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Museo desafiado

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En una reciente visita al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, Robert Sullivan, director asociado de programas públicos del Museo Nacional de Historia Natural del Instituto Smithsonian, en Washington D.C., experto reconocido mundialmente, dijo al visitar el Museo de la Memoria: “La impresión que dan ustedes con este tipo de institución es que quieren ser el líder de los museos. El discurso sobre los derechos humanos y el tamaño del edificio indica que quieren eso. Es atrevido y audaz, una cosa difícil de hacer, pero han establecido un estándar. Es único, es el comienzo de un movimiento global para los museos. Les digo: felicidades”.
 
¿Cumple verdaderamente el Museo de la Memoria con las proyecciones que Robert Sullivan imagina? Es una pregunta compleja y difícil de contestar de manera inequívoca para una institución que lleva tan corta vida y que ciertamente tiene mucho por aprender. En la afirmación de Sullivan podría haber supuestos sobre la calidad y manejo de las colecciones, la pertinencia de los programas educativos y los atributos de las exposiciones, tanto de las temporales como la permanente, tareas que, si bien se puede considerar que están realizadas en un nivel de excelencia, con un sentido elemental de realismo uno no podría asumir que sean ejemplares. La afirmación de Sullivan entonces, hay que entender que está referida a dos aspectos que para él fueron los más llamativos: el discurso sobre los derechos humanos y la monumentalidad del edificio, incluyendo en éste la presencia de instalaciones artísticas.
 
La visita al museo debería contestar satisfactoriamente la pregunta acerca de para qué recordar. ¿No es mejor si acaso bloquear los recuerdos y olvidar los hechos traumáticos para la paz de la sociedad?  El recuerdo y los ejercicios de memoria que realizan las sociedades después de vivir experiencias traumáticas busca dotar de significado a esas experiencias para iluminar la vida del presente y extraer lecciones que impidan repetir la historia. Una de las mayores inquietudes de los sobrevivientes de los campos de concentración del nazismo, era que el mundo no quisiera conocer sus testimonios, que su sufrimiento fuera inútil, que su dolor y los ejercicios de crueldad del campo quedaran banalizados. De allí surgieron entonces las obras de Primo Levi, Imre Kertész, Boris Pahor, Jorge Semprún, Germaine Tillion, Vasili Grossman y tantos otros sobrevivientes y testigos que buscaron y buscan aún comprender y dar sentido a su experiencia frente al mal. La lucha por la memoria, en contraposición al olvido, se presenta así como un deber moral y una urgencia. Al ocuparnos de lo que pasó hace treinta y cinco o cuarenta años en Chile, como dijo el rector de la UDP Carlos Peña en un reciente seminario, “nos estamos ocupando en verdad de lo que hoy somos y estamos revalidando los compromisos que nos constituyen como comunidad”.
 
Una segunda  pregunta que deberíamos ser capaces de responder, si la respuesta a la anterior es afirmativa, es para qué poner estos recuerdos en un formato espectacular, para qué un museo tan monumental, porqué no contentarse con hacer estatuas o recuperar algunos sitios de memoria, donde hayan ocurrido hechos violentos. La memoria sirve para definir el significado del trauma colectivo y sentar las bases morales para que los hechos repudiados no vuelvan a repetirse, pero también sirve para sanar a los ofendidos, devolver su dignidad arrebatada a las víctimas de la violencia y el atropello. La voluntad política de la sociedad de no repetir estos hechos, se manifiesta de manera significativa en el Museo de la Memoria: un edificio destinado a marcar la identidad de la ciudad de Santiago, un contenedor gigantesco de la experiencia del dolor recubierto con cobre, el más noble material de Chile. La monumentalidad y la espectacularidad de la exposición permanente son la respuesta a la vocación perdurable del Museo: herir a la ciudad y hablar en clave trans generacional, es decir, usar los lenguajes y los medios tecnológicos y artísticos adecuados para que la experiencia no quede enclaustrada en las víctimas sino que haga sentido a las nuevas generaciones.
 
Finalmente, hay que preguntarse si acaso el Museo hace un buen uso de la memoria, o existe un en él un uso abusivo de la misma, es decir, si el discurso del Museo sobre los derechos humanos propende a fortalecer valores de la justicia, de la tolerancia y de la democracia o simplemente alimenta el odio y nos deja petrificados en el pasado. El lingüista búlgaro Tzvetan Todorov, en diversos escritos sobre la memoria, nos recuerda que todas las sociedades contienen el germen del odio, del miedo y del crimen y que, en las condiciones adecuadas pueden convertirse en monstruosidades como las que hemos vivido en el país. De allí entonces que la evocación al pasado deba servir para algo y ese algo es fortalecer los valores compartidos de tolerancia y paz. Una buena política de la memoria no debería caer en la tentación de un uso político partidista ni en el error de sacralizar el pasado, manteniendo los acontecimientos referidos como expresiones de algo único, incomparable e irrepetible. No podemos refugiarnos en  las ofensas y dolores que nos inflingieron para no ver los sufrimientos de los demás. Evitar las preocupaciones por las situaciones actuales sumergiéndonos en los dolores del pasado puede llegar a ser hasta inmoral. El culto a la memoria implica la solidaridad, debe servir a la justicia, aquí, ahora y en todas partes.
 
* Ricardo Brodsky es Director del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos.
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barroco-austral

07 de marzo

totalmente de acuerdo . la monumentabilidad para crear iconos que hagan referencia a la memoria colectiva

Marcelo Chipana

26 de junio

Nunca he sido partidario de esta atalaya de un grupo que se autodesignó como gerentes de las memorias del país, apropiándose de la facultad de decidir que es lo digno de ser objeto de nuestra memoria.
Es un abuso a la buena fe pública en tanto ha distorsionado una iniciativa que en teoría todo ciudadano/a debería apoyar por su contribución a nuestra vida pública. Lamentable.

26 de junio

el problema radica en que hubo un grupo que quiso eliminar absolutamente a personas, no solo asesinandolas y haciendo desaparecer sus cuerpos en volcanes y en el oceano, sino incluso borrandolos de cualquier registro.

No es que se haya decidido arbitrariamente lo que es «»digno» de ser objeto de nuestra memoria» como ud dice, sino que el Museo de la Memoria es el intento de revertir la macabra aspiración de otro grupo que, hace muchos años, decidio con las armas que muchos chilenos y varios extranjeros no merecian existir, y se dedico a eliminarlos y a tratarlos como si nunca hubieran nacido. Si ese primer grupo no hubiera actuado asi, no tendriamos por qué tener un Museo de la Memoria, porque no nos tendriamos que acordar de aquellos que fueron asesinados y torturados, ni tendriamos por que a estas alturas seguir sin saber donde están muchos otros, o qué paso con ellos.

Eso es lo que ud debe tener en cuenta cuando hable del Museo de la Memoria. Porque podemos criticar y cuestionar la administracion de dicho Museo, pero no su necesidad. Y, por desgracia, esta «atalaya» es necesaria, para que quede muy claro a tanto que todavia niega lo que paso (y ud ha sido testigo, como muchos chilenos estos dias, que todavia hay gente que niega que hubieran torturados, asesinados y desaparecidos) que esa gente cuyas fotos estan en el Museo no eran ratas, eran personas a las que se les arranco la vida sin razon ni motivo.

El Museo es necesario para recordar lo que durante 17 años se nos pretendio obligar que no paso, y para que jamas permitamos que se vuelva a repetir.

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