En otro ámbito pero también en la misma línea, ¿de qué otra forma hubiera podido decir lo que dije en mi discurso de Licenciatura de los cuartos medios del Instituto Nacional generación 2012, si no me hubiera camuflado entre los que detenta en el poder del discurso, para saltar esa barrera de lo prohibido de la que hablaba Foucault y estando desde el otro lado, pisar esa valla?
“En una sociedad como la nuestra son bien conocidos los procedimientos de exclusión. El más evidente, y el más familiar también, es lo prohibido. Se sabe que no se tiene derecho a decirlo todo, que no se puede hablar de todo en cualquier circunstancia, que cualquiera, en fin, no puede hablar de cualquier cosa”. De esta forma, Michel Foucault en su conferencia de presentación como profesor en el Collège de France en 1970, introducía y resumía (de forma somera, para luego desarrollar el tema) cómo funciona una de las tantas exclusiones del discurso: lo prohibido. Se resume en que no todos pueden hablar de todo en cualquier parte.
Sin embargo, estas barreras que crean los que detentan el poder del discurso (o sea, los que pueden hablar de todo, en cualquier parte) a veces muestran pequeñas fisuras, grietas por donde los molestos gritos de los que están (estamos) bajo la oficialidad del sistema, se cuelan.
Para comprobar esto, basta con mirar lo ocurrido en la última noche de la versión número cuarenta y cuatro del Festival del Huaso de Olmué. Roberto Márquez, el vocalista de Illapu, banda que se presentaba en el certamen, aprovechó la vitrina del escenario (transmitido en vivo por televisión abierta a lo largo y ancho del país) para tocar temas y proclamar consignas a favor del pueblo mapuche, las cuales de otra forma, no se ven en la televisión. Incluso, dieron el espacio para que entrara un grupo de estudiantes con un lienzo y micrófono abierto para recordar que el movimiento estudiantil no está muerto.
Sin embargo, esta “arrancada de tarros” no es nueva en escenarios de este tipo. Hace un par de años ocurrió algo similar con Juana Fe en el proscenio antes mencionado, aprovecharon de disparar contra el montaje en el caso bombas, dedicando una de sus canciones a Joan Jara, a Patagonia sin represas, al insurrecto Magallanes, los presos políticos mapuches y anarquistas.
En el Festival de Viña del Mar pasado, recordada es la carta abierta que leyó Manuel García al Presidente Piñera en apoyo, nuevamente, a los mapuche y estudiantes (“Los estudiantes no lo dejarán dormir si usted no los deja soñar”). Guardando absolutamente todas y cada una de las proporciones, esto también se vio en versiones anteriores, como la participación el 2011 de Calle 13, con un show cargado de mensajes políticos, incluso, en su espalda versaba con plumón: “Fuerza Mapuche”. Recordadas son también las presentaciones de Los Prisioneros en escenarios como el Festival de Viña del Mar y la Teletón, donde dispararon contra la Iglesia, el gobierno de turno, la hipocresía de la política chilena y la dictadura.
En otro ámbito pero también en la misma línea, ¿de qué otra forma hubiera podido decir lo que dije en mi discurso de licenciatura de los cuartos medios del Instituto Nacional generación 2012, si no me hubiera camuflado entre los que detentan el poder del discurso, para saltar esa barrera de lo prohibido de la que hablaba Foucault y estando desde el otro lado, pisar esa valla?
Ahora bien, la línea divisoria de “filtrarse en las grietas que deja el sistema para bombardearlo desde ahí” es muy delgada del otro extremo: “estar y ser parte del sistema”. Y también, hay que entender estas acciones solo como “saludos a la bandera” y formas de visibilizar ciertos temas aprovechando la vitrina, pero nunca como el único camino de “lucha” posible. Es decir, mi discurso y las intervenciones de los artistas antes mencionados, no pasan de ser un verso, una anécdota, o a lo más, el punta pie inicial a una discusión mucho más grande e importante. Pero, vuelvo a repetir, es necesario, desde mi perspectiva, aprovechar los pocos espacios que aún brindan los que detentan el poder.
Eduardo Galeano diría respecto a estas intromisiones en el sistema que más arriba describí, que: “Son cosas chiquitas. No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo, no socializan los medios de producción y de cambio, no expropian las cuevas de Alí Babá. Pero quizá desencadenen la alegría de hacer, y la traduzcan en actos. Y al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable”.
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Foto: The Clinic
Comentarios
23 de enero
Muy de acuerdo. Buen artículo. Hay que usar las redes sociales, la sociedad civil organizada y movilizada puede provocar grandes cambios.
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23 de enero
Interesante lo que planteas, pero me parece que hay que ir más allá. Hay que oponerse a aquello que niega el derecho a disentir, a opinar distinto, a pensar distinto. Porque incluso algunos que dicen oponerse al discurso de lo prohibido, del poder, muchas veces niegan el disenso y ejercen poder, para defender otros poderes.
Cuando se niega el disenso, se suprime el diálogo, la palabra, y con ello la polémica. Entonces, impera lo políticamente correcto, y todo se vuelve homogéneo.
Romper con el discurso de los prohibido (que siempre es el discurso del poder, sea derecha, izquierda, socialista, capitalista) implica asumir algo que Orwell -que era un tipo con mucho sentido- decía:
“Que la libertad de expresión radica en poder decirle a la gente lo que no quiere oír”. Eso incluye a los que se dicen contrarios al discurso de lo prohibido.
Saludos y paz
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24 de enero
EL PLACER ARMADO DE DISCURSO. se agaredece,
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