Somos 3 billones y medio de niñas, jóvenes y mujeres en el mundo. Pertenecemos a culturas diferentes, tenemos religiones o creencias distintas. No hemos estudiado la misma cantidad de años. Nuestras posesiones no se parecen ni en volumen ni en valor. Pertenecemos a todos los grupos sociales. Nuestros cuerpos se parecen poco, casi nada. Tenemos en común, podríamos decir cromosomas. Y eso, porque hay personas de sexo femenino XX, XXX -1 cada 1500 niñas son «47, (XXX)»-.
Podríamos decir que tenemos en común la vulva, el clítoris, la vagina, el útero, las trompas de Falopio, los ovarios. Eso al menos al nacimiento. Después entre les MGF mutilaciones genitales-sexuales femeninas (escisión) y otras operaciones, eso no nos define tampoco. Finalmente, eso importa poco. El hecho es que una vez que socialmente somos reconocidas niñas o mujeres, designadas niñas o mujeres, cada una de nosotras va a descubrir el sexismo.El hecho es que una vez que socialmente somos reconocidas niñas o mujeres, designadas niñas o mujeres, cada una de nosotras va a descubrir el sexismo
Primero vamos a descubrirlo como una gota: no hagas esto o lo otro porque las niñas no lo hacen.
Después vamos a escucharlo como varias gotas: haz esto o lo otro porque las niñas deben hacer eso y lo otro.
Durante la adolescencia no van a hacer gotas sino un balde el que nos va a llegar sobre la cabeza: obligaciones, restricciones y prohibiciones van a organizar nuestra ropa, nuestros rituales para estar «presentables», nuestro comportamiento y gestos.
En el comienzo de la vida activa el segundo balde va a ser de agua fría porque vamos a quedar plasmadas viendo que con el mismo diploma y con el mismo trabajo vamos a ganar menos. El mito del diploma y la independencia económica se nos va a hacer sal y agua.
La inmersión en la vida de pareja o en la maternidad no va a hacer un balde de agua fría por la simple y sencilla razón que tendremos la cabeza bajo el agua observando un pozo de desigualdades y de un número aún más grande de obligaciones, restricciones y prohibiciones.
Ustedes dirán, que eso no dura toda la vida. Es cierto. Después viene lo peor. Cuando una empieza a investigar el tema, leer la historia de los derechos de las mujeres, leer los libros especializados en sexología (publicados en el 2014 y que son terriblemente machistas), leer los análisis mundiales de desigualdad económica… Ya no sientes una gota de sexismo (como poner la mesa mientras tu hermano ve televisión).
Ya no sientes gotas discriminación (como cuando tu profesor de historia se pasa un semestre sin mencionar una sola mujer porque no le dió la gana y tu profesora de castellano habla usando sólo el masculino al singular y al plural como si tú y tus compañeras no existieran).
Ya no sientes sólo el balde de agua fría de la desigualdad salarial o del machismo permanente de tu media naranja que cuenta contigo para que después de tu jornada de trabajo te ocupes de los hijos que hicieron los dos.
Un día te despiertas, abres los ojos, te despabilas, te informas. Llámalo como quieras. Un día simplemente te das cuenta que es un océano el que separa los derechos de los hombres de los derechos de las mujeres; un océano el que separa las posibilidades profesionales y sociales de un grupo de hombres en un país y las posibilidades profesionales y sociales de un grupo de mujeres en ese mismo país.
Ese día, por favor no te ahogues en la impotencia, la amargura o la tristeza. Ese día anda a mirar las centenas de asociaciones del mundo en que millones de mujeres se esfuerzan por pensar y construir estrategias de igualdad para todas nosotras, las 3 billones y medio.
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