Terminó una etapa, dicen algunos. La de las consultas individuales y cabildos para dialogar sobre una nueva Constitución; aquellos convocados por el Gobierno. Un ciclo que, desde distintas miradas, distintos intereses, involucró -según cifras del Ejecutivo- a más de 200 mil ciudadanos y ciudadanas que llegaron a la convicción de que estos espacios también eran cancha para avanzar en una transformación que, tenga el apellido que tenga, muchos buscan. Es el mensaje que se escucha en escuelas y universidades, medios de comunicación, hogares, calles y asambleas.
Para otros, más que una etapa, lo que llegó a su término fue su rol en la tarea. Son quienes constriñen su participación a esta fase particular de un camino al que se ha llamado “Proceso Constituyente”, en lo que se reconoce una loable intención pero que yerra lingüística y políticamente al creer (no sin cierta arrogancia tan propia del presidencialismo) que la discusión sobre una nueva Constitución parte y termina gracias a un decreto emanado desde La Moneda. Porque lo que ocurrió el sábado fue más bien efecto de una ola ya en curso, nacida precisamente de una díscola ciudadanía que se niega a bailar al ritmo de un edicto.En un contexto de empoderamiento social y mayores exigencias de descentralización (que, en la práctica, es distribuir mejor el poder), actores que tomen sus propias decisiones, aporten al colectivo y lideren procesos son fundamentales
Fue el sentido de mis palabras cuando un alto funcionario de Gobierno (no del Estado) en Aysén me extendió una chapita alusiva al encuentro del sábado. Al estilo “supongo que participarás en el diálogo” me convocó a concurrir al proceso de su gobierno. No pude evitar responder “por cierto, aunque hay muchos que están en esto, desde la mirada de una asamblea constituyente, desde mucho antes que Michelle Bachelet les bajara a ustedes la línea”. Y muchos hubo antes que nosotros, también. Porque una tarea superior como esta, la de democratizar cada día más Chile, es intergeneracional. Objetivo que nunca concluirá.
En un contexto de empoderamiento social y mayores exigencias de descentralización (que, en la práctica, es distribuir mejor el poder), actores que tomen sus propias decisiones, aporten al colectivo y lideren procesos son fundamentales. De ahí la contrariedad que se instala cuando autoridades regionales, aun comprendiendo el rol delegativo que cumplen, tienen la obligación de subirse a todo carro que les despachen desde Santiago, casi como autómatas; estén o no de acuerdo, vaya o no en contra de sus convicciones o, incluso, de los legítimos intereses de la región en que viven. Habrá quienes llamarán a ello sentido de Estado/Nación, otros de lealtad política y más de alguno de unidad nacional, mas para muchos no es más que asumirse actores de una obra de teatro por otros escrita, cuyos directores cada cuatro años anuncian desde muy lejos y con bombos y platillos “¡que comience la función!”
El Estado centralista así pensado, se convierte en una verdadera moledora de carne de la independencia cívica. Hoy ronda una duda en muchos: ¿cuántos de los funcionarios y autoridades públicas que participaron en los diálogos constituyentes habrían concurrido de no ser esta una iniciativa del gobierno? Conozco a varios que habrían asistido de todas formas, porque los hemos visto en esta y anteriores administraciones participando en temas sociales y ciudadanos de interés público. Pero existen quienes, de no venir instruido, brillarían por su ausencia. Es, por decirlo de alguna forma, entender el rol en el gobierno no desde la óptica de la función sino desde la funcionalidad. Funcional a intereses, muchas veces, externos a los de la comunidad en que se insertan. No todos, claro está, pero sí muchos, se precisa reconocer.
Pero reflexionar sobre aquello es rol también de quienes asumen hoy tareas gubernamentales. A quienes no somos parte de ellas, nos corresponde además entender que la etapa participativa del verdadero proceso constituyente no terminó este sábado. Y tampoco concluirá cuando se entregue el informe a la presidenta Michelle Bachelet ni cuando se envíe el mensaje al Congreso.
Todos estos son hitos relevantes, claro está. Pero solo son parte de una tarea social y ciudadana que continuará siendo necesaria más allá de lo que dicte una aún cuestionable institucionalidad.
Comentarios
11 de agosto
Si hubiera una Gobierno Central y 15 Gobiernos Regionales semi autónomos,
¿podría haber 15 veces la corrupción que existe en un Gobierno Centralista?
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A la uniformidad de procedimientos que debe existir hoy en el Gobierno Central,
le sucederían innovaciones en los Gobiernos Regionales, seguramente algunas buenas, pero, ¿existirá la posibilidad de que algunas puedan convertirse en un problema?.
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Tal vez sería bueno buscar las formas democráticas y pensadas a nivel país que permitan llevar más que autonomía y poder a las regiones, proyectos…
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19 de septiembre
Comparto con la idea de que el proceso no termina aquí y que finalmente se ha conseguido dar un paso significativo. En lo demás, no hay que olvidar que necesitamos que todos participen, sin descalificaciones.
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