Para muchos, las últimas semanas han sido sonámbulas y llenas de angustia y preocupación. Anoche no fue una excepción. Alrededor de las tres de la mañana sentí gritos de auxilio y alguien gritaba: me están matando. Al ser incesantes los ruidos, no era una pesadilla y me levanté para mirar por el balcón: había una mujer que había sido violentamente agredida por su pareja. Desde el piso cinco, vi su cuerpo tirado en pavimento. No logré comunicarme con Carabineros a altas horas de la noche, dejando el asunto sin resolver.
Existe un amplio consenso global de que la violencia intrafamiliar incrementará en el contexto de la pandemia. Esta irá escalando debido a los efectos económicos y sociales secundarios como la pérdida de empleo, aislamiento, estrés y trauma colectivo de nuestra sociedad.Todos sabemos que la violencia de género es evidente en nuestro país, pero esta se tornará más extrema en las semanas y meses siguientes.
Las experiencias del Ébola e informes iniciales realizados por organismos internacionales durante el COVID-19 en China reflejan que los riesgos de violencia intrafamiliar y abuso de mujeres y niños son elevados. Las mujeres y niñas migrantes se enfrentan a mayores riesgos de protección, siendo vulnerables a xenofobia, marginalización y trata y explotación sexual.
Todos sabemos que la violencia de género es evidente en nuestro país, pero esta se tornará más extrema en las semanas y meses siguientes.
Los gritos que sentí anoche son un llamado a nuestras autoridades a educar sobre la violencia, proveer redes de apoyo a víctimas de violencia intrafamiliar y desarrollar mensajes claves para incentivar que se realicen denuncias para mitigar los riesgos de protección.
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