Hace aproximadamente 3 millones de años, la Placa del Pacífico se enfrentó a la Placa del Caribe, lo que generó la aparición del Istmo de Panamá, este hecho geológico que dio origen al puente de tierra que une a las Américas, dio pie, al movimiento migratorio faunístico más importante del continente; “el gran intercambio americano”, donde especies de ambos extremos se aventuraron a colonizar nuevos territorios tras nuevas fuentes de recursos y oportunidades. Este fenómeno no estuvo carente de conflicto, la competencia por los recursos tras esta dinámica poblacional abierta, fue directamente proporcional a la llegada de nuevos individuos, y con ello, el aumento de la carga animal en cada bioma, lo que llevo a los desequilibrios esperados. Los cueles desencadenaron extinciones y con ello “la supervivencia de los más aptos”, tal como lo diría Herbert Spencer. Esta inmigración dentro de nuestro extremo del continente, no solo dejo muertos, sobrevivientes y una nueva riqueza faunística, también nos dejó como legado cultural una especie tan icónica como hijo de inmigrantes, el huemul.
Y es que, qué teoría podría explicar mejor los factores de inmigración y extinción que la propuesta por Wilson y MacArthur el 67. Y es que la búsqueda de nuevas oportunidades y recursos mueve a todas las especies, incluida a la nuestras, tras el simple deseo de preservar los genes como la vida, tal como lo diría R. Dawkins. Y esta, no es solo una característica de los seres no humanos, la compartimos todos los seres vivos del planeta. Nuestra ambición humana por los recursos tanto materiales como inmateriales, condicionan nuestra vida y por ello nuestro destino. Por ello, tal como lo explico muy bien el Neuro-fisiólogo Paul Maclean, con su modelo cerebral “Triuno”, nuestra evolución nos ha condicionado desde nuestro cerebro o mejor dicho desde nuestros cerebros, a responder frente al ambiente de formas distintas según el área cerebral involucrada.No es casualidad que los países más liberales del continente en cuestiones económicas como son Canadá y Chile, también sean los países del continente que se enfrentan diariamente al fenómeno de la inmigración, y, por el contrario, los países con las economías menos liberales del continente, se enfrentan a la emigración de sus ciudadanos, tal como es el caso de Cuba y Venezuela.
El riesgo constante de la competencia frente a los recursos, sean inmateriales como materiales, nos condicionan el comportamiento y esto nos vuelve vulnerables, porque tal como lo explicaría Wilson y MacArthur, el conflicto que genera la competencia, que posteriormente lleva a la extinción de algunos, es inversamente proporcional a la disponibilidad de recursos “entre menos recursos y más inmigración, más competencia y más extinciones”.
Entonces, qué hace que, a diferencia de la otra especie, en ciertas sociedades humanas encontremos una apertura inmigratoria mayor que en otras sociedades. Nuestra respuesta a ello es el capitalismo, tal como lo explicaría la destacada filosofía estadounidense, Ayn Rand, en su libro “Capitalismo, un Ideal desconocido”. Ella nos recuerda que cada individuo es un fin por sí mismo, y que cada uno de los otros, puede ser útil para el fin del otro. Esto nos enmarca a entender el capitalismo, más allá de las definiciones posesiónistas industriales a la que se relaciona, es más bien, entender que esta idea fundada en la libertad individual, reconoce que el capital es más que un bien material, es todo lo que una persona puede entregar al otro, mientras este otro lo valore y esté dispuesto a pagar por ello; «ideas, emociones, bienes y servicios”.
Esto genera una relación libre y voluntaria tan similar al sexo, donde una persona en busca de sus propios fines o “satisfacción” a la vez, es capaz de satisfacer los fines “necesidades” del otro. Tal cual lo escribió Adam Smith, «No es de la benevolencia del carnicero, cervecero o panadero de donde obtendremos nuestra cena, sino de su preocupación por sus propios intereses«. Este hecho permite ver al otro, como un recurso y con ello el límite de recursos disponibles, no se limitan a la capacidad de carga de un área tal como ocurre tras la propuesta ecológica de Wilson y MacArthur, y que ocurriría en sociedades sin libertad económica, sino la disponibilidad de recursos dependerá de la percepción individual de cada persona al satisfacer sus requerimientos y necesidades con el otro, de forma libre y voluntaria.
En un mundo capitalista, el capital lo generan las personas y no estamentos rígidos como un Estado. Ahora no es casualidad entender los valores del capitalismo descritos por Jason Brennan en su libro “Capitalismo ¿por qué no?”, en el cual, nos recuerda los valores del mismo; “comprensión, tolerancia y respeto”. Y es que fuera de todo conflicto esperado con la llegada de todo foráneo, el único modelo que es capaz de sopesar el conflicto desde la disponibilidad de recursos es el capitalismo, y desde lo cultural y religioso, es el liberalismo en toda su magnitud.
Por ello, no es casualidad que los países más liberales del continente en cuestiones económicas como son Canadá y Chile, también sean los países del continente que se enfrentan diariamente al fenómeno de la inmigración, y, por el contrario, los países con las economías menos liberales del continente, se enfrentan a la emigración de sus ciudadanos, tal como es el caso de Cuba y Venezuela. Lo paradójico de aquí, es quienes más abogan por fronteras libres y derechos inmigratorios abiertos, desde el papel, son los mismos que repudian al modelo que lo estimula y fomenta.
Y es que, con mi reflexión, invito a las personas de mi sector, y quienes defendemos el modelo liberal en todos sus sentidos, a ver que la mayor prueba del éxito del modelo, – el cual lo entendemos tanto en sus virtudes como defectos, desde la lógica natural que una sociedad es tan imperfecta como naturalmente son las personas que la componen-, es la inmigración prueba de su éxito, un fenómeno tan humano como natural, el cual nos acompaña desde hace miles de años y ha forjado en mundo que conocemos hoy, y que más allá de todo conflicto, nos ha formado como país, dejándonos no tan solo a nuestro huemul como símbolo patrio, sino un abanico de culturas y visiones del mundo, que nos han hecho más diverso como pueblo y con un presente de sabores, industrias y experiencias para compartir. Y tal como los recuerda el viejo dicho popular “Más chileno que los porotos” nos recuerda que realmente somos, somos tan chilenos como esa semilla extranjera, el poroto.
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