No es ni el trabajo, ni el salario, ni quien provee, lo que en último término debiera preocuparnos, sino que la capacidad de toda la población de acceder a determinados bienes y servicios básicos (no pasar hambre ni tampoco frío, angustia, falta de educación, etc.).
Pero el sistema y los individuos temen perder el trabajo. Hay que mantener los trabajos, es la consigna. Sin trabajo no hay plata, sin plata no se puede vivir. No importa el para qué se trabaja, porque la respuesta de la plata tapa el motivo productivo. Pero en realidad uno trabaja para producir algo, no para ganar plata. Por lo que debiéramos preocuparnos por la necesidad productiva de tener que trabajar tanto y veríamos que no es necesario.No nos interesa socialmente si alguien cuenta con los recursos suficientes para fumar o viajar, pero sí si por ser pobre no puede acceder a una buena educación o salud.
Tampoco es el salario lo que debiera ser nuestro foco. Hay un viejo axioma de la economía ortodoxa que repite como mantra que es preferible pasar plata a las personas necesitadas, que bienes, pues ellos saben mejor que nadie qué necesitan. Así si alguien es feliz gastándose toda la plata en copete, el liberalismo de la filosofía utilitaria nos dice que no es nuestro problema. Pero eso es falso. Nos preocupa la pobreza material porque sin plata no es posible comer, tener una vivienda digna, etc. No nos interesa socialmente si alguien cuenta con los recursos suficientes para fumar o viajar, pero sí si por ser pobre no puede acceder a una buena educación o salud.
Por último, menos debiera importarnos si quien provee los bienes y servicios que realmente necesitamos para vivir dignamente es privado o público. Como decían los chinos, no importa de qué color es el gato mientras cace ratones.
Pero no logramos distinguir medios instrumentales de los fines perseguidos. Entonces no logramos salir de desvelarnos para hacer que sigamos trabajando, abogamos por un ingreso garantizado (en vez buscar garantizar salud, educación, comida, etc), y seguimos discutiendo en un diálogo de sordos si el Estado o los privados.
Pero estamos equivocados: no es el trabajo, no es el salario, ni quién es el proveedor. Mientras no lo aceptemos, vamos a seguir hundiéndonos.
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