#Género

Decir “Hij@ de puta”: un acto de misoginia recalcitrante.

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El capitalismo ha dispuesto a las mujeres en el contexto de la inferioridad, en su necesidad histórica por controlar la mano de obra. Es así que la mujer se subsume en la intimidad a la figura del hombre. Esta estrategia, tal como señala Federicci, viene acompañada de la utilización del cuerpo femenino, fomentándose y demonizándose a la prostituta, como mujer al servicio del hombre, o como condenada en la medida que supone una figura desobediente.

Es así que la prostituta es un constructo histórico bien datado. La cosificación y estigmatización de la prostituta encuentra su vigencia en el presente, acomodándose a los tiempos que corren. Esta dinámica patriarcal sigue viendo en la prostituta lo maligno, generándose nuevos dispositivos desde el lenguaje que la confinen para siempre en el margen; en lo oscuro.

Por otro lado, el establecimiento desfavorable que posee pensar una sociedad sexuada, instalándose el hombre como el superior, ha traído tal eficacia que muchas mujeres son portadoras de un discurso machista, incluso refiriéndose a otras mujeres. La lucha incompleta del feminismo sufragista, con las ilusiones depositadas en la democracia liberal, como afirma Alejandra Ciriza, ha posicionado mujeres en las decisiones políticas que refuerzan este discurso patriarcal; y nada mejor que ejemplificar con Ena Von Baer y Evelyn Matthei, quienes conciben a la mujer al servicio de la maternidad y fertilidad; así como la imposibilidad de dejar de ver al varón como el ciudadano del siglo XIX: Propietario, heterosexual, letrado, blanco.

¿Cómo se relaciona lo anterior con la expresión tan popular “Hijo de Puta”? El lenguaje de odio hacia la prostituta habitado en hombres y mujeres genera el siguiente ejercicio: Las características negativas o desbordantes de una persona se depositan en el cuerpo de otra persona, en el cuerpo de una mujer. Decir “hij@ de puta” es trasladar una serie de características negativas de una persona hacia otra, hacia la madre, hacia una mujer: Se es sinvergüenza porque es hijo de una mujer impura; maldita. La naturaleza del acto está dictado por el carácter de la madre, que necesariamente tiene que ser prostituta. Se fuga entonces el peso del acto de una persona en alguien ajeno, marcado por el sexo.

Es así como el espurio queda despojado de culpabilidad. En última instancia el juicio que se grita es generacional en dos sentidos: se desvía la atención hacia la progenitora, marcada por el desprestigio de su sexo.

El lenguaje de odio hacia la prostituta habitado en hombres y mujeres genera el siguiente ejercicio: Las características negativas o desbordantes de una persona se depositan en el cuerpo de otra persona, en el cuerpo de una mujer.

¿Y si el interpelado o la interpelada es realmente hij@ de una prostituta? Se genera en este caso, un juicio de carácter moral entre la prostitución y los descendientes de aquella actividad. Se refuerza en este caso el sentido de la fuga de culpabilidad, ahora en el caso de la coincidencia.

El problema de todo esto, es la vigencia que tiene insultar con el “hij@ de puta”, ¿Cuántos compañeros y compañeras utilizan este lenguaje de odio? ¿Cuánta vigencia posee este tipo de juicio? La invitación es a despatriarcalizar nuestro lenguaje, a poner atención a los verdaderos y las verdaderas responsables. No puede ser que los crímenes de odio contra las mujeres, sean reforzados por una forma tan potente y constante de referirse a éstas, cuando la atención debiese estar en los sujetos y sujetas contemporáneos; no en figuras sexuadas y manchadas que hay que dejar de representar.

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