Suele exagerarse lo bello y tranquilo de la niñez, en muchas ocasiones es evocada para el contrapunto con una adultez dolorosa. Recuerdo el hecho fatal que marca a los niños de “Érase una vez en América” y cómo eso quedó impregnado en su memoria, a pesar del dolor experimentado, eso no impidió que primara el odio y la rivalidad de grandes.
En esta atractiva novela, el autor nos lleva a la niñez de un grupo de chicos, que en medio de su inocencia e ingenuidad comienzan a crecer, son los años noventa, de un Chile desmemoriado que busca superar el legado aciago de la dictadura gozando de los beneficios del desenfrenado consumo. Cuando la detención del dictador en una clínica de Londres pone a la sociedad de cabeza, reaparece el chauvinismo de la derecha chilena, el pragmatismo del gobierno concertacionista y el dolor de la izquierda y su necesidad de justicia.La novela de Mauricio Embry nos aterriza y derriba un mito, la generación criada en dictadura, siempre hemos sentido que somos la generación perdida y que sufrimos todos los efectos de crecer en medio del horror.
Los niños, amigos, de a poco se enredan en el tema político, sin saber mucho, pero repiten los discursos caseros, y ello los lleva a complejizar su relación. Cabe señalar que la novela de Mauricio Embry nos aterriza y derriba un mito, la generación criada en dictadura, siempre hemos sentido que somos la generación perdida y que sufrimos todos los efectos de crecer en medio del horror. Sin embargo, la generación que crece en la transición no está libre se sufrir los efectos de la extinta dictadura, en particular porque las historias de dolor y pérdida no están cerradas y los violadores y cómplices de la dictadura en su mayoría siguen en sus casas en silencio.
La técnica del autor es del presente, supuestamente tranquilo de Andrés, nos lleva a través de flashback reiterados, sobre la niñez, los juegos, y las diferencias de los niños, el surgimiento del inocente y como debe ser fracasado primer amor, hasta la curiosidad por los sucesos del barrio, pero, será la detención del tirano y las reacciones en el país lo que detonará la acción y el conflicto en los chicos.
La novela se complejiza más aún, pues hay una tercera voz, que podemos conocer por parte del narrador, de un personaje extraño, el tío de uno de los niños, que al parecer está loco, o algo así, deambula por el barrio, y su comportamiento llama la atención de los niños. Tanto que el niño protagonista lo sigue y descubre su secreto.
El relato de este personaje disociador está lleno de flashback, que nos lleva de la mano directo al profundo horror de la dictadura: la tortura, la violación, la muerte y la delación. Aparentemente es un sobreviviente de la dictadura, que se altera con la detención del dictador, pero su rumbo lo ha llevado a la traición, la que carga como una espada de Damocles sobre su existencia.
El niño, Andrés el abogado, es hijo de un miembro del ejército, presunto cómplice de las violaciones de los derechos humanos, él mismo, se enteró cuando niño de oscuros secretos y siente que también traiciona los ideales de justicia y políticos, “al proteger a su padre”.
El relato tiene un impactante final para los niños y para el tío sobreviviente de la dictadura, final fuerte, intenso, pero necesario. En cambio, Andrés, el abogado, omite lo que sabe y con ello inicia su propio calvario hacia el sufrimiento y el arrepentimiento que recién comienza a vivenciar.
La novela, devela en todos sus tiempos, que el daño que provocó la dictadura en las personas es más profundo del que se estima, en efecto, a pesar del paso del tiempo, el dolor no termina o se acaba ni siquiera con la partida de los protagonistas, y esto es muy revelador dado que estamos camino del medio siglo del Golpe de Estado, que, por cierto, abrió las heridas más profundas de toda nuestra historia. Los niños de esta potente novela son el mejor ejemplo de lo anterior.
“La ideología de los perros” de Mauricio Embry
Editorial Libros del Amanecer.
2020
Comentarios
07 de octubre
Gran análisis y memoria emotiva del profesor Sergio Baeza que nos lleva al pasado, con nostalgia sincera que sin habitar en pueblo de vampiros, nos sorprendimos al vivir en primera persona la película «generación pérdida».
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