El alto nivel de presión que están sometidos todos los sectores sociales, producto del incremento notable de los niveles de cesantía, nos hacen rememorar de forma incontrolada, las tristes cifras históricas de las connotadas crisis económicas de las últimas dos décadas, (Asiática y Subprime específicamente), en las cuales nos vimos envueltos sin posibilidad de escape alguno como frágil país y pobre continente.
Sin duda, las características de aquellos factores causales de esas épocas, no guardan una similitud exacta con los agentes actuales, por los evidentes avances tecnológicos, sociales y culturales. No obstante, lo que no ha variado en el tiempo es nuestra gran exposición y nuestra inmensa debilidad como país frente a estos fenómenos. Si es una garantía actual la adquisición de madurez republicana, a pesar de los grandes brotes de corrupción que nos sorprenden día a día, esta madurez nos hace menos difícil definir y asumir que estos estragos siempre nos han dejado lecciones, como también las dejarán hoy. Impactos directos a la ciudadanía en riesgo social y un marcado retroceso en nuestro camino al desarrollo.Hay que pensar a largo plazo, abrir la mente para el diseño de nuevas oportunidades para quienes se encargarán directa e indirectamente del destino de nuestro país. Pero aquellos resultados serán favorable para el futuro de nuestro país, siempre y cuando, hoy se invierta donde corresponde, es decir, en los jóvenes y en sus talentos.
Lecciones aprendidas que son registradas, evaluadas y archivadas, pasando a formar parte de estudios generales y que extrañamente son usadas como hitos relevantes, como pauta de trabajo por parte de nuestros poderes legislativos y ejecutivos. Con la intención y el deber de legislar e implantar políticas públicas a largo plazo, que nos blinden como país ante los atentados económicos foráneos. Que nos permita actuar con cierta autonomía, esto es tarea de todos. Y todos deben pensar que esa mirada a largo plazo se centra en favorecer y entregar las posibilidades a nuestros jóvenes estudiantes y a nuestros jóvenes obreros, los cuales ratifican su desencanto día a día, con críticas a un sistema que lo único que hace crecer es la desigualdad.
Chile requiere de mano de obra técnica calificada, que facilite la manufacturas nacionales. Una mano de obra que contenga inherente en su formación los factores que inciden en la productividad. Una mano de obra especializada y vital que le de paso a las innovaciones tecnológicas, para que estas sean usadas como vías claras hacia el progreso y hacia una mayor equidad en la distribución de los recursos.
Nuestro principal capital está en estas generaciones, generaciones que buscan oportunidades, que muy dentro de su fuero interno, aman a su país.
El llamado es a aquellos que hoy actúan de forma individualista, privando las instancia y posibilidades de diálogo, a ellos es conveniente conminarles a pensar a largo plazo, abrir la mente para el diseño de nuevas oportunidades para quienes se encargarán directa e indirectamente del destino de nuestro país. Pero aquellos resultados serán favorable para el futuro de nuestro país, siempre y cuando, hoy se invierta donde corresponde. En los jóvenes y en sus talentos.
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