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Dictadura de los que sobran

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Cuando explota mediaticamente la aprobación legislativa sobre la ley de fomento a la música, por la cual se obligaría a las radios a programar un 20% de música chilena, parece importarles a todos. Y es curioso, ya que en los mismos medios donde no se abre espacio para cubrir música local en sus comentarios de espectáculo, sus columnistas se apresuran a juzgar la medida acusando “dictaduras” y pérdida de “libertad programática”, sin antes pensar que también hay un público al que le hubiese encantado conocer en ese medio más sobre música chilena. Cuesta así diferenciar quien ejerce la “tiranía”: si los que se contentan con una oportunidad naciente en una obligación impuesta o el que no da tribuna a expositores locales.

Es extraña tanta preocupación ahora, cuando antes no hubo voluntad de “escuchar” las diversas expresiones que tienen origen en nuestra tierra, con más de 600 discos editados por año y que no han encontrado eco en los medios de comunicación masivos. Estimula saber que ha despertado interés el hablar de música y saber los motivos que originan esta polémica medida, ligada a un mundo laboral totalmente abandonado a la suerte del más fuerte: sin sellos, sin espacios donde desarrollar su campo laboral, sin difusión.
 
Antes de saber qué implicaría esta ley o qué significa para la industria y sus creadores, hay que partir diciendo que no fue propuesta por los artistas y está lejos de solucionar temas como la real “proyección” de la producción nacional. Pero frente a la aprobación de mayor programación de música chilena en las radios, no nos queda más que contentarnos de tener un mayor espacio para exhibir el trabajo de tantos y tan diversas expresiones artísticas.
 
Como toda norma impuesta, se crea resistencia y es comprensible que a los radio programadores no les caiga en gracia tener que cambiar su modus operandi, pero de eso, no podemos hacernos cargo nosotros.
 
Queda en evidencia un fracaso en las negociaciones previas entre los radiodifusores y el mundo artístico, así como el nulo resultado de las políticas públicas provenientes del Consejo de la Cultura, que en el fomento de difusión no han dado muestras de crecimiento desde su existencia. ¿De qué han servido los fondos concursables para promover nuestra música entonces? De muy poco, sobre todo cuando las producciones nacionales se guardan en el escritorio de los programadores y el porcentaje de música que suena en sus diales no supera el 8%. Lamentable panorama que, como resultado, obtiene esta ley, que nos guste o no, tiene en esta cifra el argumento para ser impulsada.
 
Los últimos años hemos sido objeto de ataques constantes para desarmar nuestra defensa de los derechos autorales y de interpretación, y es lamentable que una vez más la discusión se centre en poner en duda la calidad de nuestros exponentes, algo tan absurdo como discutir sobre salud fijando la vista en la dirigente de los trabajadores de consultorios, cuestionando si en su rol de enfermera coloca bien o mal las inyecciones. Acá no se trata de distinguir en quienes han representando los intereses de los demás, si no en para quién van los beneficios.
 
Y es ahí donde hay que fijar las miradas, dejar los egoísmos de lado y pensar en los estudiantes de música que creen tener posibilidad de dedicarse a lo que eligieron como carrera, a los cientos de creadores populares que ingresan cada año a la Sociedad Chilena del Derecho de Autor (SCD) con la aspiración de profesionalizar sus obras y encontrar en el medio un espacio para lucir su talento.
 
Desde nuestra base organizacional (SCD), se hacen esfuerzos sobrehumanos para dar mayores oportunidades a jóvenes creadores, abriendo Sellos (Sello Azul y Oveja Negra), ofreciendo las salas de espectáculo que se tienen y organizando eventos presenciales (Día de la Música, Ferias de Conciertos), para dar escenario a nuestros músicos. Pero no tenemos la capacidad de editar ni promoverlos a todos y el impulso de esta ley enciende esperanzas en los que no han tenido aún su oportunidad.
 
Existen herramientas, como Internet y sus plataformas sociales, para promover y exhibir la apuesta de cada uno, pero también se necesita que los medios comunicacionales masivos como la televisión y radiofonía contengan participación de artistas nacionales para identificarnos como país.
 
Siempre es más fácil atacar, denostar y encontrar sentido a la inerte realidad que nos envuelve. Ahora estamos en presencia de una oportunidad para conocer más de lo nuestro, de reconocernos en nuestros artistas y otorgar un lugar con más luces para observar su desempeño y desde ahí elegir, sin pensar que esta medida coartará la línea editorial de cada radio, que en total libertad puede seguir escogiendo que es lo que quiere hacer sonar para su determinado público.
 
Por supuesto que a nadie le gusta estar a la fuerza y habrá músicos que no estén de acuerdo con la medida, lo que es totalmente respetable, como también lo es el querer regalar su trabajo. Pero existen los otros músicos que sí esperan poder vivir de sus obras y anhelan con ansias tener una probabilidad más de llegar a sonar en una radio de alta sintonía.
 
Podemos estar a favor o en contra, pero no burlar lo que es legítimo en cualquier ser humano, que es esperar mejores condiciones de desarrollo.
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09 de septiembre

A pesar que se respeta toda opinión y todo punto de vista, hay que considerar que existe un bien superior que hay que respetar y cuidar por sobre los intereses corporativos o personales.

Yo no juzgo en mala la petición y el proyecto de ley, total en pedir no hay engaño. El problema yace en ponerlo en práctica: ¿Qué pasa con las radios religiosas? ¿las obligarán a tocar rezos chilenos dentro de su programación? – ¿Qué pasa con las radios sinfónicas? – ¿Qué pasará con las proyectos radiales no musicales sino informativos como Radio Cronos? ¿La obligarán a que un cantante chileno dé la hora? (textual jajaja)

Yo creo que el fin es admirable pero la forma es la incorrecta. Siempre he pensado que el modelo está al revés ya que considero que los artistas deberían pagar a las radioemisoras por tema divulgado. De seguro que con esta lógica los artistas chilenos se verían muy beneficiados con las radioemisoras regionales que son muchísimas y cuentan con un bajísimo presupuesto.

Propongo dar vuelta la tuerca, agarrar ese 20% y mejorar el proyecto de ley con puntos simples pero simpáticos:

En primer lugar, seguir cobrando por parrilla programática sólo por artistas no nacionales.

Segundo lugar, no cobrar o derechamente pagar a las radioemisoras por cada tema de artista nacional incluido en la parrilla programática.

Tercer lugar, limitar hasta un 20% de música chilena a las radios para que el presupuesto de los artistas no se desborde jejeje.

La dictadura no es buena…ni tan mala tampoco si se favorece el bien mayor.-

10 de septiembre

Me parece que la posibilidad de exigir un 20% en las radioemisoras es una mínimo exigible y perfectamente alcanzable. Lamentablemente hemos perdido las vías de acceso a la música nacional, y sólo quedan restringidas a círculos mal llamados «alternativos» que de vez en cuando se conocen más allá. La situación es lamentable, y comparto el análisis de Denisse en cuanto a la escasez de difusión. En otros países de nuestro continente existen políticas mucho más claras para los artistas extranjeros, intentando generar una integración de los artistas nacionales. Aquí se opta por la lógica del consumo masivo, sin regulaciones de ningún tipo… creo que el «Mercado» tampoco funciona en el arte, y la lógica de incentivos me parece bien penosa como óptica de análisis y de propuesta. El apoyo a las radios comunales debe obedecer más bien a una óptica de desarrollo comunicacional del país. Por último, lo que sucede con la música es bien representativo de lo que sucede en las otras artes… accesos lmitados, elitizados, centralizados en la capital y entregados a la lógica de la oferta y la demanda.

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