Como bien lo han dicho filósofos de diversas corrientes y tiempos, los seres humanos, somos animales de una naturaleza diferente. Nos caracterizamos por ser enormemente sociales, lo que quiere decir que nacemos con una necesidad permanente por relacionarnos con otros individuos.
Esta característica es la responsable de que como especie hayamos formado comunidades, pueblos, e incluso civilizaciones. Todas estas estructuras sociales se basan en la construcción de un conjunto de costumbres, conocimientos, modos de vida que conforman una cultura.
Y hoy enfrentamos un problema concerniente a la cultura. Se trata de la presencia de una infinidad de culturas que, tal como las placas tectónicas, colisionan, se enfrentan, se traslapan, se mezclan, se pisotean, se imponen, se repudian, se enriquecen, se complementan y podría así continuar con una infinidad de verbos. Me refiero a la multiculturalidad en la cual están sumergidos.
El problema reside en los conflictos que derivan de esta confrontación de culturas. Centrémonos en el problema base: existen dos culturas, que llamaremos respectivamente A y B, las cuales conviven en un espacio común, ya sea un espacio territorial, virtual, económico, moral, o de cualquier otra índole. El inconveniente radica en la hegemonía de la cultura A por sobre la B. La cultura A será la dominante, la que tiene mayor poder por sobre la otra. La cultura B, en consecuencia, desarrolla una necesidad por incorporarse e integrarse, de forma que comienza a asimilarse a su compañera. En este proceso, la cultura B sufre una pérdida de su identidad y de sus riquezas, entregándose al dominio hegemónico. Con la pérdida de estos elementos, la cultural dominada se ve enterrada, esclavizada en un mundo al cual no pertenece y no entiende, lo que conlleva a una multitud de infortunios que podemos ver representados, por ejemplo, en el reciente y actual conflicto mapuche.
En América Latina podemos encontrar numerosas culturas, de forma que el conflicto se magnifica. Creo que no es necesario introducirlos a la cultura hegemónica en este caso: la perspectiva europea y norteamericana se ha instalado en nuestras tierras como superior y dueña de la verdad. Las diferentes comunidades se sienten insatisfechas frente a esta situación, y en algunos casos han mostrado su rechazo contra gobiernos y Estados en favor de un reconocimiento de los pueblos.
¡Piensen en Guatemala! Aproximadamente el 60% de la población es indígena, y aún así deben ser víctimas de la hegemonía occidental, que los obliga a incorporar modelos de vida que desde su perspectiva, son entendidas como adecuadas para funcionar en la sociedad. Uno podría preguntarse quién los ha obligado a cambiar sus costumbres, si como seres humanos, son libres.
La dominación de una cultura se realiza a través de mecanismos que a veces no podemos divisar a simple vista. En el caso indígena, a modo de ejemplo, se ha producido un ataque a la identidad. La cultura occidental, durante su contacto con comunidades indígenas, les ha cambiado su identidad, les ha construido una nueva identidad que se ha encargado de popularizar. Se trata de una identidad infantilizada, inferiorizada, de un indígena bárbaro, que vive en malas condiciones, estancado y perdido. La construcción de esta nueva identidad es expuesta a las masas a través de la educación, de los libros, de las películas, en las leyes, en las relaciones laborales, en la televisión. Lo lamentable de este mecanismo de dominación es su resultado: los propios indígenas, ahogándose en estos estímulos, van adoptando esta nueva identidad fabricada artificialmente, la repudian e intentan despojarse de ella. ¿Cómo? Adoptando elementos de la cultura dominante y perdiendo su patrimonio.
Sin embargo, hay un concepto medianamente reciente y que comienza ser cada vez más utilizado: la interculturalidad. Hablamos de interculturalidad cuando surge esta necesidad de convivencia, de reconocimiento de las distintas culturas.
Volvamos al problema base: las culturas A y B. Evitando la dominación de la cultura A sobre la B, la interculturalidad permitiría la formación de una nueva cultura, que se componga de los diferentes elementos tanto de A como de B, enriqueciéndose en su totalidad. No se trata de preservar la cultura en su pureza original y asilarla del resto para evitar confrontaciones, sino de generar un mestizaje cultural, manteniendo las raíces culturales, pero a su vez incorporando componentes que resulten beneficiosos.
No se trata de generar una única cultura AB, sino que una AB y otra BA, que funcionen de forma horizontal, respetuosa y recíproca.
Hay países que han logrado esta tarea. Un caso emblemático es el de Nueva Zelanda, que ha sabido conjugar la cultura británica y maorí en una nueva cultura neozelandesa, o como ellos le llaman, Aoteaora, proveniente del dialecto maorí. Este modelo nos da esperanzas en cuanto a los problemas tan agudos en nuestra América Latina o en tierras más lejanas, como el Medio Oriente, donde la situación se ha tornado aún más extrema, desencadenando guerras y terrorismo.
Hay una serie de políticas públicas que se pueden aplicar para reconocer las culturas y promover la interculturalidad. Es inconcebible que en Chile haya más de 200.000 mapudungun parlantes y que esta lengua no sea reconocida como parte de las lenguas oficiales del país. Podemos generar escuelas realmente bilingües, en las cuales también hispanoparlantes aprendan lenguas de origen étnico. Podemos incluir en el currículum de contenidos básicos cosmovisiones distintas a las del mundo europeo. No sólo traduzcamos textos del español al mapudungun, sino que escribamos libros en mapudungun con perspectivas que integren ambos mundos.
La educación de nuestro país ha sido cómplice de la construcción de una identidad indígena falsa, formando una concepción estática y segregadora de nuestras etnias, considerándolas como parte de nuestro pasado y no de nuestro futuro. No limitemos a estos pueblos a su pasado: conozcamos cómo son ahora y enriquezcámonos de su cultura, construyendo un futuro junto a ellos, desarrollándonos hacia un mundo más íntegro y más fraterno.
La interculturalidad es una instancia de progreso. No me refiero al incremento del PIB per cápita que nos proponen organizaciones como el Banco Mundial para la superación de la pobreza, sino a una concepción distinta de progreso, construida según las necesidades de los sistemas culturales.
Cambiemos leyes, construyamos escuelas, cambiemos visiones, construyamos futuro, embetunémonos con la diversidad, pues es ahí donde se encuentra la riqueza de un pueblo.
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Foto: jpazkual / Licencia CC
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