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Un canto color violeta en tiempos de pandemia

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Estos tiempos suenan. Sólo hay que escuchar. La experiencia de hoy, similar al 18 de octubre de 2019, se vive como la proximidad de un acontecimiento. Pareciera oírse in creciendo, desde el fondo de los avatares políticos de nuestro tiempo, Carmina Burana Acto I “Fortuna, Emperatriz del mundo”, el manuscrito nos canta así: « ¡Oh, Fortuna, como la luna, de condición variable, siempre creces o decreces! ¡Vida detestable!». En su totalidad ese primer acto introductorio nos envuelve en una atmósfera que no es necesariamente nuestra particularidad y realidad chilena, sino que la de todos. Se acrecienta, estira y contrae una tensión que se extiende por el aire de forma eléctrica. La «Rueda de la Fortuna» gira próxima a la bifurcación: rechazar o aprobar. Tensión elevada que lentamente se consuma.


Amiga de los estudiantes y su fuerza juvenil, amiga del viento, del fuego y del astro, del lucero de la mañana y de la lluvia, sus amistades están en el jardín y el cantar de los pájaros, no en vano agradece a la vida

Desde el estallido social y rebelión popular que no ha cumplido un año, el vértigo se apoderó de un espíritu transversal de ciudadanos y ciudadanas, que hastiados de la desdicha, miseria e infortunio que el sistema neoliberal crea como condiciones de existencia, además de estar encadenado a una constitución antidemocrática y abusiva, se sublevaron ante eso mezquino llamado «vida». Pesado suspiro. Ese vértigo no es mareo ni aturdimiento, más bien giro y movimiento; vertiginoso y desbocado como un río y su cauce. Por supuesto, sustentado no en la nada, sino en la propia historia. El eco de Mariano Puga aún vibra: «El despertar no tiene que morir nunca más».

Plaza de la dignidad y advenimiento del COVID-19, de la tempestad estrepitosa al silencio ensordecedor; de los colores vivos, la música, los cantos, la multiplicidad de consignas, la rebeldía y fuerzas en combate, una mezcla extraña, como todo lo singular, entre carnaval y conflicto, desviado todo por una fuerza natural hacia la pausa, la resta, la espera forzosa. Tránsito del ámbito de la vida, a la esfera de la muerte. Tiene razón Heráclito al sentenciar que «La guerra es la madre de todas las cosas». En ambas órbitas entrelazadas, vida y muerte, el sistema neoliberal fundido con la ideología pinochetista, en unos sin ocultamientos en otros enmascarada, se ha desnudado ante nuestros ojos, mostrando una verdad horrorosa, sencilla y grosera: ¡trabaja, produce y muere! Equivalente a la desigualdad social y las fronteras internas de la sociedad, la pandemia sólo terminó por mostrar lo que siempre ha estado allí: la desproporción medieval de quienes pueden vivir y quienes son rechazados hacia la muerte.

En el silencio del confinamiento a raíz de la pandemia, posterior a la algarabía de los días del estallido social, en ese transitar de la esfera de la vida a la esfera de la muerte, creo que persiste una deuda enorme que ni cantos, performances, banderas o lienzos supieron relevar. Himnos como «El pueblo unido» y «El derecho de vivir en paz» son incuestionables, pero la voz de la poeta Violeta Parra y su canto trágico me parecen titilar. Su voz es necesaria porque porta los tambores de nuestros dolores, deseos y alegrías. Su tragedia acarrea un sentido afirmativo no solamente triste y doloroso, sino que su fuerza se extrae del sufrimiento que canta a la diferencia, vigor inmenso para decirle un gran sí a la vida. Su grandeza, si me atrevo, está en que ama la profundidad. Su amor es vasto, también su maldecir. Ni mandatario, ministro, vicario o santo padre, Dios, astro, luna, sol, mar o cordillera de los Andes se salvaron de su cólera por sus falsas promesas. Dice «¡Cuánto será mi dolor!» pero como se lamenta, se levanta; mirando al conflicto directo a los ojos. No olvidemos su llamado sagrado a los araucanos para vencer el quejido y alzarse sobre la pena, tampoco su justo enojo cuando sentencia: «Hace falta un guerrillero».

Alma intempestiva, pero no inactual. La diferencia, como un abismo, está en que tensa sus poemas a un registro completamente distinto, allí donde un poeta pronuncia sus palabras con actitud lánguida, perezosa hasta bordear el bostezo, siempre a ras del suelo con intervalos elevados, Violeta sobrevuela ligera desde las alturas; saltando, riendo, llorando, absorbiéndolo todo y otorgando sentido a las cosas en cada palabra enunciada. Su honestidad estremece y es equiparable al animal. Amiga de los estudiantes y su fuerza juvenil, amiga del viento, del fuego y del astro, del lucero de la mañana y de la lluvia, sus amistades están en el jardín y el cantar de los pájaros, no en vano agradece a la vida. El devenir lo acepta, el porvenir lo juzga.

Allí donde unos leen, ella no es capaz sino de interpretar un canto desgarrador, su ¡ay! que también desborda jovialidad. Su simpleza radica no en la confianza henchida de sí misma, sino en la franqueza de su verdad. El ímpetu necesario para correr el velo de las cosas y proferir mediante símbolos serenos lo que queda al descubierto, no es posible sino mediante un lamento. Certero sollozo, ni prolongado ni escueto, musguito que crece en la piedra, brota al mirar lo que tocan las palmas de su mano, el enredo de un beso, las pérdidas, la miseria y los desencuentros, forjando un espíritu intrépido y adolorido en las entrañas de un volcán, dando forma a una naturaleza idónea  para la dicha y el quebranto. Digna contrincante de los gemelos Fobos y Deimos, hijos de la guerra y el amor. Miró de frente la naturaleza y la vida, vislumbró todo: goce y tristeza, vida y política, muerte, ilusión y realidad, tierra y cielo. Como si el cosmos tuviera lenguaje una vez más, Violeta canta en metáforas justas que encarnan al mundo. ¿Por qué no? Despedaza la esencia de la naturaleza de Heráclito que «ama el ocultarse», derramándose y donándose a sí misma en su lamento esparcido de ¡doble tormento!

Su canto nos llega desde no tan lejos, dando cuenta del tiempo circular más que horizontal, arriba como una voz iracunda y legítima de nuestro presente. En su espaciosa lamentación se aprecian gran parte de las consignas actuales, de ahí que su vigencia es innegable, pero extrañamente su canto color violeta no ha sido articulado con el ahínco y la fuerza que otros himnos han recibido. El asombro proviene al considerar sus propias palabras, su canto a la vida, no como brasas tibias, sino como fuego ígneo de color púrpura, el cual, ahora más que nunca debe dejar la intermitencia por la intensidad. Aquí es cuando su presencia me envuelve. El escenario está dispuesto, el nerviosismo aumenta, de pronto un espasmo inocente, una tos a lo lejos rompe la atmósfera estática. Violeta observa. La contemplo distante imaginándola con mirada pétrea, simple y señorial, entonces, se lamenta con voz hipnótica, báquica; la guitarra suena, la respiración se corta, la quietud es obligatoria. Embriaguez.

No busco causas ni tornar ésta apreciación en una especie de tesis. Muy lejos de eso, el propósito se fundamenta en relevar a una figura que considero noble representante de nuestro malestar actual. Estos tiempos sonoros portan, a través de ella, una música de esperanza colmada de porvenir. Pajarillos y pajarillas vienen trinando en su voz que dice: «Me gusta la vida, florido rosal, sus bellas espinas no he han de clavar y su una me clava, qué tanto será». Estos tiempos claman un canto a la vida que continúe mostrando las injusticias y también por qué no cierta utopía. La atracción bella que valora y juzga la vida no para denostarla únicamente, sino para extraer de aquella una fuerza vital que explote en una contestación; diagnóstico y respuesta, nueva valoración. Y aquí estamos, tensión culmine, inquietud que invita a no dejar las acciones a la arbitrariedad y tiranía de la «Emperatriz del mundo». Dos caminos, una esperanza. Que el canto que viene de lejos no se lo apropie la fortuna, que Violeta nos acompañe en el canto colectivo, después de todo ella reconoce en «el canto de ustedes que es mi mismo canto» el canto de todos que es su propio canto, un impulso que se resiste al sometimiento y el olvido. Un canto color violeta para afirmarnos en la memoria y lanzarnos a lo desconocido.

TAGS: #Coronavirus #VioletaParra

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