el dinero sea usado contra los manifestantes o robado por Gaddafi y su entorno.
 
Este súbito interés por los derechos civiles, políticos y democráticos de los libios, se contrarresta sin embargo con la historia de las relaciones que han cultivado esos mismos países con Gaddafi. Al parecer, a ninguno de esos países le preocupó mucho Libia y sus habitantes, mientras había “paz” y “condiciones ideales” para hacer buenos negocios. Eran días -mejor dicho décadas- en que el petróleo libio importaba más que su gente. Casi todos ellos se vieron envueltos en el comercio de armas con Gaddafi, aun violando sus propias normativas internas, que prohibían vender a regímenes violadores de los derechos humanos, y sospechosos de usar esas armas en contra de sus propios pueblos. En fin, para poner la idea en pocas palabras, la amnesia, la hipocresía o el pragmatismo -sino caradurismo- de la política de estos países siempre se manifiesta en estas situaciones.
 
Segundo. De parte de la izquierda latinoamericana antiimperialista (los que opinan mientras otros callan). La explicación de lo que ocurre en Libia habría que buscarla en las movidas del imperialismo yanqui, que no habría perdonado a Libia la nacionalización de su petróleo en los 1970s. Hoy el imperialismo estaría tomándose la revancha para recuperar ese recurso. Así, EE.UU, pese a ser socio comercial de la Libia de Gaddafi, no vería con buenos ojos la independencia y soberanía ejercida por el gobierno de Gaddafi, de donde inmiscuirse en lo que ocurre tendría el propósito de sentar las bases para nuevas hegemonías. Para ello es vital apuntalar nuevas autoridades títeres. Es la guerra del petróleo donde todo se vale. Por supuesto que en esta narrativa de los hechos se aceptan algunas disconformidades internas en Libia, pero ellas serían de carácter tribal, y sobre todo, insatisfacción en los jóvenes, que por su escasa participación en la vida civil y política se ven arrastrados a estos actos. No obstante esas disconformidades no serían motivo para justificar lo que ocurre, en un país que crece al 10%. Lo que ocurre se debe a agentes externos financiados por occidente, operando para desestabilizar a Gaddafi. Los provocadores aprovecharían los problemas que crea el desgaste del ejercicio del poder, que encubren los logros de la administración Gaddafi, y que pueden ser resueltos en el marco de la institucionalidad Libia. Por lo tanto, la base popular del movimiento contra Gaddafi no sería popular, como en Egipto y Túnez, sino instrumental a los deseos del imperialismo norteamericano.
 
He aquí la narrativa del tonto útil, a la que apela el mismo Gaddafi para explicar cosas que no se explica a sí mismo. La idea de que la gente protestando es utilizada, no saben lo que hacen, son conducidos por fuerzas  oscuras. Una narrativa, por lo que se ve, que no es patrimonio de la derecha exclusivamente, como cuando en Chile la derecha explica las movilizaciones mapuche buscando nexos con las Farc u otros “extremistas” o “terroristas” internacionales o criollos; sino también es patrimonio de la izquierda. La incoherencia para explicar la situación de Libia, lleva a algunos sectores a condenar cualquier pecado de la derecha o del imperialismo, y a justificar los mismos cuando se trata de amigos o correligionarios. Una doble moral.
 
Tercero. De parte de una izquierda árabe en terreno. Farouk Jhinaoui, dirigente de Partido del Trabajo Patriótico y Democrático PTPD de Túnez, ha dicho sobre Libia que hay allí un conflicto entre un pueblo que lucha por su libertad y un déspota dispuesto a mantenerse a toda costa en el poder. Jhinaoui define a Gaddafi no como el revolucionario de los 1970s, sino como un tirano que en los 1990s se volvió aliado de los países poderos de occidente. Amigo de juerga de Berlusconi y de cada presidente Europeo, a quienes les ha concedido aplicar una política migratoria represiva en su territorio (campos de concentración), con el fin de impedir la inmigración de árabes y africanos a Europa, y con quienes desarrolla un comercio de armas pese a tildarlos en sus discursos de “colonialistas”. Desde el 2000 aliado del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, que le dieron la misma receta de ajuste estructural aplicada en otros países, junto con una apertura a las grandes transnacionales y sus negociados. Con los EE.UU. resolvió algunos de sus conflictos dando paso a una época de colaboración, sobre todo en materia de lucha antiterrorista. Por eso, no demoró mucho en alzar su voz en contra del pueblo tunecino cuando éste se levantó contra su dictador. Con todo, un querubín que en 40 años al control de Libia, no fue capaz de generar una sociedad civil, justa e igualitaria, por cuanto en Libia ni existe parlamento, ni partidos políticos ni organizaciones sociales, ni Estado. Mientras que ha repartido entre sus hijos el poder y la riqueza. Hoy Gaddafi no es más que otro multimillonario árabe y gendarme de su propio pueblo.
 
Esta descripción, que parece más descarnada y contingente de Libia y menos ideológica que las anteriores, nos abre los ojos a un pequeño mundo creado por Gaddafi, que está lejos del ser el “estado de las masas” paradisiaco, como gustaba presentar su revolución el dictador (“líder fraternal” para quienes le veneran). El interés en esta narrativa parece estar centrado en el sentimiento común que embarga a muchos árabes por estos días, y con raíces profundas en sus experiencias de vida política viviendo bajo dictaduras de derecha o de izquierda, que no es otro que terminar con las dictaduras y vivir una vida política de sociedad civil y democrática, donde el individuo singular y colectivo cuenten.
 
Como conclusión, después de enterarnos de estas narrativas para explicar el conflicto en Libia (no las únicas por cierto), si alguien queda con la impresión de que la política –en este caso internacional- es como un circo, no cabría reprocharle falta de seriedad. Y es que entre valores de común practicados en su ejercicio, tales como la amnesia, la hipocresía, el pragmatismo, la seguridad nacional, la soberanía, los intereses nacionales, la revolución, los intereses estratégicos, etc. la dimensión ética queda pasa un segundo, tercer o último plano. La política es así y antes que cuestiones éticas y morales expresa relaciones de fuerza y hegemonías coyunturales (ojalá fuera distinta). Pero, en todo caso, descuidando esa propiedad de la política, para quienes vivimos una dictadura de 17 años, no creo que debería existir confusión a la hora de tomar posición frente a lo que ocurre en Libia: las dictaduras y el poder ejercido en forma absoluta, arbitraria y tiránica son malos así sean, de derecha o de izquierda, de arriba, de abajo o de los lados.
 
(*) José Marimán es Doctor en Ciencia Política
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Isabel Blackman

13 de octubre

Lo que me causa mas pena es que el Sr. Marimam tenga el titulo de Doctor en politica. Pero dejando de lado su ignorancia y falta de objetividad, que le parece como esta Libya ahora? y estan haciendo lo mismo con Siria, y van por lo mismo con Iran. No estoy de acuerdo con dictaduras de ninguna clase, pero democracia ni libertad se conseguen cuando NATO y USA intervienen. Para terminar un ejercicio bien simple, busque en Google, cuantas personas murieron bajo el regimen de Gaddafii? La respuesta le sorprendera, menos que las que murieron bajo Pinochet.

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