Un pequeño ratón había asomado su puntiagudo hocico por debajo del armario. Con una rapidez asombrosa, salió de mi habitación hacia el pasillo de la cabaña que ahora habitaba.
—Oh terrible aberración que me agobias, vuelve a tu agujero del Hades infecto —lo maldije inspiradamente.
Sería posible que un ratón fisgón habitara en esta linda casa. La dueña nos había asegurado una total limpieza de todo tipo de roedores antes de alquilarla. Durante toda la noche me sentí preocupado, pues el visitante podía regresar en cualquier momento. Mientras ojeba unos libros de Marx, Voltaire y Wilde, mi paranoia se convirtió en rabia y pánico.
Observaba de reojo un hueco en la pared donde estaba seguro que dicho animal salía a buscar pleito.¿Podría subir a la cama, morderme o violarme ? ¿Y el virus Hanta? ¿Y la rabia? Varias preguntas pasaron por mi mente sobre la esencia vital de este ratón hasta que, vencido por el sueño, me quedé dormido.
Reconozco que me encantan los animales. Mis mascotas personales son un conejo y un chancho, pero un ratón, que no me ha sido presentado, me da desconfianza.
Estos personajes tienen la capacidad de entrar o surgir de los más minúsculos lugares y meterse en otros pequeñísimos espacios, según me han dicho. Supe la historia contada por un amigo que el padre de otro amigo que un ratón nadador de retrete terminó metiéndose por su recto, siendo un escándalo social y una burla para mi buen amigo hasta la eternidad.
¿Podría subir a la cama, morderme o violarme ? ¿Y el virus Hanta? ¿Y la rabia? Varias preguntas pasaron por mi mente sobre la esencia vital de este ratón hasta que, vencido por el sueño, me quedé dormido.
Al día siguiente, me levanté con el sol a la mitad del cielo. Olvidé al ratón contemplando el mar cual estanque, el cielo azul tenía más movimiento que las aguas. Las nubes pequeñas se deslizaban hacia la cordillera, que en el fondo de la fotografía, dominaba el este. Pichidangui era mi nuevo lugar de residencia, pueblo ubicado en el norte de Chile, donde me podía considerar autoexiliado por gusto propio y feliz moderadamente.
Con el ambiente dinámico por las vacaciones, era el contexto natural de personas que iban y venían sobre la costanera. Me deje guiar por mi sobrino hasta una iglesia edificada en una gran roca junto al mar. Tomé unas velas y las puse a las ánimas pidiendo un par de milagros. Posteriormente fuimos hacia la orilla del Pacifico y me bañé en sus frías aguas.
Respiré profundo y el casi congelado mar me activó la circulación del cuerpo. Caminé por la playa y vino a mi mente ese miserable ratón.
No quería cortar su vida, pero debería hacer algo para espantar a este roedor invasor. Un gato era la solución. Según mis primos al sentir el olor al felino, ratones, ratas y pericotes se espantaban y cambiaban de residencia. Así que fui a visitar a la vecina que con gusto me alquiló por unos pesos un gato parchado.
El animal robusto y bien nutrido movió su cola con disgusto al tomarlo entre mis brazos.
Mi plan era soltar a Pelotas – el gato- en la habitación durante la noche y así dormir mientras mi guardia actuaba.
La luna entró sobre el oscuro escenario nocturno. Puse la cabeza en la almohada mientras Pelotas, a mis pies dormía, y en ese momento el ratón apareció. Con su pelaje húmedo, movió su hocico odioso olfateando y con un chillido feroz subió a la cama. ¡Mierda!, grité y brinqué al suelo. Pelotas se encrespó y con un fuerte maullido saltó por la ventana y salió hacia al patio sin decir adiós.
Entre ese ratón y yo no podía nacer el amor y tampoco el odio que me llevara a matarlo. A la mañana siguiente, mientras me estiraba sobre el sofá con incomodidad, miré con rabia a Pelotas sobre mis pies muy cómodamente dormido. Sin decir nada encendí la tele y se acabó la historia.
Comentarios
10 de julio
Que Bonita historia
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