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¿Qué se premia cuando se premia?

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Pocas veces, en la historia del Premio Nacional de Literatura, habíamos asistido a un despliegue tal de trabajo como el que se ha dado en estos meses a favor de una candidatura, la de Isabel Allende.

En esta semana, nos hemos enterado de que el editor Pablo Dittborn (sí, del sello que publica a la autora) encabeza una poderosa maquinaria de lobby que puso de su lado incluso a Ricardo Lagos. En la anterior, la escritora Elizabeth Subercaseux se manifestó en duros términos contra quienes favorecen otros nombres e hizo un despliegue de desmesura a la altura del realismo mágico, sin justificar una afirmación tan tajante como que Isabel Allende “posee una estatura moral e intelectual que ningún personaje de nuestro país tiene en la actualidad” (aun si así fuera, ¿qué tiene eso que ver con los premios literarios?). Y, en estos días, veinte senadores han difundido una carta de respaldo a la candidatura en cuestión, cuya pobreza argumental no logra resolver por qué puede ser relevante para el jurado el gusto literario de nuestros parlamentarios.

Para mejor situar en qué perspectiva se inscribe la narrativa de Isabel Allende y deducir desde ahí si tiene los méritos necesarios para recibir el Premio en discusión, quiero partir por el ensayo más sugerente y provocativo sobre literatura latinoamericana que he leído en los últimos años. Lo escribió Francesco Varanini, un antropólogo y periodista italiano, así que no fue obra de profesores de este lado del mundo ni de académicos de universidades estadounidenses, y ni siquiera de especialistas en literatura. El valor de Paseo literario por América Latina radica precisamente en su carácter excéntrico, en su articulación desde un territorio fronterizo que le permite moverse con singular libertad; y también en que se trata de una mirada expresamente europea que intenta reflejar, de la mejor manera posible, cómo se ve desde allá la literatura latinoamericana; aunque no está de más decir que también se trata de cómo se consumen libros producidos en estas latitudes en el megamercado editorial del viejo continente.

Esa excentricidad lleva a Varanini a perder el respeto hacia las figuras más consagradas de la literatura regional. Con múltiples ejemplos demuestra, por ejemplo, la decadencia en la producción de Gabriel García Márquez, quien, desde la cumbre que alcanzó en El otoño del patriarca, ha derivado en una escritura cada vez más codificada y petrificada en los mismos gestos expresivos. Él lo llama “lenguaje nobelmarquiano” y rastrea sus huellas no sólo en la obra del Premio Nobel de Literatura, sino también en sus biógrafos, en sus familiares y hasta en periodistas italianos que simplemente apelan a los giros estilísticos del maestro para reincidir en una mirada estereotipada sobre la realidad latinoamericana.

Cito a Varanini de manera extensa, para ejemplificar mejor el punto:

“El estilo, que definiríamos como nobelmarquiano, se nos muestra como una máquina retórica codificada, fácil de montar y desmontar: oldsmobiles prehistóricos que se deslizan silenciosos rozando el borde de las tinieblas, camiones americanos, espantosos, asesinos, mecánicos, perturbados por la locura, océanos de piedras y de brumas, magos de la luz, infiernos originarios, pacientes cazadores de mariposas invisibles, llegadas improbables como la lluvia, colores febriles, indias de ojos oscuros, callejuelas polvorientas, la premonición de los cañaverales, glorias, leyendas, enigmas, sabiduría, visiones totalizadoras, cóleras homéricas, fábulas del pasado y riadas de adjetivos: todo es infinito, inmenso, invencible, increíble, irresistible, incansable, implacable, férreo, tenaz, triunfal, colosal y milimétrico, perpetuo. O, en el lado opuesto, extravagante, impúdico, espantoso, triste y peligroso, alucinante, alarmante, incauto, oscuro”.

Y si incluso el García Márquez maduro no es más que un epígono anquilosado de sus pasadas glorias, con cuánta mayor razón lo son quienes siguen el camino de la apropiación de su estilo, añadiendo apenas una ligera cuota de originalidad o de cambio en la ubicación del exotismo. Porque, en realidad, bien poco importa si la narrativa de Isabel Allende, tocada por la desmesura y la hinchazón imparable del adjetivo, ocurre en Valparaíso, San Francisco, Caracas o Santiago de Chile: cualquier lector la reconocerá en esa “máquina retórica codificada” que Francesco Varanini describe en el párrafo citado más arriba y su origen, especialmente en la margen europea del Atlántico, se perderá en una zona indiferenciada que queda más o menos alrededor del Ecuador.

Conviene tener presente lo anterior a la hora de considerar qué se quiere resaltar, destacar o valorar con este Premio. Especialmente delicada es, en esta línea, la comparación con Gabriela Mistral que hacen, entre otros, los senadores de la República que apoyan a Allende. Cuánta liviandad hay al referirse al “pago de Chile” en ambos casos. De un lado está una maciza obra poética y una obra en prosa cuyos ecos castizos renovaron profundamente la manera de enfrentar la escritura en castellano a ambos lados del Atlántico; de otro, una escritora que trabaja sobre una máquina codificada, que entrega al lector textos pre digeridos que no representan ninguna exigencia ni plantean más desafío que dejarse llevar por el bien aceitado engranaje nobelmarquiano.

Si lo que se quiere es distinguir a una persona que ayuda a que la marca Chile se posicione mejor en los mercados internacionales, está bien: Allende, como destacan los senadores, ha vendido más de 51 millones de copias y en las solapas de los libros se indica que ella nació en Chile. El reconocimiento oficial vendrá a coronar un fenómeno efectivamente excepcional y de innegable sintonía popular. En cambio, si lo que se quiere es premiar excelencia literaria –entendida como la creación de obras perdurables que renuevan profundamente el lenguaje e iluminan zonas reveladoras de aquello tan esquivo que denominamos identidad nacional-, el premio a Allende parecerá, con el paso de los años, un paréntesis de motivaciones ajenas al juicio estrictamente artístico, una cesión espuria a favor de la fama y la popularidad.

* Lee las respuestas a esta columna: 

Haciendo gárgaras con las palabras, por Elizabeth Subercaseaux

Más de Allende y Eltit, por Gustavo Faverón

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Foto: Libro: La isla bajo el mar – rodcasro 

 

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09 de julio

Es verdad que los premios «nacionales» se han vuelto una competencia que además de premiar a un autor, premian la máquina lobbista que auspició al premiado. Esto es particularmente evidente en la creación literaria (y no tanto en los premios de ciencias sociales). Al parecer, los procedimientos de selección (el lobby) son los viciados. Pero si se trata de calificar la obra «literariamente» también nos encontramos con un problema. Que vale más, ¿el volumen de lecturas (o lectores) o el juicio del especialista? ¿Definimos la obra de un autor porque es «perdurable», «renueva profundamente el lenguaje» e «ilumina zonas reveladoras de aquello tan esquivo que denominamos identidad nacional»? (¿y quién define eso?); ¿o la definimos por la lectura que hacen miles y miles de personas, que se apropian cada una a su manera de cada libro del candidato al premio, que se identifican y se reconocen en sus textos, que los disfrutan, cada cual a su manera, sin pensar si están ante una «renovación del lenguaje» (aunque se reconozcan en el lenguaje), sin sentir que «ilumina» su «esquiva identidad nacional», aunque sea ella (su identidad), la que cada uno vive, siempre a su manera, la que hace que la obra del escritor se sienta como propia? El tema da para mucho. En el fondo, más allá del lobby, este debate es un enfrentamiento entre la construcción de un discurso acerca de «lo que debe ser» la literatura, y la percepción del lector, del que en definitiva se «ilumina» íntimamente con la lectura, del que vive su identidad (y que no le resulta esquiva) y desde ella vive y se conmueve con el relato del escritor.

09 de julio

Esta polémica es bien vieja, y da la impresión de que no va a parar hasta que a Isabel Allende le den el premio. Con la salvedad de que en esta ocasión, como bien expresa Rodrigo Pinto, el lobby que se ha desplegado a favor de Isabel Allende ha ganado mucha fuerza y ha trascendido las fronteras de lo meramente editorial y literario, sumando a políticos (lo que no sorprende a estas alturas, cuando en el poder está un gobierno que no reconoce, ni quiere reconocer fronteras entre el poder politico y el económico), muy distinto de como era antaño, cuando la causa isabelallendista era respaldada solamente por algunos escritores más bien tristones (las redes sociales y la web 2.0 aún no penetraban como lo han hecho hoy, así que no era posible captar el «clamor popular» de esta pasada). Es más, basta recordar un programa de debate de TVN, donde hace unos pocos años este mismo tema se sacó a colación, y el único defensor de Isabel Allende era el sociólogo Pablo Huneeus (quien a estas alturas está convertido en el Ena Von Baer de Isabel Allende), y el principal argumento para respaldar su defensa era que Isabel Allende es la escritora chilena que más libros vende en el mundo. En ese mismo espacio se hizo un contacto en directo con el poeta Armando Uribe, quien, en su particular estilo, fustigó la obra de Isabel Allende.

En ese sentido, no sorprende que la última premisa sea casi la única que siga predominando con el tiempo (también se puede esgrimir que Isabel Allende hace literatura «entretenida»), puesto que los méritos de Isabel Allende son comerciales antes que literarios. Así las cosas, bien podría recibir el premio en un seminario Icare, de manos de alguna cámara de comercio, de alguna asociación de editores, o derechamente de Prochile, ya que, en efecto, Isabel Allende se ha transformado en un producto estrella de exportación, y como tal, vale sobre todo por volumen. Y si se va a premiar a gente productora de libros que puso el nombre de Chile en todo el mundo, mucho cuidado, que en esa misma liga está Augusto Pinochet, sin contar que la triste creencia de que seremos un mejor país mientras más nos conozcan en todos lados, pone de manifiesto, una vez más, nuestro rampante provincianismo.

Concuerdo con lo que se expresa en las frases en negrita del artículo, lo que fue también dicho hace unos días cuando The Clinic puso frente a frente a las candidatas más fuertes a la medallita, esto es la mentada Allende v/s Diamela Eltit (supuestos epítomes de «lo comercial» y «lo literario», respectivamente), donde gente del mundo libresco dirimió en favor de la esposa de Jorge Arrate, dados sus méritos literarios, en detrimento del carácter comercial de Allende. Acá un comentario a lo que señala Elizabeth Subercaseaux en su columna publicada por El Mostrador, dice ES: «Dos son los argumentos que suelen esgrimir unos pocos escritores chilenos para negarle el Premio Nacional de Literatura a Isabel Allende: que es una escritora de tono menor y que sus libros son best-seller, insinuando que ella se ha entregado al mercado.». Diría que Isabel Allende no se entregó al mercado, sino que el mercado la capturó y la hace funcionar en su lógica. Sumo una frase de la carta de los honorables senadores: «(Isabel Allende) ha tenido la capacidad de llegar hasta donde todo escritor aspira: el corazón de millones de lectores que se identifican con sus estilo, con sus personajes y con sus historias», de esta frase -rayana en la cursilería que tanto se la achaca a Isabel Allende- se puede extraer que los senadores firmantes no tienen la más peregrina idea de cómo son los escritores.

Isabel Allende arrasa por goleada en todos los concursos de popularidad. Pero como el Premio Nacional de Literatura -idealmente- no está destinado a elegir al mejor compañero del curso y cuyo fallo debiera estar a cargo de un panel de expertos -para usar una frase de moda- en el tema, la autora de «La casa de los espíritus» simplemente no da el ancho. En términos literarios, escritoras como Diamela Eltit vienen hace años empujando las fronteras literarias, renovando el lenguaje y descubriendo nuevos territorios, mientras que Isabel Allende se ha estancado (de consuno con su sello editorial, seguramente) en una fórmula de mínimo esfuerzo que es un golazo comercial de mediacancha. Este equipo viene ganando hace mucho tiempo, y para qué cambiarlo, si sigue dando réditos.

Isabel Allende no es una escritora (o «escribidora» como la retrató Roberto Bolaño), es una corporación, un holding exitoso del mainstream editorial. Y sus habilidades (curiosamente coincidentes con las de quien se calzó la banda presidencial el 11 de marzo de 2010) residen en que encontró una fórmula para que la gallina expeda periódicamente huevos de oro sólido. Eso no es para nada fácil y tiene todo el mérito del mundo, pero la literartura no tiene nada que ver en ese ejercicio. Pero los árboles hace rato que borraron el bosque, y ya las equivalencias ventas = calidad literaria, y chilen@-famos@-en-el-mundo = calidad literaria parece que se apernaron en el inconsciente colectivo.

Un punto final: se ha dicho que el tiempo será el árbitro final e incuestionable en este contubernio, y que serán los años los que indicarán la calidad de Isabel Allende, y que si ella es, en efecto, una mala o buena escritora; los años se encargarán de borrar su obra ante el supuesto desinterés de generaciones venideras, o de hacerla perdurar en caso contrario. Pues bien, dado que la industria editorial se ha desarrollado en las últimas décadas tal vez más que nunca, ese tiempo será bien extenso, pues con los millones de ejemplares de Isabel Allende que pululan en todo el mundo, su presencia seguirá siendo prolongada. Y parece que esta chimuchina también.

09 de julio

Me tocó leer a Isabel Allende por primera vez a los 16 años, en el colegio, y ya entonces me pareció agobiante y tramposa. Me quitó la ganas de leer libros por muchos años. Pero aún así, siendo ningún fan de su obra, la pregunta del título va al corazón del asunto y lleva a una contrapregunta natural: ¿por qué no? ¿por qué no Isabel Allende si ya desde hace muchos años este ha demostrado ser cualquier cosa menos un premio al talento artístico, y menos aún, un premio a la resonancia internacional de una obra? ¿Por qué negárselo como castigo a alguien que de verdad lo quiere, y estará orgulloso de recibirlo? ¿Por qué esa maldad del medio literario nacional? ¿Para qué quitarle el gusto a las nuevas autoridades de sentir que esta es la nueva forma de premiar, el premio decidido con criterios objetivos y medibles (libros vendido, paises donde ha publicado, idiomas al que ha sido traducida) y no por ese sospechoso e inentendible criterio de gusto artístico de unos pocos elegidos llamados a sí mismos expertos, y que creen saber más que nosotros, los que leemos un libro al año, y apenas las 10 primeras páginas? ¿Para qué tanta maldad? Qué se lo lleve Allende. Y el próximo año, Marcela Serrano. Y Jodorowsky, no nos olvidemos, el mago bueno de la psicomagia maravillosa. Total, tampoco tenían pensado darselo a Juan Radrigán, ¿no?

10 de julio

Mi primer recuerdo de la Casa de los Espíritus es el de un libro roñoso y gastado, en cuya portada aparecía una mujer de largos cabellos verdes, y que pasó en algún momento por las manos de mis padres en el exilio. A través de su lectura, ellos, como muchos otros compatriotas, lograron asir y reconstruir fragmentos históricos y personales de un país que habían dejado atrás. Recuerdo un libro conversado y emocionado.
Muchos años después, y dominada por el prejuicio natural de una estudiante de Literatura ante un best-seller, tuve que leerlo. Efectivamente, me pareció un libro de rápida digestión y algo maniqueista en la construcción de sus personajes. Pero me entretuvo.
Mi segundo y último libro de Isabel Allende fue Paula. El triste retrato agónico de una madre que acompaña la muerte de su hija. Efectivamente, me pareció un libro de rápida digestión. Pero no solo me entretuvo, me emocionó en su simpleza y brutal honestidad.
Por eso, no me cuesta comprender que los libros de Isabel Allende sean los más solicitados por los usuarios de las bibliotecas públicas de Chile. No está de más mencionar que los principales lectores de bibliotecas públicas corresponden a mujeres estudiantes o dueñas de casa, y en su mayoría pertenecientes a los sectores más pobres del país. En medio de la vorágine de unas vidas muchas veces cargadas de deudas, obligaciones y privaciones, esos libros -que por lo demás, Rodrigo Pinto cuestiona con argumentos ratones y elitizantes- ofrecen un paréntesis de distensión y entretención. Porque son entretenidos, porque te emocionan y te identifican.
Este país, que de manera progresiva y sistemática ha ido aumentando sus indicadores de lectura, le debe mucho a Isabel Allende, y por qué no a Marcela Serrano, a Hernán Rivera Letelier, a Pablo Somonetti y muchos más. A través de ellos se ha fortalecido la idea de leer por leer, porque sí, porque me gusta, porque lo paso bien.
Parafraseando a don Chicho: tengo fe en Chile y sus lectores. ¡¡Premio Nacional para Isabel Allende!!

11 de julio

Valoro muchísimo aquellos libros que son capaces de entrar en la intimidad de las personas e inocular en ellas la costumbre de leer. Y lo hacen porque, efectivamente, son populares, están en las conversaciones de la gente cercana, son fáciles de leer y entretienen. Es muy probable que a Isabel Allende le debamos la conversión de muchos no lectores a lectores regulares. Y ésa es una virtud. Pero el Premio Nacional de Literatura no es el galardón para ese mérito.

12 de julio

¿Quién decide el valor estético de una obra literaria para hacerla acreedora de un premio? Personalmente, en el caso de los Premios Nobel J.M. Le Clézio y Ohram Pamuk, no entiendo cuáles fueron los criterios aplicados en esos reconocimientos. ¿son realmente innovadores los recursos literarios empleados en sus obras?
Isabel Allende no es lo mismo que Corin Tellado. Y el premio Nacional de Literatura, por su parte, tampoco es un espejo de las vanguardias literarias contemporáneas. Pensar de antemano, que entregarle a Isabel Allende dicho premio sería chacrear la seriedad que merece esa instancia, me parece una mirada conservadora y sesgada del acto de escribir.

12 de julio

Entonces ¿qué hacemos con el Nobel? ¿se lo damos desde ya a Stephanie Meyer?

10 de julio

Debo decir, antes que nada, que en lo personal a mí no me gusta Isabel Allende. Ese es un derecho personal: los escritores, grandes o pequeños, pueden a uno gustarle o no. Lo que a mi me sucedió con Isabel Allende es que leí “La Casa de los Espíritus” años después de haber consumido con pasión “Cien Años de Soledad” de García Márquez. Sus semejanzas me parecieron imperdonables: personajes idénticos y una misma historia. Eso, creo yo, me condicionó la lectura de la chilena. También debo decir que, a propósito del Nobel colombiano, comparto plenamente al citado Francesco Varanini: después de “El Otoño del Patriarca” su obra comienza a decaer. Y haciendo uso de mi derecho personal a la lectura, al Gabo lo dejé de leer después de su pobre novela “El Amor en Tiempos del Cólera”.

Pero volvamos a lo central de tu artículo. ¿Molesta que sea la Allende candidata al Premio Nacional o lo es el lobby que se ha hecho entorno a ello? Si es lo segundo, pues entonces se peca de una ingenuidad quinceañera. Siempre se hace lobby, muchas veces más silencioso, pero con un poder que atropella. ¿Qué te parece que un Presidente no exponga su preferencia en público, pero si cite privadamente al jurado para contarle las maravillas de un determinado escritor?

Que los parlamentarios, periodistas, escritores, políticos u “opinólogos” expresen en público sus preferencias me parece sano y hasta alegre: literatura en la discusión. Creo que se llama democracia decir libre y abiertamente esto me gusta o esto no me gusta. A mi me gusta Claudio Bertoni y voy a hacer mi propia campaña, aunque no creo que gane y ni que siquiera se le pase por la cabeza al jurado.

Otra cosa muy distinta es pretender que esta distinción sea “premiar excelencia literaria –entendida como la creación de obras perdurables que renuevan profundamente el lenguaje e iluminan zonas reveladoras de aquello tan esquivo que denominamos identidad nacional”. Aquello me suena, además de conservador y maniqueo, una fastidiosa tendencia a pensar que hay buenos y malos, cosa que la historia se ha encargado, por suerte, de dejar en ridículo.

Probablemente Isabel Allende no pase la “prueba de la blancura” de lo que debe ser un escritor. Quizás no sea más que una “escribidora”, como decía Bolaño; aunque él se refería así a varios más, algunos muy considerados. Sólo espero, con la fe en que los críticos son siempre tan ecuánimes, se inspeccione minuciosamente a todo posible candidato que no cumpla con los sagrados mandatos de la identidad nacional y se denuncie a quienes ya ganaron y no cumplieron con todas esas reglas. ¿O acaso no los hay?

11 de julio

¿Por qué no podemos pretender, Gonzalo, que este premio distinga la calidad literaria? Es cierto que en el pasado no siempre ha sido un criterio exclusivo y otros factores inclinaron la decisión, pero todos los premios se han justificado, con razones o invenciones, en la calidad literaria de los premiados. Incluso en dictadura, Campos Menéndez fue el ganador por su “auténtica vocación literaria”. Pero si no es ése el criterio, ¿qué otro aspecto de una obra podría distinguirse? ¿La popularidad del escritor? ¿Su filiación política? ¿Los años? No, ninguno de esos. Es sensato aspirar a que el Premio Nacional de Literatura premie, justamente, una obra literaria.

Podemos discutir cómo reconocer la calidad literaria, pero coincidirás conmigo en que la popularidad de un escritor no es un factor (sí puede ser una consecuencia). Coincido con Rodrigo en que la renovación del lenguaje y de las formas es común a lo que tradicionalmente consideramos buena literatura; y podemos discutir aquello de la identidad nacional. Pero, relativizar la calidad y considerar fastidioso el ejercicio de discernir entre buena y mala literatura es –perdóname la franqueza– una falta de respeto por el trabajo de quienes con vocación, seriedad, riesgo y talento tienen a la literatura como su oficio.

No hay nada conservador en discernir entre buenos y malos escritores, aunque efectivamente puede resultar maniqueo porque la valoración es siempre más compleja que la simple disyuntiva. Pero conservador, no. Cuando se elije el Premio Nacional de Periodismo, ¿también es conservador inclinarse por el mejor periodismo de investigación, agudo, valiente, bien escrito? Ya se sabe, hay buenos y malos periodistas. Hay buenos y malos políticos. Hay buenos y malos escritores, aunque la mayoría se ubique entre ambos extremos.

12 de julio

Gonzalo,

no me sorprende ni me molesta el lobby en cuanto tal; suele haberlo, tanto para el Nacional como para el Nobel de Literatura, y está bien; no sé si sea tan «alegre», como dices, vistas las descalificaciones hacia quienes no estamos de acuerdo con la candidatura deIsabel Allende (envidiosos, chaqueteros, resentidos, etc.) y en los casos que cité, delata una pobreza argumental que sí me parece lamentable.

Sin duda que hay escritores que recibieron el Nacional de Literatura y no cumplen con los mínimos requisitos de calidad. Es más, uno ni siquiera es escritor (el gramático Rodolfo Oroz). Eso es parte de la historia y ha sido discutido y denunciado, y en modo alguno exime de pedirle al jurado que premie una obra de calidad. Por supuesto que la definición de excelencia literaria está abierta a la discusión. Para mí, lo esencial es el trabajo sobre el lenguaje y que la obra efectivamente nos muestre algo más, algo nuevo, sobre nosotros mismos y el mundo en que estamos. La referencia a la identidad nacional tiene que ver con el resto de la columna y a la pérdida de arraigo de una narrativa que puede articularse desde cualquier lugar en la medida en que es básicamente la puesta en marcha de una máquina retórica.

Y sí, yo creo que en el campo literario hay buenos y malos. La crítica es esencialmente compartir un acto de lectura, pero no se puede escapar tampoco al deber de inscribr ese acto de lectura en el continuo de otras lecturas y, sobre ese fondo, aventurar si vale o no la pena leerla. Si es buena o mala, dicho en términos muy simples. Es obvio que ningún crítico es infalible, y que todo lector tiene derecho a estar en desacuerdo, y eso mismo avala la legitimidad del acto crítico y su diálogo con los lectores.

12 de julio

Estoy en desacuerdo con algo que señala Gonzalo, respecto de que “premiar excelencia literaria –entendida como la creación de obras perdurables que renuevan profundamente el lenguaje e iluminan zonas reveladoras de aquello tan esquivo que denominamos identidad nacional” es algo que suena conservador.

Si bien tiene su aire a lema de Academia de la lengua, pasa precisamente todo lo contrario, puesto que esa definición se ajusta a ejercicios literarios como el de Diamela Eltit, que es cualquier cosa menos conservador. El conservadurismo en este caso, iría más bien, en mi opinión, en preservar las mismas fórmulas facilonas y poco desafiantes que el best seller perpetúa porque son fértiles económicamente, sin innovación en forma, lenguaje, estructuras, puntos de vista, ideologías, etc.

Respecto de la «prueba de la blancura», Isabel Allende la pasó hace rato. Es una escritora. y una muy tecnificada, por cierto.
Y, como todo en la vida, hay buenos y malos en este departamento. Pretender que todos los escritores sean buenos es fantasioso. Es complejo, porque hay que distinguir entre unos por sobre otros. Siempre hay que separar la paja del trigo.

15 de julio

Estimado Marco Antonio

¿Crees tu apropiado discernir entre libros buenos y malos? No vaya a ser que se te devuelva la burla que se hizo hace algunos meses al respecto.

Mi pregunta entonces es ¿quién discierne? ¿desde qué púlpito o tribuna? ¿con qué autoridad y arrogada por quién? Y sobre todo ¿con que argumentos? porque esos yo no los conozco. Tu dices que no es conservador… te recuerdo que a lo largo de la historia ha habido hombres e instituciones que se han arrojado ese derecho y no sólo son vistos como conservadores, sino que además avergonzantes.

Quizás Pía Barros esté equivocada también. Preferí extender mi explicación allí. http://elquintopoder.cl/fdd/web/cultura/opinion/-/blogs/el-premio-nacional-de-literatura-y-la-misoginia-imperante#_33_messageScroll202547

21 de julio

Gonzalo, claramente el sentido de mi argumento no es ése. Cuando digo que hay libros buenos y libros malos no estoy haciendo una valoración con sentido moral (el objeto de las burlas a las que aludes). La lectura está vinculada a la intimidad de las personas: por mí que cada uno lea lo que le dé la gana.

Una cuestión totalmente distinta es la evaluación crítica, con sentido literario, que podemos hacer de una obra. ¿Con qué autoridad? ¿Con qué argumentos? Con los que el campo literario ha ido instalando (¡todo tiene su genealogía!) como más o menos válidos y objetivos, y que son pautas y argumentos compartidos entre lectores atentos y muchos profesionales que se dedican, por ejemplo, al oficio de la crítica literaria o a la edición. Nadie que pertenezca a ese mundo estaría en desacuerdo, por ejemplo, con admitir que la originalidad es un valor y que acompañada de otros factores, como el buen uso del idioma o la habilidad para contar una historia, podrían ser ingredientes suficientes para construir una buena novela. Más allá o más acá de esos argumentos habrán muchos otros que estarán más anclados en las subjetividades, pero que aún así podrían soportar un debate (la capacidad de una obra para conectarse con la tradición, por ejemplo, es en ciertos círculos algo muy valorado).

Ni lectores ni críticos ni editores debiesen aspirar a que la gente lea aquello que ellos leen y valoran. Pero sí debiesen aspirar a instalar los argumentos correctos en el contexto, por ejemplo, de un galardón que aspira a premiar una obra por su calidad.

10 de julio

Nunca he leído a Isabel Allenda. Tampoco a Diamela Eltit. Tampoco a muchos otros y otras. Si me piden hablar de Julio Verna, Pérez Reverte, Le Carré, Vargas Llosa y un par más, les puedo dar la lata horas y horas, pero para esta batalla no tengo municiones. Sólo me llama la atención el que se la denoste (a Allende) una y otra vez por la cantidad de libros que vende. Especialmente desde un mundo literario de izquierda que, como muchas veces nos pasa en la izquierda, desconfía enormemente de las mayorías y de las personas comunes y corrientes. Si, como se dice más arriba, a Allende la leen en su mayoría mujeres jóvenes y dueñas de casa de sectores medios bajos y populares, ¿eso no debería ser un mérito?. Subyace la idea de descalificar el gusto popular cuando no nos satisface y motejarlo de alienado o manipulado por el mercado. No estoy seguro, pero me late (como dice el chavo) que por ese camino no llegamos ninguna parte.

11 de julio

Reconozco que soy una completa ignorante en temas literarios. Desconozco por completo qué estructura debe seguir un escritor para armar un libro, incluso desconozco las bases de esas discusiones que evalúan si un libro es bueno o malo, o qué escritor está en “onda” o “sintonía” con la disciplina.
Lo único que sé es que cuando tomo un libro que ha llegado a mis manos es porque se ha presentado el momento justo para leerlon. Independiente del autor o autora, incluso de la temática.

Conocí a Isabel Allende el año 1991, por ese entonces cursaba tercero medio y el electivo humanista nos solicitaba elegir un autor o autora para estudiarlo, individualmente, durante los dos años que duraba el ciclo electivo.
Recuerdo que ella fue mi opción ya que tuve la oportunidad de leer La casa de los Espíritus en el momento en que me daba cuenta sobre la diferencia cultural que existe entre mi descendencia árabe, y el país que nos acogió. Chile.

Al comenzar a leer el libro no sólo me capturó lo hábil de su relato, también me sentí cómodamente acogida en un escenario de vida por el cual había transitado la autora, muy similar al mío.
Parte de mi familia palestina fue exiliada, desplaza y despojada de sus bienes desde la invasión Otomana hasta la guerra de 1968 con Israel. De alguna forma esas similitudes con la autora me hicieron encontrar un refugio que hasta el momento no había encontrado fuera de los círculos por los cuales yo transitaba, por lo que fue un alivio reconfortante saber que alguien observaba ciertas episodios de vida con la misma sensibilidad que lo podía hacer yo.

Con el tiempo comprendí que un libro es una estación de descanso para contar lo aprendido, descubierto o imaginado. Es un pequeño resumen que permite transmitir en forma entretenida, fome, vulgar, o lo que sea, cómo se ha procesado el mundo que se percibe.
Cada historia nace de una verdad, de una voluntad y una realidad personal. Cada escenario descrito se eleva a la imaginación la cual se estructura con simbologías propias de cada identidad, sea individual o social, y eso lo eleva a algo único.

Una de las experiencias que atravesamos la mayoría, si es que no todos, es esa etapa en donde nuestras ideas, nuestra forma de percibir el mundo, nuestra capacidad de construir una verdad a partir de nuestra historia, se pone bajo la lupa para comenzar a ser evaluada por otros. Incómoda y aterradora situación si consideramos que aquella bella dinámica de apreciar a otros se puede convertir en una abominable experiencia para el estudiado.

Tomando en cuenta ese punto de vista, tomando en cuenta que un libro es una historia de vida que quiere ser compartida, ¿podemos advertir que existen historias buenas o malas?, ¿podemos evaluar qué tiene méritos y qué no?, ¿podemos darnos el gusto de asumir que un buen libro es aquel que eleva la dignidad del oficio si precisamente parte de la libertad del ser está en expresar lo que es, buscando todas las vías posibles, sin ataduras?

Tal vez podemos sentirnos ajenos a ciertos relatos por la falta de similitudes cotidianas con el mismo, pero eso no significa que un libro sea de poca monta. ¿Acaso la vida de otros es de poca monta?
¿Podemos premiar una obra en base a si ésta sigue un formato, una estructura literaria que se adapta a ciertos rigores de la disciplina? Tampoco lo sé, no es mi ámbito de acción y por lo tanto no tengo conocimiento en cuánto influye en una obra seguir dicho rigor.
Pero si sé que yo no tengo la habilidad de escribir y relatar. De la misma forma que no tengo la habilidad de manejar un bus del Transantiago, limpiar baños ajenos, vender seguros, administrar cuentas bancarias, entre otros.
Mi pregunta es: ¿nos corresponde como personas en constante desarrollo determinar que sí y qué no, cuando dentro de esa lógica estamos siguiendo la senda de la Iglesia que determina quién es digno de la “casa del señor” y quién no?
¿Acaso hay mejores y peores?, ¿quién determina cuáles son los méritos si al final de día todos, TODOS hemos sido observados por esa lupa infernal, y hemos observado también por la misma?, ¿quién o qué pone la vara para medir a otros? ¿Quién?

11 de julio

¿Cual es el problema con que Isabel Allende venda millones de copias de sus libros? ¿Cual es el problema con que sea leido por dueñas de casa o que sea de gusto popular? ¿Los escritores se premian por quienes son sus lectores o por lo que logran sus obras? Si Isabel Allende ha logrado traer nuevos lectores a las bibliotecas porque sus historias llegan con relatos simples a historias de vida de las personas y que se sienten representadas por ello, me parece que eso es un logro que justifica de todas formas su premiación y con creces.

Hace unos meses atrás tuve la oportunidad de ver una presentación de ella en el Museo del Barrio en Nueva York. El teatro estaba repleto de gente, muchas de ellas quizás eran dueñas de casas, o tal vez profesoras, profesionales latinas de Nueva York, hombres estudiantes, latinos en un pais donde la oportunidad de acceder a literatura latinoamericana es muy baja, donde las generaciones mas jóvenes muchas veces esconden que hablan español.

Creo que es mezquino pensar que su obra no será perdurable, lo único que puedo decir ante eso es que yo lei mi primer libro de Allende cuando tenia como 11 años, y hoy veo otras generaciones leyendo sus obras. Me parece increible que se califique de opinólogos a aquellos que han insinuado una que otra preferencia. Acaso no es bueno que se hable de literatura conociendo las obras de su autor y que la gente opine. Eso debería ser asi siempre, que más gente conozca a los escritores a los cuales se les da el premio, y no sea solo una premiación dada solo bajo el juicio de sus pares. Mi voto es para Isabel Allende.

12 de julio

María Inés, la obra de Isabel Allende tiene la perdurabilidad asegurada, puesto que la maquinaria editorial ha parido decenas de millones de ejemplares de libros de Isabel Allende, que asegurarán su presencia en librerías por décadas.

12 de julio

No hay problema alguno con que Isabel Allende venda millones de libros. Mu bien por ella, por la industria editorial y por los lectores que se entretienen con sus obras. Lo que digo es que ello no puede constituir un argumento para premiarla; si así fuera, eliminemos al jurado y cedamos la palabra a la estadística.

11 de julio

El Premio Nacional normalmente ha sido el reflejo de los gustos y modas de los grupos dominantes, sean estos políticos, académicos o editoriales. No es raro en este sentido que hayan tardado tanto en dárselo a Gabriela Mistral o no se hayan fijado en Roberto Bolaño, ambos fueron genios literarios que corrieron por fuera de las pistas pavimentadas, que aportaron nuevas miradas, otras maneras de decir y construir una identidad. Ambos, y otros tantos talentosos escritores chilenos que están muy lejos de la escritura epigonal a la que se refiere Rodrigo Pinto, están también muy lejos del horizonte de los jurados de los premios nacionales.
En Chile los premios han perdido mucho su valor. El año pasado concurrí a la entrega del premio de novela de la I. Municipalidad de Santiago, un premio que tiene su pedigrí bien ganado, y fue realmente penoso ver que el evento carecía de toda significación y solemnidad, al punto que el Alcalde Zalaquet terminó ofreciendo en la misma ceremonia una serie de galvanos y reconocimientos a organizaciones comunitarias que conforman su clientela habitual, haciendo perder toda trascendencia y proyección a un premio a la excelencia literaria y que ha tenido a ganadores tan importantes como María Luisa Bombal.

12 de julio

¿Así que ahora no hay buenos o malos escritores? ¿O buenos o malos libros? Allende no está ni cerca de entrar al canon literario. No es literatura de calidad. Sus libros son productos comerciales, no literarios. Están hechos de historias y reflexiones y personajes, pero tal como lo están todos aquellos destinados a la masividad de la venta. Es puro comercio. La literatura de verdad, aquella que va formando y deformando escuelas, aquella que corre riesgos morales y formales, no está en los libros de Allende. ¿Alguien puede nombrar una sola de sus obras que tenga un valor estético o literario?

12 de julio

Este problema ha ocurrido en otros concursos literarios, como por ejemplo, el popular «Santiago en 100 palabras», donde la cuestión se zanjó de forma interesante, se mantuvo la modalidad clásica de premiar a través de la decisión de un jurado, pero en las últimas versiones se introdujo el llamado «Premio del público», donde la gente votaba por su cuento favorito de entre los finalistas, y el más votado obtiene también premio en dinero.
Cabe señalar que nunca coincidieron los premiados del público y del jurado.

No propongo calcar esto con el Premio Nacional de Literatura, puesto que ahí terminaríamos de echar al tacho de la basura la poca dignidad de la que hoy goza.

12 de julio

Estos premios, en general, denotan el fuerte nexo entre el campo político y el cultural, donde lo que prima es más bien un cierto favoritismo basado en x motivos, y no tanto una excelencia artística. No siempre ganan los mejores, que terminan muertos en la pobreza…

A lo largo de la historia se ha visto este fenómeno, donde las élites políticas buscan monopolizar el campo cultural, cooptarlo y así posicionar a «sus» artistas, y éstos, lamentablemente, terminan colocándose al servicio del poder. O sea, dejando de ser artistas.

12 de julio

quizás antes de preguntarse ¿Que se premia cuando se premia? debe ser importante responder, quienes pueden ser premiados y quienes no? Rodrigo Pinto, ve la finalidad del premio, al decir que este reconocimiento proyectaría la marca «Chile» en el extranjero, la verdad si llega a ganar el premio nacional de literatura, en más de algún apartado de cultura y espectáculo va a salir un comentario a Isabel Allende y destacaran que es Chilena, no es mal sabido que la escritora es reconocida desde Francia a México y sus obras se pueden encontrar incluso en las bibliotecas de Harvard y Yale en los apartados hispanoamericanos, si bien este no es el punto, lo que quiero destacar va en la linea de la evolución sociocultural de la sociedad chilena para el premio nacional de literatura en lo que puede ser considerado o no como «Excelencia Literaria».

Isabel Allende y Diamela Eltit no solo compiten contra cinco escritores de renombre, si no también contra una cultura chilena que es machista y patriarcal que critica a una mujer escritora que no es merecedora de dicho premio por el hecho que sus obras son best sellers y por que ha sido premiada internacionalmente, tanto es así que su capacidad creativa a sido comparada a la simpleza de una hamburguesa por Alvaro Matus en un medio escrito de producción nacional, les recuerdo a quienes han leído, están leyendo y lo mas probable leerán a Isabel Allende, que gane o no esta candidata es: una mujer, es escritora, es premiada internacionalmente, es exitosa y posee una extensa obra digna de ser considerada por Rodrigo Pinto como «Excelencia Literaria», si alguien sigue argumentando que su candidatura al premio nacional no es digna por su fama, éxito y estilo, argumentos los cuales intentan esconder el sesgo machista de las letras chilenas, les recuerdo: ¿no es acaso Enrique Lafourcade recordado (y candidato) por su obra Palomita Blanca?, si señoras y señores, un best seller que también llego al cine y que suele ser mencionado por marcar a una polémica generación, pero en su caso, este hecho no levanta ninguna discusión, aqui todas y todos pueden ser candidatos/as para recibir el premio nacional de literatura por su «excelencia Literaria».

12 de julio

Uf, nuevamente: yo no critico a Isabel Allende porque venda muchos libros. ¡Me parece muy bien! Y creo que reducir la argumentación a un problema de machismo es eludir lo central de la discusión. Además, con la misma vehemencia, deberías defender la candiatura de Diamela Eltit. Yo creo que por ahí no van los tiros. Insisto: lo que me parece mal es que ventas, fama y éxito sean argumentos a favor de Isabel Allende.

12 de julio

Si se revisa con detención y cuidado los argumentos que han dado quienes son contrarios a que Isabel Allende se lleve el Premio Nacional de Literatura (el artículo aparecido en The Clinic que mencioné más arriba es buena muestra), se podrá notar que no guardan relación con aquellos que se han lanzado acá (que porque es mujer, que se la achaca por vender mucho, etc.), compartiendo la misma debilidad de los argumentos de los senadores para elevar su candidatura.

Se ha dicho que se está contra el premio a Isabel Allende «por su fama, éxito y estilo» (¿qué se entiende por fama, éxito y estilo, a todo esto? ¿no es la propia Diamela Eltit una mujer exitosa y con estilo (su propio estilo)?). Hay que revisar con más cuidado, y se podrá ver que no es así. Se recomienda revisar nuevamente el artículo original.

Yo, por mi parte, subrayo la raíz de este problema, la falsa noción de que un escritor que vende mucho es un buen escritor, noción muy propia en estas épocas que corren, en la cual, en el mundo del libro, las reglas las dictan las multinacionales, y, a no engañarse, Isabel Allende es lo que es, y está donde está producto del impulso de las multinacionales y del mercado, del cual las novelas de Isabel Allende son un producto estrella.

Más arriba también se habló de que han aumentado los índices de lectura gracias a Isabel Allende y que muchos se han vuelto lectores a partir de los libros de Isabel Allende, que han sido una puerta de entrada para que muchos que antes no leían, ahora lean. Eso es tremendamente meritorio, y le cabe todo el crédito a Isabel Allende el atrapar a esos lectores que antes no tenían en sus planes tomar un libro. Pero el problema está en el estancamiento, no diversificar las lecturas, quedarse en la pura Isabel Allende.

Esto es igual a lo que señaló Marcelo Bielsa luego de que Chile le ganara a Honduras. Se quebró una racha de 48 años sin ganar, pero esa victoria histórica no serviría de nada si no contribuía a pasar a segunda fase. Pues bien, a muchos lectores de Isabel Allende les falta pasar a segunda fase, ir más allá del portal de entrada a la lectura. Hay más libros que merecen ser explorados, leídos, comentados, desechados, despreciados, pero que merecen por sobre todo ser leídos, y pareciera que el facilismo del best seller impide que la gente conozca algo más. Entonces, es bien difícil sostener el argumento del clamor popular como justificativo del premio, si es que la gente solamente conoce a Isabel Allende.

12 de julio

Notable el simplismo con que la lectura (ese acto social e individual que ilumina y expresa identidad) es reducido a un tema de números que al parecer nada dice. No es el volumen de ventas el indicador que se debe tener presente, sino la interrelación que desde la lectura establece el lector con la obra. Ahí es donde I. Allende no es solo un Best Seller, sino un puente entre las múltiples identidades que fluyen en cada lector y la imaginación y el lenguaje de la escritora. Sin embargo, a la vista de los que consideran a Isabel Allende una “escribidora”, esta conexión es irrelevante. Más aún, al parecer leerla sería un acto de ignorancia porque “el problema está en el estancamiento, no diversificar las lecturas, quedarse en la pura Isabel Allende”. Así, quienes leen en las bibliotecas públicas (donde la autora es de alta demanda, pero no es lo único que se lee) no califican como lectores y lo que les acontezca íntimamente y socialmente a partir de sus lecturas vale bien poco (francamente es insultante lo que se dice del común de las personas que leen a I. Allende). Reitero que el debate de fondo se encuentra en los paradigmas de lo que podemos entender como meritorio en una obra. Quizás la solución estaría en que en el jurado que decida el próximo Premio Nacional de Literatura se incluyan a los mayores lectores de las bibliotecas públicas (de Pudahuel, de Coihueco, de Quemchi, de la Biblioteca de Santiago, del Bibliometro), personas comunes y casi siempre humildes, pero extremadamente lectoras, aunque seguramente varios del los especialistas no estarían de acuerdo con su presencia en tan excelso jurado.

12 de julio

Ricardo,

tu argumento es interesante, pero inexacto, creo yo. Suponer que todo autor se constituye en «puente entre las múltiples identidades que fluyen en cada lector y la imaginación y el lenguaje de la escritora» es concederle mucho a Isabel Allende, a Dan Brown, a Ken Follet y a tantos otros. Como dijo alguna vez Ignacio Echevarría, hay lectores que leen el mismo libro toda su vida, aunque lo escriban distintas personas y tengan distintos títulos. En mi opinión, buscar el mismo estímulos, es decir, leer para confirmar lo que ya se conoce y se sabe, no es un acto que enriquezca la perspectiva e induzca a ampliar el horizonte de lecturas. No se trata de menospreciar al lector popular, aunque también es reductivo de tu parte asumir que su principal referencia es Isabel Allende.

12 de julio

A partir de lo que plantea Ricardo, entonces volvemos a poner al Premio Nacional de Literatura como un concurso de popularidad, como un premio a terminar a la cabeza en el ránking de los más leídos, y usar ese indicador como argumento incuestionable, definitivo e irrefutable para la calidad de un escritor.

Además, contrariamente a lo que piensa -o desprende- Ricardo, leer a Isabel Allende no es un acto de ignorancia, sino al contrario, puesto que difícilmente puede ser considerado de ignorante alguien que tiene la voluntad y el deseo de tomar un libro y leerlo, comprenderlo y más encima de disfrutarlo. Muy por el contrario.

La conexión entre un libro y un lector es relevante. Quizás milagrosa también, si ya nos ponemos un poco más romanticones. Pero es indesmentible que la conexión de un lector con un libro sí es al menos relevante. Pero a partir de ahí a otorgar mayor o menor calidad a una obra, creo que es un error. Y si hablamos de lecturas que llegan a lectores, a diario tenemos el ejemplo de LUN, cuyos lectores se conectan incluso con devoción, pero eso no convierte al diario en periodismo de calidad. O tomemos el caso del cine, «El chacotero sentimental» es la película chilena más vista de todos los tiempos, pero ¿quién se atreverá a sindicarla como la mejor película chilena de la historia?

Por otro lado, si el lector ya lee a Isabel Allende, lo ideal es que lea otras cosas, porque ya ha demostrado capacidad y deseo de leer, para ir formando, entre otras cosas, el gusto literario y el hábito de lectura, y además la disposición de acercarse a otro tipo de textos en otros géneros. A eso hay que apuntar.

Lo de ser «un puente entre las múltiples identidades que fluyen en cada lector y la imaginación y el lenguaje de la escritora» suena maravilloso y casi portentoso, pero es difícilmente comprobable (¿hay estudios que acrediten este puente?), al menos es más difícil de comprobar que los méritos literarios de la obra de Isabel Allende. Entonces se vuelve a la pregunta ¿este es un Premio Nacional de Literatura o un Premio Nacional al escritor más leído, al número 1 del ránking de ventas?

12 de julio

Me permito aportar la postura muy atingente de Andrea Palet, Directora del Magíster de Edición de la Universidad Diego Portales, en el siguiente link:

http://www.twitlonger.com/show/2fisip

12 de julio

Sólo diría en favor de Isabel Allende que algunos de los que se venden y autopromueven en la categoría de alta calidad, no son necesariamente mejores escritores que ella. Y eso que ella tiene algunos libros pésimos.

12 de julio

¿Un disparo a la bandada?

12 de julio

Creo que a Isabel Allende la critican principalmente por que es exitosa. Nadie puede saber cómo estará situada en 20 años más. Vea usted: Gabriela Mistral tiene premio Nobel. Nicanor Parra ha sido ignorado. ¿Quien es mejor poeta? Entonces, el premio Nobel no se da por calidad de la poesía, sino por factores externos al arte. Y los premios chilenos no son diferentes. Jamás he leído libros de esta autora, pero hace muchos años la leí en revistas de la época, y me parecía genialmente graciosa. Aseguro que tiene talento, aunque yo no pienso leer sus novelas, así como a ningún autor chileno, empezando por Jorge Edwards, por muchos premios que le den..

12 de julio

Concuerdo con Rodrigo. Pienso, además, que los premios de las editoriales cumplen con la labor de reconocimiento del éxito editorial y ciertos criterios de calidad literaria más abiertos, como el uso afortunado de una maquinaria retórica, que es el caso de Isabel Allende. El Premio Nacional, no obstante, debería abstraerse de factores como la popularidad.

12 de julio

Claro que apoyo la candidatura de aquella profesora a la cual pude conocer y asistir a sus clases, Diamela Eltit y de quien admiro su «Mano de Obra» y «Jamás el Fuego nunca»

Pero me parece increíble que cada vez que se candidatea a Isabel Allende salgan argumentos para bajar su candidatura que se basan en que su obra son best seller y este éxito populista no la hace merecedora del premio.
también existe un reconocimiento al hecho de que alguna obra sea best seller, ya que no es un hecho aislado, la autora no lo vuelve best seller de un día a otro, si no el publico, los lectores y la critica, la misma que levanta candidatos para el premio nacional de literatura, pero que debido a la suerte de simpleza en su obra, no la hace merecedora para postular al reconocimiento alcanzado alguna vez por Marta Brunet, Marcela Paz y Gabriela Mistral.

El éxito y la fama no son argumentos, son consecuencias del reconocimiento obtenido por crear obras que han educado, han encantado y son trasmitidas por quienes las leen o las comentan y que las hacen merecedoras de dicho reconocimiento, una excelencia literaria, como ha sido el caso de Moliere, Shakespeare, Cervantes, García Marquez, Vargas Llosa, que gozan de simpleza en sus lineas y que por medio de ellas han obtenido fama, éxito y grandes ventas, pero son reconocidos no por las ganancias de sus obras si no porque su simpleza y su producción ha encantado a los lectores y a desarrollado un encanto por las letras y ese si es un argumento para candidatear a Allende al premio nacional, ya que es necesario recordar que quienes lo eligen no son los mayores ensayistas, ni novelistas del mundo, si no mas bien en su mayoría profesionales del mundo de la Educación

12 de julio

Creo que menosprecias el papel de la industria editorial, que ha cambiado enormemente en las últimas décadas. No tengo problema alguno en reconocer que el papel de la crítica pesa cada vez menos, hasta un punto irrisorio, si se quiere, frente a las operaciones de marketing que lleva a cabo la industria en torno al lanzamiento de libros de sus autores exitosos. Desconocer eso es lisa y llana ingenuidad.

13 de julio

De acuerdo con Rodrigo, en efecto hay una tremenda ingenuidad en creer que los best sellers los «crean» los lectores y la crítica (mucho menos). Recomiendo la lectura del libro «Pasando Página» del español Sergio Vila-Sanjuán (es difícil de encontrar en Chile, lamentablemente), ahí se detalla, con pelos y señales, como la industria editorial española (que ha creado y manipulado premios a su antojo) de las últimas décadas fabrica best sellers como Ken Follet, John Grisham, entre otros.

Y meter en un mismo saco a Shakespeare y a Vargas Llosa, señalando además que «gozan de simpleza en sus líneas» me parece bien desafortunado.

12 de julio

No solo por vender y crear » una comunidad de lectores» se es merecedor del premio.

13 de julio

Al fin y al cabo sólo Isabel Allende podrá evaluar a Isabel Allende. Ella se propuso desarrollar un oficio, el cual ha pulido, y lo seguirá haciendo, imagino. Y lo que hay detrás de ese proceso sólo le pertenece a ella.

13 de julio

Ya opiniones de una ignorante.
Leí la casa de los espíritus cuando adolescente. No me pareció para nada un mal libro, pero no representa en mi historia subjetiva de lecturas, nada transformador. Nada parecido a lo que me pasó, por ejemplo, con Donoso -también en mi adolecencia- o ahora, hace pocos años atrás, con Bolaño.
Pero esto no hace que deje pensar que es absolutmente legítima la postulación de Allende al nacional, es una escritora con una producción personal amplia aunque variada y desigual. representa a una comunidad de escitores (editores, críticos, amigos…) como la mayoría de los escritores que postulan a este premio. En ese sentido no creo que se deba asumir una posición «moralina» al repecto, ya que hoy en día me parece evidente que la industria editorial domina el discurso acerca de la literatura nacional, de los buenos libros como dicen por ahí y son muy pocos (¿ninguno?) los postulantes que escapan de esto. Desde mi moeto punto de vista, sólo difieren en las comunidades que conforman y las estrategias de marketing utilizadas.
Allende no es ni por lejos mi candidata al nacional, peor aún, no tengo candidato al premio, porque los otros «lobbys» también tienen lo suyo y simplemente agotan. Me voy al hipódromo con la Palet.
La popularidad es un absurdo para dirimir en estos temas, no hay muchos que lean, por ejemplo, a Góngora

19 de julio

Hago una corrección de mi primera ponencia. En ella sindiqué a Pablo Huneeus como el Ena Von Baer.

He sido tremendamente injusto, puesto que ese cargo se lo ha ganado Elizabeth Subercaseaux.

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