Hoy en día la polémica respecto a la licitación del litio gira en torno al fracaso del proceso y a cuanto se le debe cobrar anualmente a la empresa ganadora como porcentaje de las venta (royalty). Sin embargo, esta licitación se relaciona con un tema de fondo que tiene un alcance muchísimo más relevante: el rol que el mineral puede jugar en una estrategia de desarrollo de largo plazo para nuestro país.
Hoy en día la polémica respecto de la licitación del litio gira en torno al fracaso del proceso y a cuánto se le debe cobrar anualmente a la empresa ganadora como porcentaje de las venta (royalty). Sin embargo, esta licitación se relaciona con un tema de fondo que tiene un alcance muchísimo más relevante: el rol que el mineral puede jugar en una estrategia de desarrollo de largo plazo para nuestro país.
Dado el éxito relativo que el modelo imperante ha logrado en aspectos fundamentales como crecimiento y estabilidad macroeconómica, se ha convertido en un tabú apelar por nuevas alternativas de desarrollo donde el Estado juegue un rol más activo. Sin embargo, muchos han advertido que el modelo se ha visto desgastado y ha perdido vigor a partir de la crisis asiática. Una explicación posible es que el dinamismo inicial fue producto de una significativa mejora en la asignación de recursos, posibilidad abierta tras los profundos desequilibrios macroeconómicos que llevaron a la crisis del año 1982. Esta mejora, si bien notable, es fundamentalmente un fenómeno estático donde el crecimiento se produce en la medida en que existan oportunidades de reasignación eficiente de recursos – lo que explica que se agote -, mas no constituye en sí una política pro crecimiento.
Lamentablemente el miedo a fracasar en la construcción de una política de largo plazo nos ha llevado a la peor estrategia posible: no tener una estrategia. Ello seguramente será negado por quienes ven en no hacer nada la mejor opción: dejar el desarrollo en manos del mercado. Sin embargo los sustentos teóricos de quienes defienden esta vía de acción se apoyan generalmente en la eficiencia estática del mercado que, como ya se dijo, no garantiza en ningún caso un crecimiento estable. Cuando se intenta ir más allá y se revisa el crecimiento en los modelos neoclásicos, éste no deja de ser un fenómeno explicado por fuerzas misteriosas o, en el mejor de los casos, se reconoce que hay fallas en los mercados que llevarán a un crecimiento sub óptimo en ausencia de una intervención. Evidentemente, en este último caso se abre espacio para la política pública como opción para aumentar el crecimiento.
Una importante línea del pensamiento no neoclásica se ha centrado en cómo la estructura productiva de un país influye en su desarrollo. Así, no sólo pasa a ser relevante el cómo producimos sino también el qué producimos. ¿Cómo puede influir la estructura productiva en el crecimiento? Joseph Shumpeter fue el primer economista en llamar la atención sobre el hecho de que el motor del capitalismo no era el sistema de precios sino que la innovación. Un sistema de precios funcionando correctamente nos permite lograr una asignación eficiente en cada momento del tiempo (es decir, estáticamente óptima). Ello es positivo y deseable, pero no suficiente. Una economía que además de ello innova vigorosamente, seguirá siendo estáticamente eficiente pero además crecerá más rápido (es decir, será también dinámicamente eficiente).
En distintos sectores productivos el ambiente competitivo presiona de forma diferente a las empresas a invertir en investigación y desarrollo, lo que finalmente se traduce en empresas que se esfuerzan en encontrar métodos para producir más con lo mismo. En el caso particular de Chile, la matriz productiva está concentrada en la industria primaria, donde el ambiente es estable y el crecimiento depende más de la demanda que del dinamismo de la oferta. En cambio, países con una matriz productiva concentrada en sectores de mayor valor agregado cuentan con un ambiente en el que la importancia de la innovación en el aumento de la productividad, y por tanto del crecimiento, es clave. Dada esta diferencia, es natural esperar que en países como Chile la innovación sea una actividad menos relevante, lo que explica porqué carecemos de una “cultura de la innovación”.
Con lo anterior en mente, podemos esbozar una política pro crecimiento que tiene una alta probabilidad de ser exitosa: en primer lugar se requiere un esfuerzo explícito de parte del Estado para potenciar actividades que se encadenen productivamente con los recursos naturales que hoy explotamos (por ejemplo, realizar cables con cobre o baterías con el litio), lo cual no requiere necesariamente una participación explícita del Estado en la industria; en segundo lugar, se debe implementar una política orientada a la formación de capital humano competente a la altura del desafío de convertir a la innovación en el centro del desarrollo; por último, las universidades se deben transformar en centros de investigación de punta, fortaleciendo el vínculo entre estas y el sector productivo.
Respecto de lo primero, puedo ser incluso más concreto. En el caso de la licitación del litio, ¿por qué no realizar una alianza estratégica entre el Estado y una empresa incumbente en el mercado de las baterías para desarrollar la industria de en Chile? El acuerdo podría ser mutuamente beneficioso y sería el primer paso de una política de largo plazo con los ingredientes anteriormente esbozados.
Evidentemente la estrategia planteada no pretende ser una lista completa ni única de ingredientes para el desarrollo. El tema es altamente complejo, y requiere la construcción de amplios acuerdos democráticos capaces de sustentar una política de largo plazo que no cambie con cada gobierno de turno. Lo importante es darnos cuentas a tiempo de que las oportunidades están disponibles y que el riesgo de tomarlas ciertamente vale la pena ante la opción mediocre de no hacer nada. La situación puede ser similar a la de finales del siglo XIX, donde la incapacidad de generar una estrategia de largo plazo nos posicionó como el país más golpeado por la gran depresión. No vayamos a repetir la historia.
*Columna escrita por Felipe Jordán
Comentarios
08 de octubre
Escuche a dos personero de Gobierno refiriéndose al Litio, el Chileno dijo ¡Lo vamos a licitar!, quedé anonadado. Expresado al día siguiente de la sentencia del Ministro de Minería de Bolivia: ¡No se licitará ni una molécula de este mineral, haremos convenios con Corea de sur, ellos nos suministraran la tecnología! Me pregunto: ¿Puede un ser humano o institución disponer con cualquier figura legal la venta, licitación o cualquier figura comercial que le permita desprenderse de estas riquezas de acuerdo a demandas del mercado global?
¿La Constitución DEMOCRÁTICA de Chile prohíbe este tipo de comercialización. En especial el Litio como recurso estratégico, porque está ligado a la energía y la producción de tritio, uno de los componentes de la fisión nuclear, entre otras cosas?
¿Si de prohibirlo expresamente la Constitución DEMOCRÁTICA, se entendería que nuestro país podría estar fuera de la Ley?
¿Si así fuere existe la posibilidad de deshacer el entuerto?
¿Puede una persona o empresa extranjera realizar una gran inversión adquiriendo o licitando un bien natural que no se puede vender ni licitar?
Finalmente, poder advertir públicamente y a todos los actores Chileno y Extranjeros, que cualquier maniobra que atente contra el pueblo atropellando nuestra Constitución DEMOCRÁTICA con sus “agregados o parches convenientes” incorporándole franquicias y exenciones que fueron hechos para beneficios encubierto, muchos de ellos, totalmente desproporcionados, estos serán revertidas en el futuro para todos los Chilenos.
¿Se podría Agregar una pena ejemplarizadora como Alta traición a la patria a todo aquel que se encuentre involucrado en este tipo de soberbia irregularidad?
¿Nuestros políticos leerán esto, podrán centrar esto con la diosa ética?
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