“Día de la Salud Mental”, el 10 de Octubre, desde hace ya 22 años, fue proclamado en 1992 por la Federación Mundial de Salud Mental y patrocinado por la Organización Mundial de la Salud –OMS-, para así promover en la conciencia pública los temas relacionados con el motivo de salud en cuestión. Habiendo aclarado esto, vale comentar que, como todos los años, las recién mencionadas instituciones convocan a “celebrar” este día, digámoslo así: invitando a la reflexión sobre un tema (trastorno) de relevancia internacional en torno a la salud mental, generando un espacio de atención, por medio de una campaña que promueva las condiciones e información pertinente para su identificación, tratamiento y prevención.
El título para la ocasión del actual Día de la Salud Mental es: “Vivir con Esquizofrenia”, siendo el centro de la campaña, el llamado a la mejora de las condiciones de acceso a la atención e integración de las personas que sufren de este trastorno, ya sea directa o indirectamente, por medio de la educación, el trabajo y la vivienda.
Ahora bien, en vista del trastorno destacado este año, sin menospreciar su gravedad ni la curiosidad que genera a nivel de la población y en los profesionales de la salud, me parece de primordial importancia detenerse en la base de las premisas que constituyen en principio las intenciones de la declaración de este día hace 22 años y el espíritu asentado en la realidad, que en mi opinión, se puede rescatar del llamado de la OPS en 1997. Y bien, si digo “en vista de este trastorno destacado”, lo hago asumiendo una de sus particulares características para los profesionales de la salud mental, con esto me refiero a que, aún hoy en día, éste genera desacuerdo en la comunidad científica respecto de su origen y por ende de su prevención o, por decirlo de otro modo, no logra calificar para la pretensión de “prevenir desde temprana edad los trastornos mentales” , es decir, que pueda ser efectiva su profilaxis.
La esquizofrenia aun presenta un desafío lejano a ser considerado como prioritario en nuestro país, si consideramos que aún tenemos temas pendientes con patologías en las que lideramos negativamente los rankings mundiales
En vista de lo anterior, pretendo abrir la cuestión acerca de este último punto: la profilaxis. Considerando que el “trastorno destacado del año” no solo invita una subida a la palestra pública, sino, y por sobre todo, abre o debiese abrir el espacio para la consideración y acción a largo plazo, bajo el entendimiento del acuerdo tácito existente en la propuesta de “generar planes que consideren a la salud mental como parte integral de los planes de salud general” y por ende de la agenda social y política de las naciones. Por tanto, su adecuación a cada una de estas, debiese ser pensada en base a la realidad social, económica y demográfica.
En este sentido, la esquizofrenia aun presenta un desafío lejano a ser considerado como prioritario en nuestro país, si consideramos que aún tenemos temas pendientes con patologías en las que lideramos negativamente los rankings mundiales, como por ejemplo: la Depresión. Con un rango que fluctúa entre el 17 al 22% de la población chilena, dependiendo de la categoría etaria, hemos ido exponencialmente en aumento durante los últimos 14 años, aun sabiendo y conociendo de base los factores de riesgo o más bien dicho, las condiciones sociales y demográficas que contribuyen a su aparición y, desde la experiencia, derechamente establecen las condiciones ideales para su desarrollo, como por ejemplo, según menciona el artículo para ese año de la WFMH: las brechas de género, las condiciones socio-económicas y las condiciones educativas, dentro de las más relevantes.
Con esto, la pregunta y el desafío apunta inequívocamente a que las propuestas en salud mental y por sobre todo, la acción de los profesionales del rubro por medio de sus prácticas privadas y públicas, debiese asistir abiertamente a promover formatos, tanto políticos como terapéuticos, que estén continuamente empujando a inmiscuirse en las condiciones fácticas y materiales de las comunidades y de cada sujeto, como prerrequisitos de la prevención y por ende, de la apropiación y territorialización de la realidad subyacente al desarrollo de estos trastornos.
Por Francisco Arismendi.
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