Si no quedamos felices luego de ganar o si no se vive el luto en la pérdida, es difícil aprender a vivir un clásico. ¿La idea es siempre dar vuelta la estadística, cierto? ¿O sólo es un momento para putear al otro, independiente del resultado final?
Que el árbitro es de tu equipo, que el guardalíneas lo hizo a propósito, que se rajaron, que la barra nuestra es más bacán, que si no es por ese foul que dejó afuera a nuestro mejor jugador les pasamos por encima, que si no es porque llueve y la cancha se pone resbalosa y ustedes están más acostumbrados a jugar en barriales, que el gol estaba offside, que si hubiera expulsado a ese cochino defensa habrían quedado con uno menos, que a la Asociación le conviene que ustedes ganen, que los auspiciadores pidieron el triunfo de tu equipo, que sin el autogol no hacen ni uno más y no ganan, que porque el sol le pegó justo en los ojos a nuestro arquero, que sólo porque nos perdimos 5 goles y ustedes llegaron sólo una vez y marcaron, que si no hubiera sido porque ustedes tenían línea de 10, que igual llevamos más gente, que sólo porque teníamos 11 lesionados del equipo titular, que nuestra bandera es más grande…
La verdad, estoy aburrido de los clásicos. De los clásicos pretextos de uno u otro bando para no aceptar el resultado que no conviene. A mí me gusta ganar y me carga perder. ¡Punto! El partido se ganó, empató o perdió, e imposible ganar si se han hecho menos goles que el rival. Así de fácil. Para todo lo demás, la FIFA. O sales gritando feliz del estadio, la fuente de soda o de la casa del amigo, o te pones el tarro y pateas la perra. Simple.
¿Para qué intentar siempre salir ganador si se perdió? Echarle siempre la culpa al empedrado es casi desconocer que el fútbol nos gusta, justamente, porque está lleno de esos imponderables que van más allá de lo netamente deportivo. En el fútbol siempre habrá un patadón descalificador donde el infractor sólo recibe amarilla, un cobro de un offside inexistente, un gol de rebote, una jugada espectacular que termina con la pelota en el palo en vez de entrar, jugadores clave lesionados antes del partido o una cancha que parece potrero. Y ante eso, no nos queda más que aceptar las leyes del fútbol, esas no escritas y que son las razones por las que nos apasiona. En fin.
Si no quedamos felices luego de ganar o si no se vive el luto en la pérdida, es difícil aprender a vivir un clásico. ¿La idea es siempre dar vuelta la estadística, cierto? ¿O sólo es un momento para putear al otro, independiente del resultado final? Porque si cada vez que el adversario se impone en este deporte rico en genialidad y error, golazos y autogoles, bravos defensas y troncos, cracks y paquetes, entrenadores ofensivos y ratones, habrá un motivo para desechar ese partido jugado y no aceptar el resultado, siempre tratando igual de quedar como ganadores, entonces ¿de qué sirve jugar el clásico?
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