Algunos ven los recientes sucesos en Estados Unidos desde un prisma ideológico. Ven en esos acontecimientos, así como en otros episodios similares alrededor del mundo, una crisis del modelo económico y sus parámetros culturales. Sin ir más lejos, lo mismo escuchamos a propósito del llamado “estallido social” que vivimos en nuestro país, reduciendo el análisis a los efectos del neoliberalismo en nuestra sociedad.
Pero, ¿qué pasa en Hong Kong?, dónde miles de personas se enfrentan al poder central de China (Gobernada por el Partido Comunista) para mantener un grado mínimo de libertad y autonomía, o en Líbano y el mundo árabe en general, donde las banderas de lucha son otras.
Hay otra forma de aproximarse al fenómeno, una más integral y comprensiva de la naturaleza misma de nuestro orden socio-cultural, en la que, por cierto, el modelo neoliberal es uno de los engranajes esenciales, pero no el único.Todas las estructuras de poder están en crisis, y eso va más allá de un sistema económico o una ideología política, se trata de la estructura social misma
Cuando vivimos el emocionante 8 de marzo, no solo asistimos a una manifestación multitudinaria e histórica, fuimos testigos (y protagonistas) del principio del fin de un modelo de sociedad, de un patrón cultural impuesto por siglos, al punto de ser considerado el orden normal o natural de las cosas y las relaciones humanas… somos la generación que finalmente le pondrá la lápida al modelo patriarcal.
Todas las estructuras de poder están en crisis, y eso va más allá de un sistema económico o una ideología política… se trata de la estructura social misma, y por eso no importa si estás en Taiwán peleando contra la opresión comunista, en Nueva York contra la discriminación racial o en Chile contra los abusos y por la recuperación de nuestra dignidad.
Hemos vivido en una sociedad marcada por patrones culturales que normalizan la violencia, que confunden valentía con insensibilidad, que considera debilidad la expresión de emociones, que confunde liderazgo con autoritarismo, que concibe la autoridad como una relación puramente vertical, y la vida misma como una competencia eterna que divide a las personas en mejores y peores, buenos y malos, blancos y negros, y un largo etcétera de categorías que solo sirven para fomentar la discriminación y el odio. Ese es el modelo impuesto desde una concepción patriarcal del mundo y que está haciendo agua por todos lados.
Es una contradicción dirán algunos… ¿por qué si el modelo es el que genera o valida la violencia, la expresión de su crisis es más violencia…? Porque ese mismo modelo o patrón cultural reprime las emociones, incluso las mas básicas y, por tanto, genera las condiciones para estallidos colectivos que pueden incluso derivar en violencia, como una suerte de válvula de escape socio-emocional. Así lo hemos visto en Estados Unidos a propósito de la violencia racial, y así lo vivimos en Chile con la revolución por la dignidad de octubre pasado.
Pero, ¿qué tienen en común estos fenómeno de crisis? Algunos solo ven la violencia, otros el descontento con un modelo socio-económico como elementos comunes, pero la respuesta es más humana, todos afectan la dignidad humana y desentierran las emociones mas elementales de todo ser humano… y también son las huellas de un modelo cultural en crisis.
Pero, ¿por qué son ejemplos de un modelo patriarcal…? Una forma de responder a esa pregunta sería imaginar (o soñar más bien) en un modelo alterno, uno que valore también los aspectos tradicionalmente “femeninos” de la humanidad y preguntarnos si lo que pasa en el país del norte, o lo que vivimos en Chile pasaría o tendría el mismo tratamiento institucional en ese modelo dual e inclusivo… la verdad, cuesta imaginar que en una sociedad que valore las emociones y no las reprima sistemáticamente, que conciba la autoridad en términos horizontales de mayor igualdad y colaboración y no solo una competencia eterna y en que el liderazgo se ejerza con respeto de esos principios básicos, fuera capaz de generar las condiciones para que esos hechos siquiera ocurrieran y mucho menos los normalizara o tolerara si aún así se produjeran.
Como ejemplo paradigmático, en Estados Unidos, tanto la crisis sanitaria como ahora la reacción de la ciudadanía contra la violencia racial, han sido enfrentadas casi como si se tratara de una caricatura del machismo… con prepotencia, amenazas y violencia.
En nuestro país el modelo patriarcal ha normalizado el abuso, la violencia contra la mujer y contra toda minoría, la violencia no solo física, sino también psicológica y hasta social y cultural, normaliza también la discriminación y un formato institucional centralista y autoritario… ¿Un ejemplo reciente? El manejo de la pandemia que enfrentamos ha estado marcado por el autoritarismo y el centralismo, lo que ha redundado en decisiones tardías y descontextualizadas por el desprecio de las opiniones de otros y por la casi pueril pretensión de “competir” por quién tiene mas autoridad, más poder de decisión, por a quién corresponde decidir o no algo, lo que se ve patéticamente demostrado en la incapacidad de atender a las opiniones y propuestas de los alcaldes… El gobierno ha hecho gala de una de las características más odiosas del patriarcado… la concepción vertical del liderazgo y la necesidad imperiosa de “imponer” sus decisiones, de ejercer su potestad sin miramientos y sin considerar alternativas colaborativas o de diálogo.
Este es el modelo que se desmorona a pedazos, esta es la verdadera crisis que vivimos, y que no es sino un anhelado cambio de era, hacia una que devuelva la dignidad a la parte violentada de la humanidad… la femenina. En este contexto se debe entender también el cambio sustantivo en nuestro pacto social y nuestro ordenamiento constitucional, que debe preparar a Chile para ésta, la “otra” nueva realidad.
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