#Género

A propósito del Observatorio contra el acoso callejero en Chile

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El aprehender que los individuos que conforman una población se relacionan de forma jerárquica e injusta, nos permitirá vislumbrar algunos elementos que nos den luces para cuestionar aquellos comportamientos socialmente asimilados, ya no como “naturales” o “esenciales”, sino como fenómenos que responden a lógicas culturales que sitúa en una posición desventajosa a una importante parte de la sociedad.

Historias de acoso callejero, tengo por miles. Y entre todas nosotras, podría apostar, que tenemos millones de vivencias en este sentido. Mas esta vez, hablaré por mi cuenta.

Soy una mujer que desde niña aguanté calladita y con vergüenza que cuanto hombre quisiera decirme algo, lo dijera así sin más. Hoy ya no les aguanto nada y los encaro. Algunos reaccionan con sorpresa, como si nunca nadie les hubiera dicho algo al respecto, mientras que otros simplemente se hacen los desentendidos y se alejan silbando con las manos en los bolsillos y mirando al cielo, incapaces de hacerse cargo de sus acciones.

Bueno, les cuento.

Recuerdo que una vez, salimos del colegio con una amiga y nos dirigíamos al centro caminando, cuando un hombre ya mayor que estaba afuera de una botillería, se bajó el cierre del pantalón y nos mostró su pene. Nosotras tendríamos unos 13 ó 14 años e íbamos con uniforme escolar, éramos unas niñas a todas luces. No hicimos más que apurar el paso y tratar de perdernos de su vista, pues se nos pasó por la mente que la violación era una posibilidad bastante plausible. ¿La solución para las siguientes idas al centro? Cambiar la ruta. No importaba que fuera más larga, creíamos que ése ya no era un camino por el que pudiéramos transitar tranquilamente.

Pero vale preguntarse, ¿hay algún camino por el que las mujeres podamos circular sin preocuparnos de que algún varón nos muestre su pene, nos quiera tocar un seno, las piernas o los glúteos?, ¿existe alguna ruta en la que podamos transitar a pie, en transporte público (o privado) o en bicicleta, con la certeza de que nadie nos dirá lo “rica” o lo sexualmente deseable que les parece nuestro cuerpo? Que alguien por favor me diga, ¿si ha habido un día, en que alguna de nosotras no haya recibido un silbido o un beso de algún desconocido que pasó de largo sin siquiera tener tiempo de poder reconocerle el rostro?

Hay que poner mucha atención en este tipo de situaciones. El acoso callejero no tiene edad, ni para quienes los recibimos ni para quienes lo ejercen. Este es un problema político y cultural que se manifiesta transversalmente en todas las generaciones. En mi caso, en distintos momentos de mi vida he recibido miradas, palabras y gestos lascivos de cabros más jóvenes que yo y de señores que podrían, perfectamente, ser mis abuelos. En ninguno de los casos me han hecho sentir halagada, más bien todo lo contrario: las sensaciones que en mí despiertan estos actos son molestia, decepción y repugnancia. Una pregunta que me surge es el por qué lo hacen. ¿Qué derecho tienen ellos como individuos sobre sobre nosotras?, ¿qué autoridad les atribuye el espacio público al colectivo masculino sobre los cuerpos feminizados?

Aquí llego a un punto que me parece importante hacer frente: el ideario político liberal que históricamente ha sostenido que la esfera pública es para el desarrollo de los hombres y que las mujeres pertenecen al ámbito de lo privado. Con sus acciones, los varones, en mi opinión de forma inconsciente cuasi naturalizada, nos están recordando que estamos en un lugar que a ellos les pertenece, que nosotras somos las ajenas y que por ende, debemos aguantar en silencio, o en el mejor de los casos, sonriéndoles. Poco menos se sostiene que debemos agradecerles el que hayan fijado su mirada en nosotras; sin suponer siquiera la ansiedad que nos produce la vulneración de nuestra voluntad.

¡Es que no hemos pedido su opinión!

Algunos a esto dirán: “pero, si mira el escote que trae, tiene una falda corta. ¿Acaso esperan que no les digamos nada, si andan casi desnudas?” Si me permiten acotar algo en relación a esto, mi respuesta es que no nos vestimos para agradar o desagradarles a quienes sostienen este tipo de argumentos, nuestras motivaciones son otras y pueden ser muy variadas: desde porque hace calor, hasta porque simplemente se nos da la maldita gana.

Ésta, mi estimada gente, es una problemática de educación, de socialización. No podemos enseñar a nuestras niñas a andar tapadas por la vida para evitar que se les acose en algún momento de su vida. No podemos seguir cultivando entre nosotras el sentimiento de culpa, cuando más bien el desafío como sociedad, es socializar al conjunto de la población rompiendo con la injusticia que promueve este orden patriarcal.

Para esto, hay que considerar un punto de partida, y éste es el asumir que existe un sistema de relaciones sexo/género desigual, en donde la supremacía en el espacio público le es otorgada al hombre heterosexual. Porque aquí la población LGBTI tampoco se salva de sufrir acoso callejero. Ella también es una víctima de la héteronorma, la cual subyuga a todo individuo que se atreva a no corresponder con las expectativas sexuales, emocionales y con los códigos de comportamiento que ella mandata. Develando así, que romper con “el orden preestablecido” debe ser sancionado de alguna forma, entre ellas está este tipo de hostigamiento en las calles.

El aprehender que los individuos que conforman una población se relacionan de forma jerárquica e injusta, nos permitirá vislumbrar algunos elementos que nos den luces para cuestionar aquellos comportamientos socialmente asimilados, ya no como “naturales” o “esenciales”, sino como fenómenos que responden a lógicas culturales que sitúa en una posición desventajosa a una importante parte de la sociedad.

Así por ejemplo, podremos evaluar con una mirada el experimento social realizado por Woki Toki, en donde se muestra a una mujer joven y atractiva “dándole agarroncitos” a una serie de varones por la calle. Aquí, tomando en consideración lo anteriormente dicho, creo que es pertinente preguntarse: ¿la reacción de esos hombres hubiera sido igual a la de cualquiera de nosotras si algún varón joven y atractivo nos hubiera dado “un agarroncito”?, ¿cómo hubieran reaccionado esos varones si otro varón les agarra el trasero?, ¿han tenido esos hombres que “tolerar” desde la infancia o adolescencia que las mujeres en masa les andemos tocando su cuerpo, solo porque queremos y podemos? Nuestra biografía como género no es la misma, por lo tanto no pueden esperar que queramos entablar una relación con quien, sin más, nos toca en la calle.

Las miradas, palabras y gestos lascivos, tienen como antecedente de base eso que algunos llaman «el inocente, el ingenioso piropo». Aunque esto haga caer en mil pedazos su castillo de principes azules, comprendan que su hostigamiento no da gusto ni «alegra el día», como aseveró el periodista de CNN, en la entrevista a María Francisca Valenzuela del Observatorio contra el acoso callejero en Chile.

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Comentarios

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marisol

10 de febrero

Sonia, excelente escrito. Concuerdo 100%.
Marisol.

11 de febrero

Me ha encantado..Felicidades Sonia.

Paulina

11 de febrero

Muy buen artículo. Lo bueno de nuestra generación es que ya no tenemos miedo de unos pocos (y poco) hombres que de alguna forma necesitan desesperadamente demostrar que son más fuertes, más atrevidos, más agresivos…. lo que en mi opinión surge desde una profunda carencia de amor propio, insatisfacción, etc.

Es bueno poner el tema en la mesa. Es bueno que a algunos les moleste incluso. Es bueno que nos vayamos dando cuenta todos y todas que merecemos respeto, primero propio y luego hacia los que nos rodean. De que teníamos miedo?

Fernanda

11 de febrero

Muy certera mirada sobre el tema. Estoy totalmente de acuerdo.

Camila

11 de febrero

Excelente artículo.
La importancia de visibilizar este asunto radica en que el «piropo» sólo refleja el lugar que ocupa la mujer en la sociedad, finalmente el problema no es el piropo en sí, sino el hecho de que por ser mujer se es objeto y el hombre-sujeto puede ejercer sobre dicho objeto la acción que desee. Recordándonos constantemente el lugar que ocupamos y para lo que sirven nuestros cuerpos.

Claudia Elgueta

11 de febrero

Cuando era más chica los enfrentaba e incluso yo me dedique a piropear tipos y su reacción era siempre aterrada, casi como si yo estuviera cometiendo un crimen en defenderme o en imitarlos. Actualmente uso audífonos y les pego su buena mirada de pocos amigos al que piropea de mas cerca que les queda clarito que pelada no se la llevan. Sin embargo me encantaría poder pasear tranquila sin tener que estar pendiente todo el rato de que no haya nadie demasiado cerca, quiero un mundo mejor para las niñas que están naciendo.

silvana

13 de febrero

buenísima nota!!!

Nadia Schlosser

02 de marzo

Es interesante ver que, cuando nos defendemos de estas agresiones, algunos hombres no sólo reaccionan quedándose en silencio, sorprendidos o haciéndose los desentendidos. Otros (los que considero mayoría) reaccionan con molestia y más violencia para reafirmar su poder ante nuestra insumisión. Saludos Sonia.

29 de mayo

Gracias por esto. Lo comparto en mi página de facebook. Saludos sororales!

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