En cierta fecha -ocurre a cada rato-, y apenas anochecido, estamos en nuestros hogares o transitando por una calle, por un camino, en un pueblo, un barrio o una ciudad de estos pagos, y sin advertencia ni preaviso comienza un rumor poderoso que viene de lejos y de abajo. Inmediatamente algo sabemos. Ya nos han comenzado a golpear los latidos por todo el cuerpo. Para cuando sentimos el pecho, el suelo ha comenzado a oscilar.
Hay unos instantes, a veces, para esperar cuan fuerte viene. A veces no. Crujen los muros de la casa o edificio. Se levanta el polvo de la tierra como si hubiera viento, pero no es viento. Te lleva el movimiento. No como si alguien empujara. Tampoco como un vehículo, ni aun grande, que te golpeara. No es ahora ningún “gigante” -cualquier figura anula esta pura fuerza-. La totalidad del derredor se mueve. La sensación parece generar una necesidad de no ser así movido. Alguien quiere afirmarse de un poste o un árbol, pero esa cosa siempre tan firme transmite más de ese mismo movimiento.Y no se trataría de algo relacionado con la imaginación o Kant, precisamente porque durante el terremoto no parece haber imagen posible alguna.
Algo se quiebra. Alguien cae. Gritos. Una grieta en el suelo. Ladridos. Estamos dentro de una sonaja ambiental, que nada tiene de música aunque tampoco resulta mero ruido. Oscurece cuando desaparece lo moderno de la electricidad. Y continuamos adentro del terremoto, definitivamente hacia donde el movimiento vaya.
El filósofo chileno Pablo Oyarzún ha reflexionado sobre el terremoto. Pero no es este terremoto que ocurrió el 16 de septiembre pasado -ni el 27 de marzo de 2010-. Es “El terremoto en Chile”, un relato corto del literato alemán Kleist escrito a principios del siglo XIX. Kleist nunca estuvo en Chile. Su terremoto, nos informa Oyarzún, resulta del efecto que le produjo la filosofía crítica de Kant y su tesis de los límites del conocimiento posible al entendimiento humano. Kleist habría sido uno de los primeros hombres modernos (por tanto, europeo) en comprender la imposibilidad o paradoja de la Verdad para la victoriosa razón moderna.
Según Oyarzún, el terremoto equivale al todo de un des/orden: “Los deslices del texto -de Kleist- son como efectos de un movimiento sísmico que afecta a todos los órdenes, aquellos que son representados, aquellos que corresponden a los recursos mismos de la representación”. Y concluye: “No es que el terremoto sea un accidente en el mundo, es el accidente del mundo, el mundo mismo como accidente”.
El relato del alemán Kleist se llama así porque está motivado por el terremoto que asoló Santiago el 13 de mayo de 1647. La muerte, ese día, de más o menos un tercio de los santiaguinos quedó eternamente asociado, para los chilenos, a la Quintrala y al Cristo de la Iglesia de San Agustín con su corona de espinas. Por tanto, Kleist escribe de un suceso al menos 2 siglos anterior, que geográficamente ha ocurrido a 12.500 kilómetros de distancia. Aunque hubiera estado ahí, en Berlín, en 1647, no se le habría movido un pelo.
Kant escribe su propio terremoto: “Todo lo que la imaginación pueda representarse de aterrador hay que tomarlo en su conjunto para figurarse de algún modo el pavor que han debido sentir los seres humanos cuando la tierra se mueve bajo sus pies, cuando todo en torno a ellos se derrumba”.
Sismo que resulta, según Oyarzún, el de Lisboa de 1755 (se supone que murieron unos 90.000). Otra vez un alemán y una experiencia meramente representada. Entonces el terremoto de Kant es miedo y todo el miedo. Y hay que poner toda la imaginación para representarse ese terror. Pero en Chile, somos varios a quienes el terremoto, que también aterra, mucho más excita. Y no se trataría de algo relacionado con la imaginación o Kant, precisamente porque durante el terremoto no parece haber imagen posible alguna. Tal vez habiendo crecido con terremotos a cada rato hemos alcanzado una extrañísima familiaridad con ellos. Aparece en este “todo que se mueve mortal e irresistiblemente” -y que no nos ha matado todavía-, una singular ocasión de experiencia.
Si eres un observador alemán pensarás sobre estructura y azar de las cosas; si eres un chileno que estuvo aquí el 16 de septiembre pasado (y el 27 de o el 13 de…), tal vez debas pensar eso irresistible. Lo inconmensurable de una naturaleza que mostrándote la aniquilación, comienza a enseñar su gusto sensual. Algo así como pura fuerza natural de vida y muerte juntas. Entonces el terremoto se nos da por estos lares como privilegio de una experiencia que el pensamiento puede ganar.
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05 de octubre
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http://diario.latercera.com/2011/07/10/01/contenido/cultura-entretencion/30-75991-9-la-tragedia-de-von-kleist-revive-con-libro-y-puesta-en-escena-de-el-cantaro-roto.shtml
10 jul. 2011 – Y su hija, la actriz Manuela Oyarzún, llevará a escena el mismo … sino como lo que determina lo humano», apunta Pablo Oyarzún. Esa pulsión catastrofista es la que lleva a Kleist en 1808 a escribir El terremoto en Chile.
La tragedia de Von Kleist revive con libro y puesta en escena de El cántaro roto
Contemporáneo de Goethe, el poeta alemán fue un incomprendido en su época.
Antes de volarse los sesos, en Potsdam, en las afueras de Berlín, Heinrich von Kleist le disparó a Henriette Vogel, el gran amor de su vida. Así se lo había prometido el dramaturgo, poeta y novelista alemán cuando ella le confesó que estaba desahuciada de un cáncer.
Sentados en la orilla del lago Wannsee, el 21 de noviembre de 1811, los amantes escribieron:
«Nos encontramos aquí, en una situación dolorosa y precaria. Yacemos muertos ambos». Acto seguido, Kleist le dio un balazo en el corazón, y con la misma pistola se suicidó.
Tenía 34 años.
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