En una sociedad tan exitista como la nuestra, en la que vivimos proyectando el futuro o resintiendo el pasado, es difícil salirnos del piloto automático de la vida cotidiana y ser conscientes de lo que realmente estamos vivenciando en el ahora. Pero detenerse en este mundo tan vertiginoso es un acto puro de amor propio, es darnos permiso para gozar el momento que estamos viviendo sin involucrarnos entre las trampas ilusorias que nos impone el tiempo.
Parar, es sobre todo un acto de rebeldía y resistencia al modelo imperante, que nos quiere activos, productives, trabajólicas, preocupades, conectados a la red wifi, interconectados con todo lo que no está aquí y en total desconexión con todo lo que sucede ahora en nuestro ser interior. Sin embargo, nos cuesta y nos hace sentir culpa, porque detenerse suena como a perder el tiempo. Pero, probablemente, si te cuesta es porque más lo necesitas.
Ahora, si nos posicionamos desde el rol de ser mujeres dentro de esta sociedad todo este caos se vuelve más intenso, aunque para algunos suene incomprensible ¿por qué? Porque las mujeres dentro de esta sociedad occidental estamos totalmente externalizadas. Respondemos a los tiempos de la era del dinero cuando nuestros cuerpos son cíclicos como la luna, nos empastillamos con hormonas para coartar nuestros ciclos naturales invadiendo nuestro ser y provocando importantes cambios en nuestra sexualidad, fertilidad y moldeando estados anímicos; nos comparamos con otras porque creemos que la otra es mejor o peor -como si no estuviésemos todas en esta maquinaria- y muchas veces basamos nuestro amor propio en el amor a nuestros cuerpos físicos; ocupamos nuestra existencia en el cuidado de otres, las responsabilidades del hogar y el trabajo profesional, porque, obvio, también hay que honrar los logros del feminismo. Nuestras mentes de mujeres están siempre llenas, colapsadas, rebalsadas de información, responsabilidades, listados de compras, preocupaciones y lo que debería estar haciendo mientras estoy leyendo esta página a la que no sé cómo llegué. El tiempo no para y nos envuelve en su juego inagotable. Por eso digo que las mujeres vivimos totalmente externalizadas, volcadas hacia fuera, restringiendo toda posibilidad de conectar con nuestra propia naturaleza, con nuestras emociones y con nuestro ser superior.Hay que colectivizar herramientas tan poderosas como la meditación y el mindfulness, sus increíbles beneficios y sobre todo su resistencia al sistema neoliberal que no nos permite tiempos de introspección y de colaboración comunitaria
Y es en este punto donde surge la necesidad de entrelazar el mindfulness con el feminismo y colectivizar esta herramienta, porque con mindfulness me doy permiso para detenerme conscientemente a valorar con toda mi atención y con todo mi sentir, el momento que estoy viviendo en este preciso instante y únicamente cuando me detengo de este modo, es cuando puedo apreciar todo lo que no podía ver por estar inmersa en esta nebulosa de ideas, emociones, pensamientos y quehaceres que me mantenían cien por ciento productiva y obviamente cien por ciento consumida.
Por esto es necesario incorporar al mindfulness como un aliado feminista, ya que la única forma de comenzar a dar una nueva dirección a toda esta externalización, a esa proyección hacia afuera en la que estamos inmersas como mujeres, es cambiar la trayectoria, darnos el permiso de ir hacia adentro, de viajar de la materialidad a la conexión con el alma.
Probablemente en las primeras meditaciones aparezca el juicio del ego diciéndote que pierdes el tiempo, que no lo lograrás, que no tiene sentido- Porque así es el ego, hace trampas para que no puedas salir de tu zona de confort, pero ¿qué responsabilidad más loable que la que tengas contigo misma y con regalarte un momento? Si eso ocurre ten calma, no te juzgues, sigue intentando, confía en que lo vas a lograr. Vuelve a tu ancla, respira conscientemente, de manera lenta y profunda, inhala y exhala sin prisa, abre las puertas de tu ser para ir más profundo, pídele al ego que se aleje, y cuando lo logres, cuando conectes con tu respiración a tal punto que sientas calma, cuando realmente dejes de sentir tu cuerpo y entres a ese mundo interno en el que puedes ver tus acciones, emociones y pensamientos flotando dentro de tu mente. Observa con curiosidad eso que no querías ver, no temas estás sola contigo, eres tú y tu consciencia. Observa tu diálogo interno con compasión, deja de lado el látigo interno y abrázate. Háblate con el amor que necesitas y mereces, háblate tal como le hablas a otra cuando eres sorora.
Edítate mientras meditas, aprovecha este momento de revisión e introspección, asume que todo lo que vives lo experimenta alguien más, ya que es ahí donde radica la importancia de que las mujeres hagamos comunidad, lo privado es más común de lo que pensamos y todes buscamos trascender las sombras para encontrar la luz y atraer la calma.
Por eso, hay que colectivizar herramientas tan poderosas como la meditación y el mindfulness, sus increíbles beneficios y sobre todo su resistencia al sistema neoliberal que no nos permite tiempos de introspección y de colaboración comunitaria, que nos exige siempre, que nos mantiene ocupadas afuera para que no podamos conectar adentro y así nos individualiza, nos hace sufrir en silencio, en soledad, a pesar de que muchos de los dolores que nos aquejan son colectivos e incluso tienen razón de ser en el sistema patriarcal.
Esa es la razón por la que les comparto este escrito reflexivo, para resistir, para hacer causa común, para comprender que lo espiritual también es una herramienta política, que lo espiritual no tiene sentido si es puramente individual, porque se vuelve egoísta y ensimismado, por lo tanto, la apuesta es a sanar colectivamente, generando la rica reciprocidad de compartir la sanación con otres, generando redes de apoyo mutuo, porque el feminismo es altamente terapéutico y más aún cuando es colaborativo y se apoya en herramientas tan bellas como la meditación y el mindfulness.
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