Como el tono de lo que pudo ser un cántico desde el alma de una marcha estudiantil, surge esta legítima pregunta y que nadie quiere responder. Es cierto que en medio de fuertes cuestionamientos a la clase política y a una sociedad exigente de sus derechos en búsqueda de esa tranquilidad de aquel modelo que muy bien acuñó Diego Portales en una de sus cartas -«Solo quiero que me dejen trabajar en paz» (suavizando las palabras de la carta dirigida a su amigo Antonio Garfias en 1831)-, hemos visto que la presión de sectores conservadores, empresarios y un número no de personeros integrantes de la nueva mayoría, que solo por sus ansias de poder utilizaron las banderas de los movimientos sociales y ahora dicen que no hay espacio para reformas porque los indicadores económicos no son favorables para los dependientes de lo que diga la bolsa. Una vez más, no alcanzará para aquellos sectores desprovistos, los hijos del obrero, aquel que estudió en liceo municipal y todavía seguirá recurriendo al aval de su padre ya endeudado o aferrándose a la alternativa del mercado que ofrecen instituciones de dudosa calidad.
El hecho de que el gobierno ponga freno a las reformas y paños fríos a este frenesí por romper las condiciones de estabilidad y de confianza de estos 25 años glorioso de beneficio a los mismos de siempre, nos lleva a la esencia de nuestra sociedad construida en dictadura: donde la única felicidad que impera es la felicidad del patrón, la del pueblo solo es circunstancial e irracional. Y no es menor esta aseveración a pesar de que un programa de gobierno que supuestamente fue construido desde la calle, tiene un nivel de rechazo y pesimismo inigualable. Todo porque los empresarios y los grandes controladores se oponen, y sus trabajadores o las clases sociales absuelven este malestar de los de siempre y la gente hace suya esa queja: «no nos quieren dejar trabajar». El fantasma de la cesantía de asoma y la gente repliega sus anhelos y esperanzas, porque es más importante que el patrón esté feliz, «así no me molesta a mí».La educación jamás fue vista como derecho social, sino que reafirma lo que la clase política ha defendido por estos años de “democracia”, la educación es un bien de consumo y está sujeta por la oferta y la demanda.
Claramente que la concertación fue visionaria en vender la alegría al pueblo por medio de mantener el modelo negociado y recibido pacíficamente de la dictadura, profundizarlo y que unos pocos gocen del beneficio de lo logrado por todos; pero seamos sinceros, en los tiempos de bonanza económica, la teoría del chorreo del bienestar económico jamás llego a las personas. Es cosa de ver la oda al modelo económico que en el gobierno de Piñera cuando sacaba a relucir su 5% de crecimiento. A pesar de eso, la gente no vio modificada su calidad de vida y solo gozaban de la estabilidad que le daba la alegría del jefe, de la ganancia del patrón o el alza de las utilidades de la empresa.
Fue fácil adjudicarse las insignias de la gente, elaborar un programa que generaría el quiebre y despego de este modelo y daría reales condiciones de igualdad. Pero ese espíritu de que en Chile nada es imposible y de que hay que entrar a la cancha de igual a igual, o que ni la historia ni las estadísticas pueden quitarnos el sueño de ser campeones, solo fue marketing y respiro para regresar a nuestra esencia derrotista donde los números y las estadísticas se respetan y pobre de aquel que quiere enfrentarlas. Reformas con realismo, que las condiciones económicas y de confianza no están, es volver a pensar en victorias morales y del que “jugamos como nunca y perdimos como siempre” vuelve a nuestra mentalidad y ya el sueño se acabó, y como bien dice la pintura que está presente en la bolsa de comercio de Santiago: “el trabajo da riqueza”, solo que les faltó completar que es solo para algunos y no para todos.
Por lo que este cambio de discurso respecto al gobierno anterior, solo fue un gusto en la medida de lo posible, si se espera que las condiciones económicas sean favorables para realizar los cambios institucionales. La educación jamás fue vista como derecho social, sino que reafirma lo que la clase política ha defendido por estos años de “democracia”, la educación es un bien de consumo y está sujeta por la oferta y la demanda. No hay forma de garantizar lo que la sociedad define como derecho, que es el piso mínimo establecido como sociedad para el desarrollo en autonomía, igualdad y libertad, así como aquellos estándares que permiten condiciones económicas y de acceso a bienes necesarios para una vida digna.
La desilusión es grande de esa mayoría que quería un cambio de verdad. La calle no descansará por dar esta batalla; sin embargo, la gente clama porque sus representantes trabajen por condiciones sociales homogéneas. Pero al parecer, el poder de mantenerse en la colegiatura institucional del congreso es más fuerte y será el único legado de este gobierno. Aunque se quiere hacer creer a la gente que fue una gran reforma, este aliento fresco de no erradicar el modelo se esfumó, se cerraron las ventanas para una buena brisa en el trato social. Porque, ante todo, hay que darle tranquilidad y paz a los que siempre la han tenido, y seguir perturbando y desvelando a los que sueñan por una sociedad justa de todos y por todos. Porque este nuevo slogan les quedó grande, ya que ningún proceso que no cumpla con el programa de gobierno, será realmente traducido del “Todos x Chile” a “Pocos x Chile”.
Comentarios
17 de julio
PIENSO IGUAL QUE EL ARTICULISTA. LA DESILUSIÓN ES GRANDE. QUE DECEPCIONANTE QUE APARECEN POLÍTICOS DE LA SUPUESTA NUEVA MAYORÍA QUE ALGUNOS RECIBÍAN DINERO DESDE LA ALEMANIA MIENTRAS GANABAN LOS CUPOS PARA SU UNIVERSIDAD RASCA IGUAL QUE OTROS QUE DESEAN GRATUITAD PARA SUS UNIVERSIDADES PARTICULARES. SE SUPONE QUE EMPEZARÍAMOS CON LOS ESTUDIANTES MAS POBRES PERO ASÍ AL MENOS SE SACAN LAS CARETAS PARA MOSTRAR LO QUE VERDADERAMENTE SON. OJALA LOS ANHELOS QUE PERMITIERON A LA ACTUAL PRESIDENTE LLEGAR A LA PRIMERA MAGISTRATURA NO SE ESFUMEN EN LA NADA MISMA. DE ACUERDO CON EL ARTICULISTA
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