El conflicto que se plantea en la magnífica obra de teatro “Leftraru”, versión libre de la obra homónima de la gran dramaturga nacional, Isidora Aguirre, escrita por Bosco Cayo y dirigida por Aliocha De la Sotta, está pensado tanto en los inicios de la invasión y conquista española como en la vigencia a nuestros días del problema que podríamos denominar pendiente, entre el Pueblo Mapuche y el Estado chileno.
No resulta fácil enfocar una obra de teatro que recrea la vida y cultura de nuestro principal pueblo originario considerando el fenómeno sociológico y antropológico de la aculturización, que se puede ver reflejado en el reiterado y perito uso que da la machi a su celular moderno, ahí en la comunidad donde transcurre el montaje.
Quizás por eso la figura de un personaje histórico que realizó labores al servicio de Pedro de Valdivia y posteriormente volvió a su comunidad para enseñar nuevas técnicas de combate, entre otros aspectos, es el agente indicado para revivir las desconfianzas en el presente, las mismas que presenta Jorge, joven a cargo del lonco de la comunidad, ya que su padre está preso, para con el proyecto que trae la Asistente Social de la Corporación y más tarde su mismo Encargado, acompañado por el camarógrafo.
No quiere Jorge la presencia de ellos. Ni siquiera del encargado de la Corporación, que había crecido en la misma comunidad, pero que se había ido estudiar a Santiago derecho y ahora volvía como Jefe de la Corporación. Como uno de ellos, pero profesional. ¿No es acaso un Lautaro moderno?
¡Leftraru! Sentenciaban enérgicos Jorge y su amigo Juan, el hijo del lonco. Porque en el lenguaje, decían, se construye la dominación. Lautaro es el nombre que dieron los españoles, Leftraru es el nombre del guerrero. Así como el término es mapuche, siempre singular. No mapuches.¿Cómo reaccionaría una familia chilena común, si viene una delegación mapuche a presentarles en forma insistente una interesante invitación a que por ejemplo, construyan una ruca en el patio de su casa para irse a vivir ahí?
Jóvenes impetuosos que no querían el proyecto propuesto por la autoridad del Estado, aunque al escuchar la insistente propuesta de la asistente social que llevó la idea a la comunidad, no parecía malo: Se trataba que participaran en un concurso para escoger el mejor diseño para una escultura del Toqui Lautaro que el gobierno regional iba a confeccionar e instalar en una plaza pública, caso en que si ganaban, además del honor de haber elegido la escultura podrían obtener beneficios como computadores para todos las familias de la comunidad.
La machi estaba de acuerdo, el lonco estaba indeciso. El lonco estaba conciente que por muy lonco que fuera no debía tomar una decisión a nombre de la comunidad como si se hubiera consultado a todos en asamblea. No estaba dispuesto a convocarla tampoco, porque mucha gente se iba a oponer sencillamente y los de la comunidad vecina, habían dicho Juan y Jorge, estaban totalmente en contra del proyecto y de la presencia de los chilenos ahí.
La presión del gobierno se acrecentó cuando arribó el Jefe de la Corporación y su camarógrafo, un típico chileno que no entiende ni se interesa en los problemas de la cultura mapuche. El elemento fuerte fue precisamente lo que provocó el rechazo de Jorge. Para Jorge era claro que se trataba de un mapuche que dice haber estado en la comunidad pero que él nunca vio, no es legítimo para él. Está enojado con él. Probablemente porque dejó la comunidad. O porque estudió derecho. O porque trabaja para el gobierno. No es lo mismo para el anciano que para el joven impetuoso. El Lonco sí reconoce que el Jefe de la Corporación estuvo ahí, conoció a su padre.
Su esposa simpatiza con la idea y la comunidad de todas maneras se opondrá, pero cuando reciban los computadores si es que ganan, tal vez no rezongarán.
Entonces se aparece desde el tiempo, como un pájaro que revolotea, el mismo Toqui Leftraru. Personificado por el mismo actor que hace de Jefe de la Corporación, el mismo mapuche que creció y se fue a estudiar con los chilenos, el mismo que tiene órdenes de grabar todo el proceso con la familia y que es resistido por esta. Ese Leftraru se les aparece y les explica, como mágicamente, la manera que hay de poder derrotar a los españoles, rotar los grupos de ataque para que sea el enemigo el que se desgaste y no ellos.
Es resistido, desconfianza hay en ellos. ¿Por qué le van a creer si fue ayudante de Valdivia? ¿Quién les asegura que los quiere ayudar realmente? Es el mismo rechazo de Jorge al Jefe de la Corporación. Es mapuche, pero se fue con los chilenos y aprendió sus leyes y obtuvo un título que lo acredita. ¿Qué identidad tiene en definitiva esa persona? ¿Es mapuche o es huinca? La machi disfruta el celular y sufre cuando su hijo Juan va a participar en “reuniones” que no quiere darle detalles, no muestra interés en algún tipo de lucha por la resistencia cultural. Se suma a la propuesta del gobierno, no le parece mal una escultura de Lautaro. Aunque no represente eso nada ceremonial para el pueblo, no es un rehue, es un adorno occidental. ¿Qué puede representar una escultura para el mapuche? Miremos la escultura a Caupolicán de Nicanor Plaza emplazada en la plazoleta del cerro Santa Lucía con aspecto de indio norteamericano. ¿Quién les garantizaba que la elección del diseño además iba a ser respetada? Si al final ellos iban a construirla. Con la participación de las comunidades, pero ellos la harían.
Y en ese dilema está el espectador de “Leftraru”, cuando además se agrega el otro componente. El que desde el Estado a partir de 1880 se viene en denominar la “Pacificación de la Araucanía”. La presencia de los colonos. Un diálogo áspero de cara al público de un matrimonio que lamenta el hecho de que nunca se les ha agradecido todo el progreso que han traído a la zona. Todo lo que sufrieron por el sacrificio de dejar sus tierras para venir a meterse al sur de Chile. Las críticas injustas hacia ellos, si ellos solamente han venido porque el gobierno los llamaba y no es justo que ahora se les cuestione tanto su presencia y la propiedad de sus parcelas.
Muy interesante. No hay momentos para distraerse. Esos personajes que encarnan el Chile de hoy, el Chile que tiene muchos Lautaros y muchos Leftraru, el Estado con sus programas de ayuda, los mapuche que los reciben y los mapuche que los rechazan.
Quizás el ejercicio de la próxima obra de teatro de esta compañía “La mala clase” podría partir de la siguiente interrogante:
¿Cómo reaccionaría una familia chilena común, si viene una delegación mapuche a presentarles en forma insistente una interesante invitación a que por ejemplo, construyan una ruca en el patio de su casa para irse a vivir ahí?
¿O si se hiciera un tragun con todo el barrio para que conversen toda la noche sobre la instalación de un rehue con la cara de Bernardo O’Higgins?
Esta obra de teatro sigue viva, como los ancestros mapuche que viven en los pájaros, en los ríos, en los árboles y montañas.
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