¿Cuáles son los atributos que debe tener un constituyente? ¿Existirán acaso propiedades diferentes al común de los ciudadanos para poder ser parte de dicha convención?
Una de las preguntas previas a todas las opiniones y posiciones respecto a la composición de la Convención Constituyente es acerca de cómo deben ser los elegidos, huelga señalar que de esto va la discusión pública actualmente. Sin embargo, dada la ansiedad que ha mostrado nuestra comunidad para tratar de llenar con nombres las casillas de dicha convención, hemos olvidado identificar un factor anterior: ¿Somos los electores capaces de asumir esta tarea?
Seguramente la respuesta que se dará usted mismo, mientras lee esta columna es afirmativa. Somos capaces pero, ¿Acaso esa capacidad nuestra se refleja en los candidatos? ¿Son ellos/ellas capaces, competentes, representativos?¿Qué preferimos: autoridad o poder? Autoridad que exigimos en cuanto reconocimiento, o; poder como capacidad de influir, y hacer que otros acaten las mismas. Como no tenemos respuesta a este juego mental, mantenemos la tambaleante estructura que soporta la democracia: la representación
La pesadilla distópica en la que nos hemos metido al tratar de construir una Constitución nos obliga a preguntarnos: ¿Qué preferimos: autoridad o poder? Autoridad que exigimos en cuanto reconocimiento y valor como ciudadano, o; poder como capacidad y habilidad de influir, tomar decisiones y hacer que otros acaten las mismas. Como no tenemos respuesta a este juego mental, mantenemos la tambaleante estructura que soporta la democracia: la representación. Más aún, cuando se trata de lo más importante dentro de la vida republicana, o sea, defender o, como es el caso, construir la Constitución.
Para esto se ha originado un circuito de acciones que terminarán con el acto electoral. Este circuito propone que debamos convertirnos, promover y apoyar a ciertas personas como representantes del pueblo (nosotros, el pueblo) para ejercer como convencionales. En este grupo, en efecto, no entraremos todos. Lo sabemos, lo aceptamos, casi sin pensarlo; dado que creemos que nuestra posibilidad de ser electos dentro de ese grupo (constituyentes) es cercana a cero, y para consolarnos de esta probabilidad, simbólicamente intentamos proyectar ciertas características (reales o no, presentes o no) que determinan nuestro paso al costado y un decidido fervor o al menos simpatía por quienes sí serán parte de ese salón donde ocurren las cosas.
En este simbolismo, existe una gran diversidad de posibilidades, tantas como podamos imaginarnos sobre los postulantes. Sin embargo, existen dos elementos que para los ciudadanos resultan muy relevantes y sobre los cuales creemos actuar, a la hora de elegir a nuestros representantes, más en esta ocasión, que es la más importante dentro del sistema. Me refiero a: a) creemos optar por personas en función de sus competencias (intelectuales, comunicativas, empáticas, entre otras),y; b) creemos diferenciar a los candidatos según el compromiso político (capacidad de representar principios, valores, ideologías, etc.) que presentan. Si colocamos estas variables en una matriz simple, podemos encontrarnos con cuatro cuadrantes tipo, con las referidas posibilidades que éstas ofrecen.
Un primer cuadrante se identifica con los posibles constituyentes con mayor competencia y mayor capacidad de representar sus afiliaciones, ideología o compromiso político, serían personas que podemos identificar con un paradero conocido dentro del abanico de posibilidades políticas que nos asisten. Estos son la élite propiamente tal, para estos tendremos una ardua labor contra nuestra historia familiar y electoral si queremos escindir, por esta vez, nuestro voto para dárselo a personas que se aparten de aquello que es nuestro objeto de odio (tan cerca del deseo) por lo que los problemas de sobre oferta pueden jugarnos, al final una mala pasada, encontrándonos optando por figuras conocidas o como dirían ellos “probadas” dentro del sistema. Sí, ese mismo que usted, supongo quiere cambiar.
Un segundo cuadrante se sitúa dentro de un grado de competencia bajo, pero una alta capacidad de representar. Aquí es donde encontramos las posturas más ideologizadas y fanáticas, si se quiere, del abanico. Se trata de personas con posiciones y pensamiento de tipo más radical e irrespetuoso de las formas clásicas o normalizadas de lo política. Aquí las formas de populismo o cualquier fervor político o ideológico se presentan. Sin más que una cara, un mantra, un rezo, o lo que sea que sirva pueden encarar nuestras pasiones y hasta hacernos creer que cualquier acto de superchería es un buen argumento para representar y con eso tapar la competencia que pretendemos exigir a quienes nos representen.
Un tercer cuadrante nos muestra a los postulantes menos capaces y con menor capacidad de representar. En este segmento encontramos a personas a las que le es más difícil hacerse una idea cabal de las cosas y que presentan una ambigua o contradictoria posición y representación de posturas, se trata de personas volubles y que aparecen dentro de la constelación de la elite representada ya sea como advenedizos a causa de la fortuna o causa de la familia. Son candidatos de arrastre, propios del sistema D’Hont con los cuales, sobre todo en las regiones, están acostumbrados a pelear o a acostumbrarse: hijos, sobrinos, nietos de caudillos; personajes locales de radio o TV, entre otros.
Por fin, el último cuadrante refiere a los elegibles que presentan un alto grado de de competencia pero un baja capacidad de representar, es decir, se trata de personas que poseen un conocimiento acumulativo o desprejuiciado, podrían incluso representar con una mentalidad abierta a diversas posiciones sin precisar un argumento duro, son capaces de ser críticos y de transformar sus propios argumentos a través del convencimiento sobre esas mismas bases. Estos candidatos emergen desde tres lugares comunes (más no taxativos): universidades, como profesores, investigadores, gente de ciencia; centros de estudio, intelectuales técnicos dentro de sus áreas, ganadores de premios, han aparecido en listados del buenismo ignaciano o dentro de la gran red de líderes que encarnan, todavía, lo que fue el “sueño chileno” que duró desde 1985 hasta 2008, y; los intelectuales y artistas, aquellos que han estado y han demostrado estar bien dentro de la opinión pública (redes sociales, de preferencia) y la opinión publicada (medios tradicionales).
Del abanico recién presentado usted ya estará haciendo contabilidad sobre su posible voto a costa de competencias y representación que puedan presentar sus candidatos. Sin embargo, el ejercicio de la ciudadanía puesto en fase electoral constituyente habrá de sufrir muchísimo para dar a luz. En efecto, usted podrá creer ya, que su candidato soñado se presenta y usted va y vota pero, recuerde que el sistema de presentación de candidatos es distrital, con las mismas restricciones que la elección de diputados. Entonces surge el primer dolor de parto, habrá distritos más cool que otros y usted puede quedar fuera de dónde se presentan las grandes figuras por las que esperaba votar.
Un segundo dolor radica en que nada asegura que un miembro del establishment con altas capacidades de o no el ancho en una instancia como esta. No existe ningún elemento que nos permita conocer de antemano si nuestro ex diputado favorito lo hará mal o bien en una labor tan importante como ésta. El tercer dolor se encuentra en que, a pesar de que escojamos sólo a incompetentes dentro de la convención, estos podrían perfectamente hacerse asesorar por los mejores consultores, intelectuales, sabios o técnicos posibles. Nada impide que un perfecto idiota pueda hacerse orientar por las mejores constitucionalistas, científicas, artistas, etc., y entregar respuestas con argumentos cabales y progresistas cuando nada se esperaba de él.
Y un último dolor, quizás el que más le duele al columnista, es que ninguno de estos tipos de candidatos asegura una conexión real con la geografía humana de quienes buscarán ser representados. ¿Con cuánta confianza podríamos acceder a ser representados por personas ajenas a nuestras necesidades y expectativas, ajenas a nuestras historias de vida y cotidianidades?
Si es posible elegir mal, lo haremos. Qué duda cabe. Entonces tendremos seguramente representantes desastrosos. De esto creemos prevenirnos cuando abrazamos la regla democrática republicana de un ciudadano un voto y otras tantas ficciones parecidas. Creemos que podremos defendernos de lo que hicieron otros incompetentes en la Alemania de 1932 o lo que se consiguió los últimos 4 años (o 140 años) en Estados Unidos, o Haití, o nosotros mismos en varias ocasiones a lo largo de nuestra historia, pero claro, nunca antes como esta. Porque no tenemos historia constituyente. Es nuestra primera vez y como tal, creemos que podemos equivocarnos.
Ese es el doble rasero de la democracia, creemos que es sempiterna y nos perdona nuestras barbaridades pero, en tanto fenómeno histórico, la democracia -nuestra democracia- tiene y debe tener un final. Es lo que ha ocurrido y ocurre en nuestro planeta con todos los procesos históricos. Aunque en esta oportunidad le daremos una oportunidad más, como favor especial o como tormento, e incompetentes o no, fervorosamente pondremos nuestras manos al fuego y diremos, cándidos: ahora sí que sí.
Comentarios
18 de noviembre
hay algo básico, que debería como mínimo exigirse: saber redactar,para empezar.
+1