La importancia de los malls en las sociedades del tercer, cuarto y quinto mundo se puede considerar vital para el desarrollo en la postmodernidad. Es ahí donde se refleja nuestra victoria sobre la visión crítica y la individualidad asocial que inculcan los cursis que se quejan de todo lo ganado bajo la libertad impuesta al calor de las fraguas del hierro opresivo de las cadenas y unos buenos palos en la cabeza en la escuela.
¡Claro que sí!¡ Yo puedo consumir en libertad toda la mierda que desee! Síííííí y punto final.
Estos espacios nos permiten interactuar con otras personas solidarias, empáticas y amistosas. En sus rostros, vemos la expresión de alegría por vivir a plenitud la libertad de comprar y asociarse con sus semejantes. No me quito de la mente, aunque busqué olvidarlo a falta de opio con pastillas de tramadol, cuando un guardia de mall me dio clases de educación por no dirigirme a él con el respeto que José Antonio Kast se dirige a cualquier que tenga un uniforme y alguna insignia con algún logo con un par de serpientes y calaveras. -Disculpe, caballero, debe ser más cortes con nuestro uniforme pues es la autoridad en la nación del mall- me explicaba con tono serio; – No lo olvidaré-, le comenté mientras tiraba una moneda a la fuente de los deseos y le tomaba una foto con el celular para mi colección de uniformados simpáticos.Los malls son la cúspide de nuestras fantasías y realidades metidas a codazos en nuestra mente. Es ahí donde estamos más cerca del primer mundo y, en cierta forma, de los dioses terrenales.
El mall abre miles de oportunidades culturales. No es aburrido como un museo de vestigios del pasado. Muestra las nuevas tendencias en expresiones del arte chino representado en verdaderas piezas únicas de la creación y manejo del plástico con precios accesibles. Ropa de marcas europeas para que las castas privilegiadas se olviden que viven rodeados de “rotos” y mestizos, en esa nación soñada por los colonos alemanes con ese color puramente blanca como la calavera de la misma muerte. Debemos agradecer a ellos la belleza tener todos unos metas a conseguir: tener una pareja con pelo rubio, dientes rubios, callosidades rubias y conversaciones rubias.
Las familias pueden gozar de las exquisiteces culinarias. Cada cadena de comida rápida ofrece alimentos ricos en colesterol y sus bien pagados empleados sazonarán con una agradable sonrisa la entrega de la bandeja donde viene envuelto nuestro pedido. Ellos hasta conocen nuestra fecha de cumpleaños y, con una tonada original, nos cantarán una bella melodía parecida a Nessun Dorma de Puccini. Y recordar que la propina no se debe dar pues no son esclavos, solo trabajadores que deben agradecer que les permitamos ser parte de nuestro exquisito círculo de sirvientes.
Las librerías están apestadas de libros con un costo que permite a las mayorías acceder al conocimiento. Textos muy interesantes sobre cómo ser feliz en un día, las siete reglas universales de la estafa, en tierra de ciegos el tuerto es rey, las venas abiertas de una carnicería, sexo no amor; grandes temáticas para reforzar nuestro conocimiento y valores sociales.
Al caer la noche, abren sus puertas hermosos bares. Cada uno con decoraciones humanistas y mensajes de moderación. Las diversas generaciones vibran al calor del sabroso licor, permitiéndoles experimentar las más profundas reflexiones filosóficas sobre la inmortalidad del alma y el cuerpo.
Es ahí donde las melodías del reggaeton ponen las notas exactas a un ambiente saturado de gente buena onda y con ganas de mostrar como se “perrea” al ritmo del atinado mal gusto. Tendremos suerte que encontremos a algún “influencer”. Tratemos de ser su amigo y capaz nos comparten tan profundos conocimientos como por ejemplo como su ignorancia se iguala a nuestro conocimiento o la fórmula secreta para lograr más “me gustas” enseñando los senos, nalgas y demás partes del cuerpo a decenas de pervertidos. Esto es válido en todas las personas sin importar la ideología fanática que profesen. La mejor que he visto era una feminista pro-palestina con un discurso revolucionario de empoderamiento y dignidad de la mujer al mismo tiempo que ofrecía carne en el mercado de Instagram a miles de tipos entre ellos los más duros extremistas de derecha.
No olvidemos que en un mall somos todos iguales. Sí existen pequeñas diferencias, pero no basadas en la intolerancia o clasismo, simplemente en “nos reservamos el derecho de admisión”. Podemos saludar a las estrellas de la televisión, miembros de la farándula criolla, con un orgasmo emotivo y recibiremos una respuesta igual de sensacional por estos grandes bastiones de la cultura urbana de los burgueses rojos de salón.
El domingo, antesala del incómodo lunes, al fin obtiene un sitio de reflexión espiritual y solidaridad para las familias. Como olvidar la hermosa escena típica de un padre con su camiseta de la Universidad de Chile, Universidad Católica, Colo Colo, Barcelona o Real Madrid, la madre usando también una de ellas con un celular en la mano y los pequeños vástagos con sus regordetes cachetes sucios de tanto dulce, helado y mostaza. Eso llena los ojos de lágrimas y nos hace valorar la importancia del mall en la unión familiar y de como toda la basura se globaliza en estos tiempos. Obvio que sin mascarillas pues hay que cuidar la imagen para la foto de Facebook.
Entre sus paredes, estamos seguros de la violencia sistemática y legalizada. Sus corpulentos guardias de seguridad velarán por hacer cumplir el orden y las reglas internas de estos centros de desarrollo social. Amablemente nos guiarán por las instalaciones y nos asesorarán en la dirección correcta cuando nos confundamos en nuestra búsqueda del bien preciado por el impulso de compra.
Los malls son la cúspide de nuestras fantasías y realidades metidas a codazos en nuestra mente. Es ahí donde estamos más cerca del primer mundo y, en cierta forma, de los dioses terrenales. Una sensación que percibimos en el aire, la tocamos en los diseños interiores y lo vivimos entre sus paredes de hormigón y hierro forjado por la fuerza de la naturaleza urbana.
Para qué poseer áreas verdes, si en estos feudos nos regalan la libertad de ser nosotros mismos. Pertenecer a una sociedad civil obliga a tomar un puesto en el centro comercial y cada día convertirlo en una tradición del culto de consumir.
Todo pueblucho de Latinoamérica debe poseer un mall en su área urbana, olvidándose de plazas o parques. La gente necesita comprar y no pasearse entre árboles que pueden caerse de viejos o llamar a la fuerza de la naturaleza como la caída de un rayo. El mall es mucha mejor opción para los ciudadanos. Experimentarán ese sentimiento de pertenencia al sistema y sentirán el desarrollo, la seguridad y la cultura por unas cuantas horas. Un regalo de evasión y orden en medio del caos de la calle.
Las masas merecemos ese derecho de consumir hasta la intoxicación y vivir las cosas simplonas de la vida con cimientos de un espejismo.
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