La educación técnica ha sido muy mal comprendida en nuestro país. La universidad forma para una profesión, su desarrollo, evolución, transformación y ejercicio, mientras que la formación técnica y profesional no universitaria forma para el trabajo, la ejecución de los servicios y la producción material.
Este semestre que recién termina tuve la oportunidad de hacer clases a estudiantes de una carrera de técnico en bibliotecología. He hecho clases en otras áreas, pero en todas partes la docencia me ha dejado una grata sensación, tan satisfactoria como cuando compruebo que el usuario ha resuelto su necesidad de información.
Sin ánimo de crear polémica (o sí) quisiera hacer una breve apología de las carreras de técnicos en documentación y bibliotecología. Ya que se ha cuestionado desde diversos flancos la conveniencia de formar técnicos, debo decir que dos años de estudios (sólo dos años) dan las herramientas mínimas para hablar el mismo lenguaje que los bibliotecólogos, apoyar nuestro trabajo, encajar en equipos y generar propuestas. Creo que esto es mejor que formar a un administrativo o a cualquier otra persona ajena a la profesión y a veces desmotivada. Gracias a los técnicos ahorramos tiempo, recursos y malos ratos por tareas mal ejecutadas –además legitima el trabajo y la experiencia de quienes sin tener el título universitario se han desempeñado largamente en cargos en unidades de información–. Al técnico lo recibimos listo y lo podemos poner al minuto siguiente manos a la obra.
Son de gran ayuda cuando necesitamos un apoyo en el trabajo, especialmente cuando las cotidianeidades y rutinas nos alejan de las posibilidades de llevar a la práctica nuevas ideas, actualizarnos, investigar, cuestionar y proyectar hacia el futuro nuestra labor. No obstante, como en todas las áreas y como entre nosotros también, hay algunos más perezosos, otros más motivados, capacidades brillantes y capacidades limitadas.
La educación técnica ha sido muy mal comprendida en nuestro país. La universidad forma para una profesión, su desarrollo, evolución, transformación y ejercicio, mientras que la formación técnica y profesional no universitaria forma para el trabajo, la ejecución de los servicios y la producción material. Existe una especie de idolatría por la universidad y se trata discriminatoriamente a los técnicos que son personas que han escogido una salida laboral rápida y más económica. La discriminación se inicia con la abismante diferencia en los sueldos con los profesionales, apenas superando al de un trabajador no calificado. La diferencia no debería basarse en el costo del recurso humano, sino en su función. Cuando se trata de técnicos bibliotecarios tenemos miedo a que nos reemplacen, temor que está bien justificado si nos dedicamos solo a ejercer el servicio. Más justificado aún si el técnico/a llega con una energía que nos abruma, cobrando poco, con nuevas ideas y cuestionando nuestros procedimientos, sin ser nosotros capaces de ver el tremendo aporte que serían formando parte de un equipo. Ahora bien, los técnicos también pueden gestionar unidades de información menos complejas, y puede que eventualmente lo hagan mejor que un profesional porque, seamos honestos, sabemos que es el trabajo el lugar donde más se aprende.
Esta idolatría a la universidad ha llevado a pensar que las carreras técnicas son para quienes “no tuvieron el puntaje para entrar a una universidad”, y equiparan esto a ser menos capaz. Tanto así que efectivamente vemos ingresar a CFT e IP a jóvenes con problemas conductuales, en situaciones de riesgo familiar, inmadurez, espectro autista y discapacidad intelectual leve. Si tuviéramos mejor integradas en la sociedad a personas con estas características, cada una de ellas un potencial aporte en las áreas donde demuestra mayor talento, no se daría pie a esta confusión. Porque es absurdo y cruel pretender que un título técnico es más fácil; cruel para el estudiante e insultante para los colegas. Las carreras técnicas no son fáciles, sino más breves, más concretas y por estas razones más baratas. Tampoco tiene sentido que se pague menos a un docente en CFT e IP que a uno de una universidad, porque su trabajo vale lo mismo. Pero solo vale lo mismo hasta que me piden que sea condescendiente y blanda en las evaluaciones, porque un alumno o alumna está en situación «especial». Eso solo consigue que los titulados estén menos preparados y nos perjudica a todos.
No podemos negar que todo esto es debido a la industrialización de la educación superior, y se relaciona con el manoseado y distorsionado lucro (=utilidades retiradas de la institución) en educación, la cual es un derecho, no un negocio.
Foto: BibGirona // Licencia CC
Comentarios
24 de julio
Qué pena que nadie opine en tu excelente columna, o que no se haya difundido o posteado en los medios, al menos por lo que he leído, es una columna esclarecedora y fundamental, lástima que las soluciones estén tan claras y a la vista de todos y pocos las vean. Saludos
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25 de julio
Excelente columna, soy tecnico y estoy orgulloso de serlo. Simplemente no segui estudiando (Universidad) por opcion. Y a estas alturas del partido, me da paja. Prefiero dedicarme a mi vida, a mis hijos a mi musica y eso no me hace mejor ni peor que un Ingeniero. Obviamente gano muchas menos lucas, pero en fin, estamos en un pais subdesarrollado
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