“La sal no tiene relación con el mal sabor de la comida que prepara el cocinero del restaurante». Les explicaba con seguridad el gerente a los comisionados de salud, quienes habían llegado por la denuncia de varios comensales. El reclamo fue muy serio y apoyado con un examen de laboratorio que aseguraba la contaminación con materia fecal.
Los fiscalizadores revisaron los depósitos con sal con minuciosidad, ya que no tomaban los argumentos del gerente como una santa verdad. Varios lugares estaban en sus listados negros por la misma acusación. Según los comentarios recogidos por lo funcionarios, dicha sal tenía un fuerte mal olor característicos de los potreros de crianza de animales de corral.
Personas salían sin voltearse a ver ni despedirse. Simples encuentros fortuitos de una hora y nada más. El amor puede ser rápido en tiempos de democracia.
El gerente negó rotundamente la acusación. Argumentaba que estas personas buscaban dinero y salir en la televisión por efímera fama. Recalcaba que era una tontería pensar que diez clientes comerían sal con mal olor sin formalizar una queja en ese mismo instante.
–Esa es la noticia del día en el periódico- comentó Ximena a Darío que caminaba distraído a su lado.
-Bueno pensé que habría algún tema más interesante que me contaras- dijo con una expresión de tedio en el rostro.
-No hay nada más válido que la gente se queje de una intoxicación con las autoridades, aseveró Ximena.
–Estamos en democracia siempre existen quejas, reclamos, disgustos sobre la comida en los restaurantes de está limpia ciudad. ¿Qué podemos hacer además de ir a la cama? ¡Dios, me muero del aburrimiento!
-¡Y yo de hambre!
-Solo tengo dinero para ir a un motel, pero…
-La amabilidad con una dama no es una de tus cualidades, querido.
-Leyes del mercado. Quien paga manda al fin de cuentas, querida.
De esa forma continuaron su camino hasta llegar a una vieja casona cerca del cuartel de policía. El calor saturaba el ambiente y podía verse desde afuera el movimiento del motel. Personas salían sin voltearse a ver ni despedirse. Simples encuentros fortuitos de una hora y nada más. El amor puede ser rápido en tiempos de democracia.
Se tomaron de las manos y entraron al lugar. Cerca del portal de entrada, los esperaba en un recibidor, un sujeto delgado. Miraba en la televisión un programa matutino. Al verlos acercarse, los observó y bebió de su botella de agua.
Darío sacó de los bolsillos del pantalón unos sudados billetes. Los puso sobre la mesa. El tipo los metió en una caja metálica. Les entregó la llave y subieron por la escalera. Cuando llegaron al cuarto, un olor penetrante les dejó mudos. La mezcla de lejía y nicotina saturaba todo el espacio.
–Seguramente ese olor es parecido a la peste que olieron la gente intoxicada en esos restaurantes, murmuró Ximena.
Dicho eso, Darío cayó. El sonido hueco asustó a Ximena que vio como su cabeza rebotó en el suelo. La sangre salpicó sus botas blancas.
Mientras él veía acercarse la opaca superficie, cerró los ojos con la intención fallida de evitar el dolor que se aproximaba. No fue así. Un dolor penetró en su mente. Al despertar logró ver a su lado a Ximena que con rostro de preocupación ponía un paño húmedo en su frente.
Él le tomó la mano y la apretó con fuerza. Ella puso su nariz sobre su cabello. Darío trató de decir un par de palabras, pero su mente estaba oprimida con imágenes del pasado. Ximena se desnudó y se recostó a su lado. Pasaron las horas y terminaron abrazados. Se besaban con desesperación como si el final de sus días estuviera a la salida del motel.
–Te amo como a mí mismo, le susurro al oído Darío.
-No digas nada más. Vamos a cenar con nuestro dinero a un restaurante y olvidemos tu caída en estas tierras bajas. No me debes nada.
Se besaron otra vez. Se vistieron y descendieron abrazados como dos adolescentes enamorados a la primera planta de tan sucio lugar.
Pasaron cerca del sujeto del mostrador del motel. Este los miró y apagó la televisión. Recostándose en una vieja hamaca, pensó: «Las chifladuras que transmite la tele en estos días.»
Comentarios