Sin darnos cuenta asistimos a la legitimación de un sistema desigual donde unos pocos tendrán el privilegio de obtener en profundidad el conocimiento que nos hace hombres críticos y reflexivos, para hacer masiva la educación de carácter técnico-productiva y con ello, hacernos creer que nuestra educación mejora por el aumento de aquella masa uniforme llamada «capital humano».
Hoy en día en los distintos medios de comunicación encontramos a todos los actores de la escena educativa expresando sus más diversas opiniones respecto de lo que se ha descrito como «crisis educacional». Curioso parece que desde la legitimación del lucro con la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza, LOCE (transcurridos a la fecha 25 años), recién los últimos tres años todos los actores (estudiantes, profesores, asistentes de la educación y gobierno) coincidan en el diagnóstico crítico que se hace del sistema educativo, siendo el estamento gubernamental el último en reconocer dicho problema, aún cuando todos los sectores que intervienen a nivel de aula alzaron su voz en 2006 con la revolución pingüina y también en 2011.
Lo más crítico respecto del diagnóstico es, en mi opinión, que todo se ha reducido a cuestiones económicas. Se discute actualmente la reforma tributaria que tendrá como misión inyectar recursos al sistema educativo. Pero ¿realmente la cuestión pasa por un problema netamente de inversión? Cierto es que durante el último tiempo se ha elevado el gasto en educación, llegando aproximadamente al 6,4% del PIB en 2011, según la OCDE, y que los nuevos recursos elevarán dicha cifra. Pero, ¿es sólo cuestión de aumentar los recursos? Creo que no.
La mirada que más se ausenta en el actual debate es la que trasciende lo económico para llegar a lo social. Quedarse en que sólo el 0,6% se invierte en educación parvularia, el 3,4 en educación básica – media, y el 2,4% en educación superior, nos nubla la vista ante la pregunta ¿qué se está enseñando en Chile?
Al leer entrevistas, escuchar a dirigentes estudiantiles y políticos, todos se remiten, en gran medida, a una mayor inversión y a quienes median en dicho proceso a la hora de recibir los dineros. Todo desemboca en la cuestión monetaria y se omite el fin último de la educación.
El problema del actual sistema educacional se enraíza con los fines utilitarios de nuestra sociedad neoliberal, que legitima a los sujetos en la medida que son engranajes del sistema predominante. Recuerdo que en la entrada de mi centenario liceo público estaba el lema “Formar personas proactivas para una sociedad pluralista”. Me pregunto, en el centro del actual debate ¿está presente extender la proactividad que actualmente se concentra sólo en un sector social? ¿o sólo estamos discutiendo la masificación de las herramientas que forman sujetos reactivos, condenados al enclaustramiento de su propia situación social?
Es así como podemos notar que la formación de ciudadanos con espíritu crítico y reflexivo se ha vuelto privilegio común de sectores acomodados, rebosantes de cultura, donde el manejo de la filosofía, los análisis sociológicos, las temáticas de economía y ciudadanía, son disfrute de quienes cancelan una abultada colegiatura y más bien excepciones a la regla en establecimientos públicos, debido a profesores abnegados en la formación de seres pensantes.
Sin darnos cuenta asistimos a la legitimación de un sistema desigual donde unos pocos tendrán el privilegio de obtener en profundidad el conocimiento que nos hace hombres críticos y reflexivos, para hacer masiva la educación de carácter técnico-productiva y con ello, hacernos creer que nuestra educación mejora por el aumento de aquella masa uniforme llamada «capital humano».
Asistimos a la despersonalización del hombre, a la despersonalización del individuo. ¿Pretende esta reforma que los habitantes de la periferia puedan, con propiedad, soñar que sus hijos serán Presidentes de la República, ministros de gobierno o altos gerentes de empresas, estudiando en liceos públicos donde los profesores son extrangulados con la «base curricular»? Me temo que estos casos seguirán siendo la excepción a la regla y algo lejano, incluso de pensar.
Nuestra educación se sigue legitimando bajo la lógica platónica de las tres clases sociales, cada una con distintos niveles de educación, siendo privilegiada la de los gobernantes, cuyo selecto grupo goza de los conocimientos que a otros se les suprime, por no ser medibles en el SIMCE o la PSU.
En mi humilde -y reconozco que utópica- opinión, pienso que lo necesario para una educación de calidad es que las herramientas para la formación de un intelecto elevado y espíritu crítico no sea privilegio de unos pocos que pueden pagar, de lo contrario, invertiremos para expandir y mejorar la formación de sujetos reaccionarios, para hacer aún más privilegiados a los proactivos.
“Si no ponéis remedio a vuestros males, es inútil que alabéis la severidad de vuestra justicia, ya que permitir que el pueblo sea mal educado, que las costumbres estén corrompidas desde la infancia, para castigar más tarde al desgraciado que roba, debido a una mala educación primaria, es una verdadera iniquidad. En una palabra, que vosotros sois los primeros en permitir que existan criminales […]”. Tomás Moro, Utopía, libro primero.
Comentarios
29 de abril
Concuerdo con que hay desigualdad. Concuerdo con que esa desigualdad se acentúa al acercarnos con lupa a la resolución de derechos básicos, donde se incluye la educación. La gratuidad mezclada con calidad es la receta, financiarla con una reforma parece ser el camino, ¿dónde está el engaño? La educación contemplativa por sobre la educación práctica, la generación de pensadores por sobre la reproducción de masa trabajadora. Un conflicto que no es reciente, ni siquiera parece ser propio de suramérica. La elite ha tenido la ventaja económica para regodearse desde que existe el mundo. Emperadores, reyes, banqueros, burgueses, «new rich», etc. La memoria ancestral está basada en el despropósito de hacer trabajar a muchos para que unos pocos puedan contemplar la vida, proyectar su pensamiento, escribir, leer, dedicar su vida al ocio. Hay excepciones, quizá porque en esos países la educación era gratis y de calidad, o quizá porque el personaje excepcional traspasa el límite humano de «estudiar para trabajar». Me parece que la cultura chilena tiene una desventaja, somos demasiado chilenos: Descendientes de mercenarios militares españoles olvidados, gente menos que rastrera buscando la libertad que ofrecía esta tierra inhóspita, y por otro lado, los aborígenes, personas dedicadas a la vida libre y salvaje, a no entender el yugo ni el funcionamiento del «mundo moderno». De esa mezcla salimos todos, los que trabajamos, dirigimos, obedecemos, robamos, compramos, etc. De ahí nuestros bisabuelos, abuelos, padres; de ahí nuestros hijos, nietos, bisnietos. Podrían quizá disfrutar de educación de calidad, gratis, y tener lo que no tuvimos, pero seguiremos siendo chilenos, un país provinciano, una isla anclada por suerte a un continente, un grupo de gente que exagera el centralismo, que idealiza los medios de comunicación, que se rige por un Estado mediocre, que insulta ante la opinión diferente, que se embrutece con el fútbol, arribista, nacionalista y miedosa, rodeada de vecinos con culturas ricas que ignoramos, incluso que rechazamos. Nuestra esencia es eterna, difícil de soslayar, digna de un orgullo inexistente. Le di color, pero una reforma educacional no cambiará el pensamiento colectivo, a menos que una terrible epidemia deje vivo solo a los brillantes, como Violeta Parra que no necesitó educación para entender el mundo, o como Huidobro, de familia acomodada, vengan de donde vengan, y refunden Chile, y quizá le cambien el nombre por uno con más carácter fonético.
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