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Baltasar Gracián: el siglo de Oro español y el sol de Chile

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imagen de la colección particular del autor

El pensamiento de un Baltasar Gracián —península ibérica, siglo (XVII) de oro—, parece ayudarnos cuando probamos algún acercamiento de lenguajes hacia lo que estamos proponiendo en los ámbitos que actualmente se usa llamar: de las transdisciplinas (en las artes y en las ciencias) —y, entonces, sorpresivamente, también podría ocurrir para esta tentativa mía con el nombre de estudio del sol. Pero en el Chile siglo XXI poco se habla de él y habré de hacer, para ustedes, su presentación:

Baltasar Gracián vivió mayormente en Zaragoza, en la incipiente España del siglo XVII. Murió como nos corresponde a tod@s, y en 1658. Nosotros lo vamos a intentar instalar, para nuestros tiempos actuales, en un «pensamiento del gusto» —que refiere, primeramente, nada más que al fenómeno que nos hace decir: esto me/nos gusta y esto no. O esto está «de moda» (le gusta a mucha gente, pero luego cambiará este gusto); esta música «pega» o «es la de mi tiempo»; o: usted opina con «buen gusto» —incluso un «saber gustar» un vino (como un “saber gustar de la felicidad”; y esto, no en broma, puede resultar asunto filosófico fundamental; como reflexiones del fenómeno de la cotidianidad, del cómo es real/habitual, no teorética, la existencia). Precisamente en una zona cercana a lo que llamamos (aunque algo mecánicamente) las emociones -porque se trata de algo en el “cómo se siente”–, pero bastante cercano también a las razones (porque en el gusto uno está legitimado para emitir juicios como: “eso lo encuentro bueno/es rico porque”, “me gusta porque, y uno puede dar muchas razones verosímiles,…).

Lo trans-disciplinario, para usar una palabra algo “dura”, semeja aquí esta interacción-fusión, en un mismo gesto, de emoción y juicio —cosas que nuestro racionalismo (muy) dominante separa y sitúa en facultades diferentes de lo que llama entendimiento humano. O sea la separación, que acostumbramos como una evidencia, entre lo que es dato sensible de lo que es idea (o la manida distinción entre “juicios de hecho” y “juicios de derecho”).

Además, aquello de inspiración transdisciplinar para nosotros se implica, cada día más, con esta tentativa del sol. Estamos proponiendo, pero también elaborando (en la performatividad) desde lo que, en principio, resulta una alegoría al modo de un canto alegre celebratorio del sol. Esta celebración (afectividad), la realizamos diversa de la actitud del pensamiento moderno como «criticismo». Y este nos parece una preferencia (un privilegio, una valoración, un gusto) por las ausencias, la falta, la herida, la imposibilidad, cierta negatividad fundamental — al contrario del sol que por aquí habla por todas partes. Nombre de negatividad que también se dice: cantos sacrificiales de las palabras. Nada quita que ese «pensamiento crítico» sea extremadamente racional —o sea, certero, lúcido, clave de discernimientos—, pues, precisamente, y es una hipótesis que compartimos con Gracián, la racionalidad moderna pareciera ahora fundada en un gesto (acto) de separación, un extrañamiento: se trata, permanentemente, de establecer hechos (unidades incluso), evidencias “delante/separadas” nuestras, al tiempo que nos sustraemos de estar ahí mismo, ahí donde “nunca hemos estado delante sino siempre continuos” —esto es, para lograr la certeza del objeto, de la cosa; la certeza del sol físico, del agua física, de la cantidad de habitantes humanos de un territorio después de un censo demográfico metódico. Todo eso opera siempre y cuando nos deshagamos (abstraemos) de nuestra continuidad a todas esas cosas, y borramos/limitamos la amplitud de los fenòmenos.

Esta razón (de subjetividad) nos ha permitido la consideración de las cosas objetivadas, lo que ha producido el mundo moderno de todos estos objetos fabricados. Y el sol dominante en nuestros días es solamente eso que cruza el cielo como esfera de muchas maneras medible. O sea, hay una verdad, llamemos fáctica, en la objetivación. Tal vez una verdad desconocida para otras culturas —y este compu en el que escribo es una «prueba» de ello; el mismo Heidegger, en sus consideraciones fenomenológico-metafísicas de la técnica moderna, se ha detenido ante el «enigma de la técnica».

Así pues, Gracián me interesa porque «no es exactamente filósofo». De hecho, no se lo estudia en ninguna academia filosófica de Chile. Y escribió misceláneamente: de muchas cosas y con muchos recursos y estilos. Nosotros, modernos del siglo XXI, ahora podemos comprender algo de esto despues de las reivindicaciones concedidas a los textos diversos de un Nietzsche.

Y no fue, al parecer, un «teórico». Sino un hombre de pensamientos también muy prácticos. Los que usamos llamar no precisamente éticos/morales sino de un “ethos” (de la multiplicidad de sentidos que parecen mostrar los usos considerados colectivamente “buenos o adecuados”). Lo cual significa que su ejercicio de escribir era diverso, y su manera de vivir entre sus semejantes, era diversa. Por ejemplo, que escribía un poco al mismo modo como hacía amistades, con esas amabilidades y agudezas. Por ejemplo, que fue jesuita y bastante cura para algunas cosas, y para otras ni tanto. Así, publicó con otro nombre —y no como asunto de seudónimos y romanticismo del otro, sino para evadir prácticamente las diferentes censuras de su tiempo. Su libertad consistía, aparentemente, en resultar bastante ortodoxo mientras realizaba acciones clandestinas. Es decir, en una cierta demostración (vital) de las relaciones de norma y libertad, de condición y espontaneidad.

Gracián tampoco es teórico porque no ocupaba su tiempo de existencia en llegar a definiciones estrictamente conceptuales, rigurosas y unívocas. Pues tampoco «creía» en esas cosas —y tenía sus verdades en esto ya que algunas teorías del lenguaje muy contemporáneas han señalado la imposibilidad de lo unívoco en la significación de una palabra. Lo riguroso y muy conceptual, habría que conceder con él, más semeja una actitud que un fenómeno. Que porque «queremos intensamente» algo como “la rigurosidad”, es que aceptamos ciertas experiencias como «lo riguroso». O sea, más que examinar efectivamente hasta el fondo (hasta un necesario pero supuesto fundamento) tal o cual concepto, en cierto punto lo asumimos y lo usamos como tal concepto. Que para nuestros efectos, debería respondernos como operación de conceptualizar/agarrar algo (como dice, en una de sus acepciones, y màs explícitamente, la palabra alemana Begriff al decir concepto).

Entonces, para presentar a Gracian no es necesario alcanzar una visión sistemática. En cambio, más parece que a sus palabras estamos permanentemente entrando o saliendo. Por ejemplo, usa la frase breve, algo encriptada. O lo que se nombra: lacónica. Una que impulsa u obliga a operaciones de completación e interpretación por sus lectores. Nada es estrictamente reglado con reglas impecables, insustituibles, conocidas y justificadas por tod@s. La inmensidad de este sol apenas se inmuta en medio de estas “ambigüedades”.

Bastante diverso de un Kant, a quien encontramos, a cada página, en un esfuerzo incansable por lo correctamente dicho. Por la fórmula que soportaría toda crítica. Por la aseguración de unas teorías que contienen los hechos reflexionados. Por ejemplo, ni más ni menos, con el establecimiento (“a firme”) de las «categorías de espacio y tiempo» como «intuiciones a priori del entendimiento». A este Kant no le hace falta sol.

Por eso, el sol de este estudio del sol que hemos emprendido desde 2022, no es ni un sol de las ciencias ni un sol de las artes (de la poesía, eminentemente). No es concepto ni es metáfora (o, si se prefiere, es ambos, y de una manera curiosa). Siguiendo al Gracián que les he presentado, diremos que este sol «solamente» dice un gusto por el sol. Pero, este gusto, implica que estamos en cierta relación con él, en una relación de “sensaciones”, antes de que podamos definir cuál sentido es el estimulado. Pues no se trataría del ojo para el sol, ni de la piel para el sol, o, siquiera, de un «olor a sol» —si acaso pudiera darse algo así. Bien. Y sin embargo se trataría, de otro modo, de «todo eso» —de sensaciones, idealidades y gustos convertidos en “sensorialidades medibles”—, lo que, al mismo tiempo, nos reportaría significaciones: nosotros, niñ@s criados por las teorías físicas modernas, decimos y creemos firmemente (y nos gusta) que este sol, respecto de la Tierra, no se mueva (y «nunca» ha sido él, afirmamos, el que se mueve en torno de la Tierra como han experimentado, en el «error», tantos o casi todos los pueblos y las culturas).

Y ya este sol no es ninguna divinidad. Y su brillo de intensidad insoportable para nuestra visión normal (pues fisiológicamente enceguece), es solamente un brillo fuerte. Este sol moderno (pero no tanto diría Rimbaud), ya no es casi refugio de poetas; ni el asunto, más o menos lírico, de una canción de atardecer de enamorad@s. Tampoco habitamos este sol como, al parecer, lo hacían los contempladores andinos e incas. Y contemplación no decía solamente: atención a los hechos celestes, a los hechos que entonces componen los llamados calendarios, sino atención a su modo de iluminar como indicación de la bondad o fatalidad de un momento humano —y cuando «bien/salvación» o «destino» decían otras cosas que las que entendemos en este siglo XXI, y después del llamado: «paso del mito al logos».

TAGS: Sol

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18 de abril

Un momento filosòfico decisivo de este «Estudio del sol»
que se prepara en imprenta, es el encuentro con los
pensamientos de Baltasar Graciàn. Uno poco conocido, por
supuesto, pero de esos ahora imprescindibles.
A Graciàn lo conocì por Gadamer y lo entiendo, en resumidas
cuentas, como el pensador «del gusto reflexivo» –como
aquella percepciòn del fenòmeno humano de la relaciòn
inmediata y paralela de «pensay y sentir», de «idea y sensaciòn»
-deshaciendo este dualismo..
Hay que leerlo para comprender sus pocibilidades…

Gabriel Matthey Correa

22 de abril

¡Felicitaciones Fernando por tu nuevo texto! Sin duda ya en tus palabras vas buscando nuevos espacios para la transdisciplina, más allá de las artes, las ciencias e, incluso, la filosofía, al menos en sus formas tradicionales.

Hace a unos días atrás, a un filósofo (no recuerdo su nombre), le preguntaron: «¿para qué sirve la filosofía» y él respondió algo así como: «para aprender a odiar la estupidez»…. Sin duda que la estupidez nos puede hacer muy mal a todos/as, pero creo que ella se puede encontrar en cualquier oficio o profesión -incluida la filosofía- cuando la persona queda atrapada en la especialidad y no ve más allá. En eso podemos aprender mucho del sol, que no discrimina a quien alumbra, incluso, durante el día -gracias a su movimiento relativo- se da el lujo de ir desplazando las sombras. El sol irradia, democráticamente.

22 de abril

Estimado Gabriel, su percepciòn de cierta filosofìa como modalidad
de una transdisciplina me resulta muy sugerente e interesante.
Se la agardezco. La entiendo como un pensamiento (un pensar) que
aparece como filosofìa (pero no, por ejemplo, en las estrecheces de una
epistemologìa), que se da como forma de arte (poesìa, eminentemente palabras,)
y tambièn como forma cientìfica (que se mueve dentro de la racionalidad).
Todo un desafìo. Uno bastante complejo y donde nada ni nadie parece poder
asegurar «èxito».
Que entonces hay que tal vez sencillamente iniciar, comenzarla a ensayar.
Como indica usted, quizà esa «contemplaciòn» del sol que por mi parte he comenzado
en el libro «Estudio del sol», resulte un cierto modelo. Que asì como pareciera haber,
para nosotros habitantes del planeta, un solo sol de todos los dìas, este mismo sol
nos alumbra y da calor «democraticamente» –y produce unas variaciones
permenentes todo el dìa, todos los dìas, de sombras que cambian y nunca faltan
(a menos que estè muy nublado, pero entonces hay un sol igual encima de todas
esas nubes). Abrazo.

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