Quizás el desafío más importante que enfrenta la formación ciudadana de nuestros jóvenes reside en la persistencia de una centenaria cultura autoritaria en nuestro país. Si bien es cierto que en las últimas dos décadas hemos experimentado cierta horizontalidad de las relaciones sociales, aun el legado autoritario portaliano y hacendal es hegemónico en Chile. Del autoritarismo no podemos esperar más que resultados funestos: relaciones sociales enfermizas, en las que un sujeto se atribuye la potestad sobre otro como si este último fuera una propiedad exclusivamente suya que no tiene derechos garantizados. El dominio sobre otro crea en el portador de la autoridad una subjetividad específica: desconfianza y sospecha permanente, a la vez que miedo y temor ante una masa desdeñosa de subordinados. Como es de suponer, los efectos de esta cultura de mando no se agotan solo en el sujeto dominante. Por el contrario, este proceso de mando también construye una subjetividad en los dominados, quienes naturalizan las relaciones autoritarias de dominio, las justifican y hasta las aplauden. Trágicamente, el subordinado no logra visualizar otra forma de interactuar con la jerarquía que no sea sobre la base de la sumisión, el respeto y el temor.
Lógicamente, esta cultura centenaria y sus subjetividades asociadas, hacen mella en la dimensión cívica y republicana de todos los sujetos implicados en ella. Por una parte, la autoridad desconfiará de las leyes, las que mirará con desdén y recelo, pues intuirá que ellas obstruyen su autoridad y la correcta puesta en marcha de sus dictámenes. Por otra, el subordinado no se considerara a sí mismo como un sujeto de derechos, será escéptico ante la ley y desconfiará de su cumplimiento. La constante vulneración de sus derechos no garantizados por una ley hecha a la medida de la autoridad, lo hará desafectarse de ella y de sus ordenamientos.¿Cómo desarrollar una pedagogía de la confianza que influya positivamente las relaciones al interior de la comunidad educativa como una antesala de las relaciones entre ciudadanos, en una cultura marcada por el autoritarismo y la vulneración de derechos?
El problema se agrava más todavía cuando esa cultura autoritaria impone unilateralmente el mercantilismo como fundamento de la sociedad actual. Ello, porque el mercado tiende a marginalizar a vastos sectores de la población, los que se refugiaran en una periferia de naturaleza, lejos del estado de derecho, lejos del consumo y de la utopía credit-card, con lo cual, se verán reforzados los estragos del autoritarismo y la sumisión en nuestro país.
Un escenario social funesto que complica el sentido, el propósito y la práctica que realizan las instituciones educativas en lo que ha formación ciudadana se refiere. ¿Cómo desarrollar una pedagogía de la confianza que influya positivamente las relaciones al interior de la comunidad educativa como una antesala de las relaciones entre ciudadanos, en una cultura marcada por el autoritarismo y la vulneración de derechos? ¿Cómo estimular una sana convivencia escolar basada en el derecho, el respeto y el diálogo como instancia esencial para la resolución de conflictos y la búsqueda de acuerdos, en una sociedad mercantilizada y radicalmente verticalista? ¿Cómo potenciar la horizontalidad, la ética comunitaria, la empatía y la fraternidad dentro de un marco socio-histórico post-pinochetista?
Por ello, antes de aceptar acríticamente las propuestas emanadas desde el Estado en relación a la formación ciudadana de nuestros jóvenes, debemos responder estas y más preguntas, las cuales, inevitablemente, nos conducirán a la misma conclusión: el modelo social instaurado por la fuerza (no por el derecho) durante las tres últimas décadas en nuestro país debe ser extirpado, abolido y enviado al museo de la historia.
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