La historia la escriben los vencedores, y los ganaderos en Magallanes vencieron durante décadas (¿vencen aún?), razón por la cual tenemos comunas, bustos, calles que los honran, sin embargo, la historia también nos muestra que vencieron de manera ilegítima a través de la opresión y la estafa, llevando a cabo un genocidio y una usurpación de todo tipo de riqueza para luego asentarse en otras ciudades y vivir cómodamente hasta morir, demostrando que su amor, el cual predicaban hacia la región austral no era tal, como lo son los casos de Sara Braun en Viña del Mar y José Menéndez en Buenos Aires (Alonso, 2014). El cuestionamiento de esta columna no trata de revancha ni venganza, sino y como señala el filósofo Walter Benjamin, de cepillar la historia a contrapelo, el centro de este comentario es la búsqueda de justicia histórica hacia quienes sufrieron y no pudieron librarse en su época por estar sumidos ante el abuso de los injustamente destacados, ergo, este comentario intenta ser solidario con los pueblos que habitaron por más de 10 mil años nuestra tierra de manera pacífica e insertos en el orden que entrega la naturaleza y con los miles de campesinos que trabajaron oprimidos en un régimen de pseudo-esclavitud en las estancias australes.
La gran explosión que vivimos en estos días, conjuga un gran número de demandas, incubadas a lo largo del tiempo, en nuestro país. La diversidad, características y génesis de cada una de ellas, daría para algo más que este escrito. Sin embargo, en ese complejo panorama, descansan otros polos de tensión social, sin la urgencia que debiésemos darle, simbólicas, es cierto, pero no por eso despreciables, son los monumentos que se han erigido en nuestra región.El monumento y en él, el personaje, configuran la construcción de una identidad social hegemónica. Las sociedades maduran y, las verdades y/o condiciones que hicieron posible este monumento en su origen, merecen ser revisadas a la luz del presente.
Es de vital importancia para la salud social, psíquica y emocional de una comunidad, investigar, aclarar y transparentar a quiénes destacamos en la sociedad. Cual ha sido el contexto de su proclama, que papel cumplieron en el pasado y cual en el presente, a quienes representa, cuales fueron sus intereses. En definitiva ¿A quién pertenecen?
Instalados en un espacio físico y permanente de recuerdo, los monumentos tienen cierto carácter de religioso, erigido uno; valoramos e idolatramos si se quiere, una serie de atributos o virtudes que fueron -legítimamente o no- destacados desde la óptica popular y/o por el poder imperante en la época en que se levanta este tipo de altar. El monumento y en él, el personaje, configuran la construcción de una identidad social hegemónica. Las sociedades maduran y, las verdades y/o condiciones que hicieron posible este monumento en su origen, merecen ser revisadas a la luz del presente.
Los monumentos son celebrados con religiosa periodicidad para reafirmar que el testimonio de quien se venera es aún válido, reconocido e incluso una guía. Así, cabe preguntarse, si los monumentos que no cumplan esta misión, siguen teniendo razón de existir. Si ante el avance de la historia, se develan sombras del personaje, que superan sus bondades, ¿No deben, entonces, abrirse los espacios de debate sobre su permanencia, sobre todo si incita a la violencia o al odio?
En consonancia con lo anterior. Es indispensable, construir un vínculo; entre la paz, la historia y, la sociedad. Vínculo basado en una revisión crítica de los eventos, que permita conocer a quienes esculpimos en brillantes obras públicas o, con qué nombres, bautizamos los espacios públicos, las obras o alrededor de quiénes estamos construyendo nuestra vida cotidiana.
Magallanes – y la Patagonia entera- durante varias décadas estuvo sumergida por un pequeño club de ganaderos. Sumidos en su ambición de poder y dinero, perpetraron los más grandes crímenes de los que hemos tenido noticias en el extremo austral del continente. El exterminio de nuestros pueblos ancestrales, estafas al naciente Estado, aprovechamiento de naves que encallaban en el estrecho, usurpación de tierras, abusos a campesinos y obreros, explotación de recursos naturales de manera irracional, entre otros muchos. Surge, ¿Tiene sentido, es correcto, hay virtud? Acaso, con lo que sabemos, hoy, el busto de José Menéndez en la Plaza de Armas de Punta Arenas, ¿no es una incitación al odio? ¿No es, acaso, la celebración de la violencia y el abuso como mecanismos de avasallamiento y prosperidad? ¿Qué rememoramos con calles que llevan, a lo largo del tiempo, apellidos como Menéndez y Seguel? ¿Qué rememoramos con que el nombre de una localidad en Tierra del Fuego, sea el del capataz ganadero que se dedicó al exterminio de indígenas de esta zona, Cameron?
Estos personajes son parte de nuestra historia y así permanecerán por la eternidad, pero no pueden seguir siendo parte de lo que reconocemos implícitamente como positivo.
Comentarios
30 de octubre
¡Hola! Me pareció muy interesante el texto y muy sintónico con lo que está sucediendo en plazas de La Serena, Temuco y Concepción, creo que lo trabajaré en clases 🙂
La única duda que me queda es si los textos pasan por un editor (es la primera vez que leo algo de esta página), ya que algunos pasajes me complicaron la lectura. Estuve leyendo en Interferencia.cl hace un rato y me desmotiva la mala escritura. Si bien entiendo que no todos son profesores ni periodistas, se agradecería que los textos pasen por un ojo crítico antes.
¡¡Saludos!!
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