El artículo 2 de la LGE, plantea que la educación debe promover un «desarrollo espiritual, ético, moral, afectivo, intelectual, artístico y físico, mediante la transmisión y el cultivo de valores, conocimientos y destrezas», y esta ‘nueva escuela’ (año 1921, no olvidemos), lo cumple.
Que la máxima aspiración de la educación sea la felicidad; que el respeto y el amor sean la esencia de nuestras relaciones; que el ser humano se considere bueno por naturaleza, no son, por cierto, el centro de la discusión educativa en nuestro país. Atacamos problemas superficiales. Hablamos de reformas, cuando son meras adecuaciones del modelo que ya está establecido. No hablamos de felicidad, no hablamos de amor. Hablamos de resultados, no de procesos; hablamos de mediciones, no de evaluaciones o de auto evaluaciones.
Y a veces es peor en la sala de clases.
Es común incentivar a los niños con recompensas, adoctrinarlos con castigos, enseñarles sobre el miedo a la autoridad, formarlos en una disciplina externa que les favorezca para así lograr manejar sus vidas. Pero ni hablar de un trato horizontal entre profesor y estudiante, entre el adulto y el niño. Luego, nos tomamos el pelo desesperados porque no saben qué decisiones tomar, qué hacer con sus vidas.
Gran parte quiere que todo siga igual. Para esto identifico tres razones:
1.- Deseamos que el sistema perdure porque nos trae otros beneficios.
2.- Difícil tarea es comenzar una nueva educación: es más trabajo; es derribar y levantar nuevos paradigmas; es convencer de lo contrario; es una carga que no nos atrevemos a asumir; y si se nos exige profundidad, hablaremos de Vigotsky y de Piaget, porque nos permiten seguir enmarcados donde «debemos».
3.- No conocemos la sala de clases. No sabemos qué siente un estudiante a las 3 de la tarde sentado en su pupitre. No hemos leído, no hemos cuestionado. No conocemos a Ivan Illich y la desescolarización. No sabemos, por ejemplo, de Alexander Neill y Summerhill.
Summerhill es una escuela fundada por Alexander Neill, en Inglaterra, el año 1921. Es un espacio democrático, sin obligatoriedad para asistir a clases, sin exámenes y calificaciones, sin sermones ni castigos, y con horizontalidad en el trato entre el niño y el adulto. Ninguno tenía más derechos que el otro. Lo ideal es que el niño viva su propia vida, no la que desean sus padres, y menos la que la sociedad supone que es la que deberían vivir. Requisito previo, eso sí, es que cada uno encuentre la libertad para elegir su propio camino.
¡Se hablaba de felicidad y de libertad!
En los años sesenta los periódicos la llamaban la escuela «anda como quieras», suponiendo y haciendo suponer que era una reunión de salvajes sin leyes y buenas costumbres.
Estaban alojados por grupos de edad con una encargada para cada grupo. Nadie los inspeccionaba en sus habitaciones. Tampoco eran vigilados. No se les decía cómo vestirse. Se les dejaba en libertad. No era una escuela que obligaba a niños -que por esencia son activos-, a sentarse en sus pupitres a estudiar materias, que no vamos a afirmar que son inútiles, pero ¿qué recuerdas de lo que estudiaste en el colegio?
El artículo 2 de la LGE, plantea que la educación debe promover un «desarrollo espiritual, ético, moral, afectivo, intelectual, artístico y físico, mediante la transmisión y el cultivo de valores, conocimientos y destrezas», y esta ‘nueva escuela’ (año 1921, no olvidemos), lo cumple.
Anhelo aquello que el mismo Erich Fromm plantea en el libro «Summerhill» de Alexander Neill: «Con el tiempo, sus ideas serán generalmente admitidas en una sociedad nueva en la que el hombre mismo y su desarrollo, sean el fin supremo de todo esfuerzo social».
Comentarios
16 de julio
Chapó……..Maestro
+1