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La deshumanización del fútbol

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Valores como la solidaridad y la empatía, el respeto por el sentir del otro, deberían ser aspectos inherentes al fútbol. El fútbol es mucho más que una actividad deportiva que ha tenido un devenir histórico que se incrusta en lo social y lo cultural. El fútbol es el reflejo de un pueblo, es la vida misma.

El 26 de junio de 2013, Rooie Marck vivió el que muy probablemente fue el momento más lindo de toda su vida. Miles de hinchas del club por el cual su corazón siempre latió, el Feyenoord de Rotterdam, Holanda, llenaban versos de cánticos con su nombre, encendían bengalas y desplegaban un enorme lienzo con una ilustración de él. Las bengalas eran, increíblemente, de color verde, el color favorito de Rooie y el del uniforme alternativo de Los Industriales. Los jugadores y miembros del cuerpo técnico hicieron un alto en su entrenamiento y fueron hasta donde estaba él para abrazarle y dedicarle alguna palabra de aliento. Cuando el hombre creía que su corazón ya no podía contener más emoción, los cinco millares de fanáticos que fueron a acompañarle ese día, comenzaron a entonar “You’ll Never Walk Alone”.

Fue sin duda el momento más lindo, estremecedor y liberador en toda su existencia. Rooie tenía 54 años en ese momento. Llegó en ambulancia y camilla hasta el Stadion Feijenoord, pues necesitaba guardar fuerzas para intentar ponerse de pie más tarde, en la cancha. Hacía poco tiempo le acababan de diagnosticar un cáncer en etapa terminal y le quedaban tan solo días de vida. Sus familiares y amigos, en un descomunal trabajo coordinado con la dirigencia del Club Feyenoord, organizaron todo de tal manera que aquél hombre que vivió cada día de su vida por su equipo, tuviera el homenaje que se merecía. Tres días más tarde, Rooie Marck perdió la batalla contra el cáncer y falleció, pero no sin antes haber conocido lo que es la felicidad pura e infinita. Esto, camaradas, es un bello y significativo ejemplo de cómo son las cosas cuando un club se debe a su gente y su quehacer está marcado por el sentir de su gente. Cuando un club es para y por sus hinchas, cosas buenas y hermosas pasan. Es también un ejemplo que invita a pensar en que el fútbol y lo humano deberían estar siempre íntimamente ligados. ¿Por qué? Pues porque es algo que se da entre humanos. Valores como la solidaridad y la empatía, el respeto por el sentir del otro, deberían ser aspectos inherentes al fútbol.

El fútbol es mucho más que una actividad deportiva que ha tenido un devenir histórico que se incrusta en lo social y lo cultural. El fútbol es el reflejo de un pueblo, es la vida misma. Tiene en él, de manera atomizada, lo mejor de la humanidad. Y por lo mismo, el fútbol debe tener, forzosamente, características que sean identificables en el ser humano. En otras palabras: debe ser un fútbol humano. Y he aquí lo trágico: no siempre es así. No pocas veces el fútbol muestra su lado más hostil. No ha sido extraño, y es cada vez más común, contemplar el rostro menos amable e inhumano del fútbol, constantemente recubierto de una gruesa capa de egoísmo y codicia. Y en la medida que el fútbol pierde su carácter humano, se vacía. Y en tanto se vacía, pierde todo su sentido. No hay despropósito más grande que el fútbol por el fútbol.

Antes de revelar hacia dónde apunta realmente este texto, le planteo al lector la siguiente pregunta: cuando va a la cancha, ¿se siente tratado como trataría usted a otro ser humano? ¿Se siente parte de un vínculo que se da entre personas iguales en dignidad y derechos? ¿Siente realmente que su club lo trata como si Usted fuera parte integral de él?

Si es así, todo bien. Deje la lectura hasta aquí. Sin embargo, si en su semblante se dibuja una mueca de duda y la respuesta se le atolondra y no termina de emerger, es posible que lo que sigue a continuación le haga algún sentido. Porque esa es la inquietud sobre la cual aquí se escribe. Durante mucho tiempo una pregunta me ha revoloteado en el pensamiento. Una pregunta que se cierne con forma de duda y temor al futuro en tanto voy distinguiendo algunas pistas, atisbos de respuesta. Una pregunta que tiene que ver con el destino de nuestro fútbol: ¿qué es lo que sigue? ¿Cuál es la siguiente fase en el desarrollo de la actividad que tanto amamos? Mas para intentar vislumbrar qué sigue, primero es necesario tener claro qué hay hoy y recodar todo cuanto hubo ayer. Veamos. La primera gran revolución que experimentó este deporte fue el de su reglamentación.

Ya en los estertores de la Edad Media el fútbol ensayaba sus primeros balbuceos, principalmente en las islas de Gran Bretaña. En ese entonces, siglos atrás, no existía –el– fútbol, sino que existían los fútboles. Se jugaba de muchas maneras, dependiendo de la ubicación geográfica de los jugadores. Hasta se podía usar las manos y la violencia no era problema. Solo en 1848, en la Universidad de Cambridge, y gracias a la iniciativa de dos visionarios: Henry de Winton y John Charles Thring, nace lo que hoy conocemos como fútbol (si bien no era exactamente igual a lo que disfrutamos hoy). Ellos y otros doce representante de distintas instituciones educativas se reunieron a dirimir un reglamento para lo que, hasta ese entonces, se había jugado de forma desorganizada y “como cada cual quisiera”. Poner reglas a una actividad que había nacido de manera espontánea parece, quizás, algo contraproducente, pero se hacía necesario y fue fundamental de cara a la organización y desarrollo del juego en torno a competencias. Los campeonatos surgen poco después, y no habrían sido posible sin un código común al que todos pudieran apegarse. No pasó mucho tiempo para que la popularidad del deporte, conjuntamente con el prestigio puesto en juego de tan elitizadas instituciones educativas, llevara a considerar la necesidad de que los jugadores se dedicaran en plenitud y exclusividad a esa actividad.

Nacen así los equipos de fútbol profesional y, rápidamente, aquello que era percibido como fuente de desigualdad, se trasformó en norma. Fue así como en 1885, también en Inglaterra, se oficializa la profesionalización del fútbol. Esta, la profesionalización, es la segunda gran revolución del balompié. Apenas tres años más tarde, desde 1888 en adelante, comienzan a nacer las primeras ligas. Con estos dos hechos la historia del deporte cambiaría para siempre. La práctica del fútbol ya había sido internacionalizada desde hacía muchos años antes, por lo que no transcurrió mucho tiempo para que estos hechos comenzaran a replicarse alrededor del mundo. Chile, obviamente, no sería la excepción. La primera liga en nuestro país nace en 1895, pero fue solo en la década del 30 cuando el fútbol se hace profesional, y a medias, porque no era algo permitido. Sin embargo, ya en 1933 nace el fútbol profesional como tal, en un intento de las autoridades por normar todo. La inclusión del dinero en la ecuación generaría efectos positivos y negativos. Con jugadores dedicados al ciento por ciento a la actividad, la mejora del espectáculo fue sustantiva. Pero al mismo tiempo generó un negocio que con los años se mostraría sumamente lucrativo, lo cual nos lleva a la siguiente gran fase en el desarrollo del fútbol.

Tras la profesionalización vino la mercantilización, la tercera gran revolución. El fútbol se comienza a percibir como una grandiosa oportunidad para invertir y obtener réditos a partir de esas inversiones. La popularidad del juego y la fidelidad de los fanáticos generaron el escenario perfecto para quienes estuvieran dispuestos a invertir algunos pesos y cosechar luego grandes sumas. Las entradas a los encuentros serían solo el primer paso. Luego a alguien se le ocurrió que era viable obtener dinero con la indumentaria deportiva y distintos accesorios: desde zapatos hasta pelotas, pasando por calcetas, cubrecamas, tazones, llaveros, etc., todo es vendible si le pones encima el escudo de un club que signifique algo para alguien. Otras marcas, muchas veces ajenas al deporte, también tienen su parte. Marcas de cerveza, compañías de energía eléctrica, de telecomunicaciones, lo que sea: todos tienen cabida en el negocio, siempre y cuando tengan el capital para entrar y ganas de publicitar su nombre en camisetas y letreros estáticos. Pero no termina ahí. Los actores que pueden obtener una porción son factibles de ser encontrados en diversos ámbitos: clínicas deportivas, representantes de jugadores, empresas de seguridad de eventos, televisión (a través de derechos de transmisión y, con ganancias mucho mayores, de derechos de exclusividad), empresas de confección y comercialización de entradas y un larguísimo etcétera. Piénselo: hasta las marcas de golosinas pueden obtener lo suyo si se animan a producir huevitos de pascua con motivos futboleros. La danza de los millones admite a muchos. Es un baile en el que nadie sobra. Excepto la gente común y corriente, claro está, que ni siquiera por ser accionista de una S.A. administradora de un club llega a obtener algo más que migajas. Lo anteriormente señalado, el enorme flujo de dinero, no es algo malo per se.

El dinero, así como el poder, no es algo malo en sí mismo, como tendemos a creer. Lo realmente malo es lo que se puede llegar a hacer con el dinero o el poder, sobre todo cuando se pierden las perspectivas. Y eso es justamente lo que ocurre con el fútbol. Sucede que es un negocio tan lucrativo, que parece no tener límites. Con eso en mente, las perspectivas cambian y las prioridades se pierden o distorsionan. Tal es el drama del fútbol actual, el llamado “fútbol moderno”. La sustentabilidad económica se convirtió en el fin, y dejó de ser un medio para lograr la realización de proyectos de carácter social. Las personas que daban vida al fútbol, principalmente hinchas y jugadores, pasaron a ser solo peones, piezas, simples herramientas mediante las cuales se pueden obtener ganancias. Lo que ocurra o deje de ocurrir con ellas no es relevante porque, sorpresa, la pasión que sustenta su fanatismo y el atractivo intrínseco del juego siempre van a estar allí. Lo que sea que les pase a las personas, no afectará a la máquina que mantiene el flujo de dinero. Estamos, pues, me parece a mí, en la etapa en que se superponen lo más álgido de la mercantilización y lo que prosigue naturalmente de ella: la deshumanización.

¿Se acuerdan de Rooie Marck? La suya es una historia tan linda, que resulta extraña y ajena a esta era y a este lugar en los cuales nos tocó vivir. Pareciera venida desde épocas pretéritas. Es como una anomalía. Y lo es porque, especialmente en Chile, las personas -como tales- no son un eslabón relevante en la industria. Esto no deja de ser increíblemente paradójico, porque las personas solo somos relevantes en la medida de que paguemos, ya sea una entrada o un abono a un determinado canal que posea los derechos de transmisión de los partidos. O sea, ¡no podríamos ser más importantes! Y sin embargo… No importamos. Sucede que en Chile, para quienes ostentan el poder económico sobre el fútbol, no somos seres humanos, no tenemos historias, no tenemos un relato, no somos parte de una cultura; solo somos el engranaje que echa a andar toda la maquinaria mediante el pago por un servicio. A los ojos de la Bestia del mercado, solo somos clientes. No le interesa, no le sirve que seamos más que eso. Nos ha tocado vivir en una era en que los “clubes” no tienen socios. Y no los tienen no porque no haya voluntad de asociarse, sino porque la participación ciudadana complica los intereses de quienes se han hecho con el poder económico.

Los socios les resultaban nocivos, así que buscaron métodos, sin importar cuán espurios pudieran llegar a ser, para eliminarlos y dejarlos reducidos a su mínima expresión y máxima funcionalidad: pagar dinero. Los otros actores principales, los jugadores, tampoco pueden actuar como entidades que, ante todo, son seres humanos, es decir: cuentan con opiniones, sentires, deseos y anhelos. Si los hinchas no tienen voz, los jugadores tampoco. Lo que sí tienen es una grotesca cláusula en sus contratos que les impide pronunciarse sobre temas que pudieran resultar conflictivos para los intereses de sus empleadores. Así, el jugador queda reducido también a su más mínima expresión: jugar y ser el tipo que maravilla al hincha, para que éste finalmente pague. Una jugada maestra del mal.

La mercantilización del futbol llevada a su extremo causó en Chile la extinción de los clubes. Con la Ley de Sociedades Anónimas el fútbol pasó de ser un constructo socio-cultural y folklórico, a un bien de consumo. Eso a su vez produjo la desnaturalización de los sujetos por cuanto se les despojó de manera simbólica y real de sus identidades. No somos parte de un entramado social, somos parte de un circuito económico. Y cuando esto pasa, la gente da lo mismo. Da lo mismo y entonces se dan situaciones como que alguien que defendió por 17 años el color azul, en 539 veces, tenga que andar mendigando entradas para poder ver al equipo que tanto ama. Se da, por ejemplo, que los estandartes del mejor equipo de la historia, el Ballet Azul, pasen sus días finales en el más absoluto abandono y, en algunos casos, en una profunda miseria económica. Se da, por ejemplo, que se vulneren los derechos humanos de los hinchas en los ingresos al estadio, con vejámenes de todo tipo. Se da, por ejemplo, que si un hincha vive una tragedia, sean los propios hinchas los que deban andar organizando bingos y rifas para ir en su ayuda, porque a la concesionaria no le interesa en lo más mínimo ese hincha como para hacer algo por él.

Ocurre, por ejemplo, que veten de forma arbitraria a determinados hinchas sin motivos reales y les prohíban entrar al estadio. Pasa, por ejemplo, que prometen un estadio y luego, como si nada, desestiman su construcción y dejen a miles de hinchas, de nuevo, con los sueños pulverizados. Ocurre, por ejemplo, que saquen una polera con un lema que reza “una estrella cambió mi vida”, contraviniendo el sentir histórico de todos los hinchas. Se da, por ejemplo, que quieran acallar nuestra voz. Se da toda clase de situaciones en donde todo lo que nos define como seres humanos es pisoteado y corrompido. Y esto es lo que me aterra: que esta deshumanización se naturalice, que en 10 o 15 años esto nos parezca perfectamente normal. El día que eso pase, todo habrá dejado de tener sentido.

Ahora bien, téngase presente que la deshumanización (entendida como la pérdida de aquellas cosas que nos definen como seres humanos) no es algo que quienes ostentan el poder practiquen de manera exclusiva. Si se me permite inventar una nomenclatura, ellos son los deshumanizantes y nosotros los deshumanizados. Pero hay algo curioso: los deshumanizados, que no adquirimos esta característica por acción única del fútbol sino por un conjunto de factores propios de la complejidad de nuestra sociedad, también pueden ser deshumanizantes. Los hinchas también entramos en ese juego y lo practicamos con nuestras propias perversiones. Los que fueron a rayar el muro frente a la casa de Patricio Rubio, ¿pensaron en el sentir del jugador? ¿Pensaron en cómo afectaría eso a su hijita y a su señora? Los que lo avalaron luego, ¿pensaron en eso? Los que dedicaban cánticos al fallecido Raimundo Tupper, ¿se habrán tomado esos dos o tres segundos extras para pensar que el jugador cruzado dejó una familia en este mundo, que sufre con su ausencia cada día que pasa? Los que tratan de “zorras” y “monjas” a la contra, ¿pensarán en cómo se siente una mujer –cualquiera sea ella– al escuchar que utilizan el hecho de ser mujer como una ofensa? Los que tratan a otros hinchas de “simios” cada vez que incurren en una actitud que no resulta “ejemplar” a los propios ojos, ¿entenderán los matices fascistoides que hay en el querer excluir a otros? Cosas como esas son también las que pasan cuando se pierde de vista el hecho innegable de que el fútbol tiene por contexto primario lo humano.

Es un juego que vive en ese espacio que existe entre las personas, cuando se pierde eso, se le despoja de su sentido esencial. ¿Y por qué es importante que nosotros entendamos y no olvidemos jamás que el fútbol es una actividad eminentemente humana? Porque ellos no lo van a entender nunca. Y si nosotros no lo entendemos y no lo asumimos como verdad suprema, el fútbol está irremediablemente condenado a perderse en la banalidad y en lo fútil del dinero. En 20  años más, no habrá hinchas de un determinado Club, sino adoradores de una marca. De solo pensar en la enorme cantidad de niños y jóvenes que hoy son fanáticos de la “marca Barcelona” o la “marca Manchester City”, un frío glaciar me recorre la espina. Además, y es esto lo más importante: el fútbol es un espacio de lucha, de encuentro, de creación y transformación social con base en la solidaridad y el entendimiento. No habrá una recuperación de los clubes chilenos en tanto no haya diálogo con(tra) la bestia monstruosa a la cual nos enfrentamos; y no habrá ni siquiera oportunidad de enfrentarse en tanto nosotros, los hinchas, no dialoguemos entre nosotros primero. Y para dialogar debemos sentarnos y vernos las caras, reconocer la voz del otro, entender que él o ella tiene los mismos sueños y anhelos que yo. Hay que re-humanizar lo que hacemos, lo que amamos, o lo perdemos.

Un esperanzador paso es lo que se está dando hoy en día, con intentos por articular una fuerza que permita luchar por las transformaciones sociales y generación de conciencia que cimenten la recuperación del Club de Fútbol de la Universidad de Chile. Y es realmente conmovedor ser testigos de que esta lucha tenga un carácter eminentemente humano, pues rescata el valor de cada persona para la refundación del Club, la que, no les quepa duda, llegará más temprano que tarde. Si algún día hemos de volver a ser un Club de la gente, para la gente y por la gente, lo haremos entre todos. Yo no quiero una despedida como la que tuvo el gran Rooie. Honestamente, no aspiro a que en la víspera de mi muerte, en esa, la hora más oscura de las que pueda haber vivido, las luces de las bengalas me alumbren los pasos en el último tramo del camino. No espero que alguien cante mi nombre. Tan solo me gustaría que el Club por el cual tanto di, recuerde que existí. Que mi nombre no se pierda en la inmensidad del tiempo. Mi nombre: no en una base de datos en un disco duro, sino en una nómina de socios, guardada en un viejo archivero con un grueso velo de polvo. Incluso con eso me conformaría. Qué lindo sería.

TAGS: Fútbol

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04 de septiembre

Interesante el paradigma que propone el artículo. Cuando nos reconocemos como seres humanos y no consumidores se hace fácil y grata la lectura, comparto a plenitud gran parte de las reflexiones (incluso la camiseta puesta, por que de otra forma no seria realmente humano, sería objetivo), pero siento que habría que darle una vuelta mas larga a la introducción del poder y el dios dinero en la articulación de la marginalidad y la extrema violencia en la última revolución y esto se refiere a la violencia y la falta de respeto en barras identificadas como «bravas». Queramos o no, se ha desvirtuado «el puro goce goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad» en palabras de Galeano.

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