#Ciudadanía

Elquintopoder la hizo (y la hizo bien)

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En enero de 2010 recibí un correo de Enzo Abbagliati invitándome a colaborar a un proyecto que estaba a punto de iniciar  desde la Fundación Democracia y Desarrollo. Se trataba, me contaba en ese correo, de algo “pionero en nuestro país”, “centrado en la conversación para la acción”, “un espacio en Internet orientado a estimular la participación ciudadana”, “abierto de debate y construcción de ideas”.  A lot of words pensé.


Elquintopoder partió sobre metas ambiciosas no porque era “lo que había que decir” sin porque creía en ellas. No es fácil que un proyecto así prospere y de hecho la mayoría no lo hace. Se necesitan conocimientos, recursos, voluntad política, compromiso y construir legitimidad ante la comunidad que se pretende servir día tras día.

Llevo bastante tiempo en el “ambiente” de la participación ciudadana y las tecnologías, y me ha tocado ver algunos éxitos y muchísimos fracasos, todos apelando al mismo lenguaje optimista e inclusivo.  En este caso confieso además que mi primera reacción fue contaminada por mi suspicacia de politiquero: sospeché de una apuesta interesada para ganar visibilidad en la oposición al recién electo gobierno del ex Presidente Piñera.

Hubo sin embargo un par de cosas que me hicieron rápidamente cambiar mi primera impresión y mirar la iniciativa con otros ojos. En primer lugar, había nombres detrás que me daban confianza. Conocía a Enzo hacía años  y me constaba que cuando hacía algo, lo hacía en serio y lo hacía bien. Estaba Clara Budnik, que desde la DIBAM tuvo la visión de impulsar Biblioredes, en mi opinión el proyecto mejor logrado de inclusión digital en Chile y un ejemplo a nivel global. Luego conocería a Marcela, Ximena y Cristián, que vendrían a confirmar que se trataba de un equipo de lujo que tenía las ganas y las capacidades para llevar esto a buen puerto.

Y estaba Ricardo Lagos,  que creía en el proyecto, tenía el calibre intelectual para vincularlo a ciertas tendencias generales de la sociedad y el peso para generar apoyos alrededor. No son muchos los políticos en Chile dispuestos a eso.

En definitiva, había talento, liderazgo y visión.

La segunda razón la proveyó la naturaleza. A los pocos días de recibir la invitación vino el terremoto del 27 F. Aunque vivo en otro país y no lo sentí bajo mis pies, se me hizo evidente que había en Chile un capital social dormido que despierta en los grandes momentos.  Un sedimento de solidaridad social y de responsabilidad cívica importante e  improbable en un país cuyas élites construyeron buena parte de la transición en base a desactivar el debate público y cooptar la participación ciudadana por la vía del clientelismo. Escribí mi primera columna en elquintopoder -muy aburrida y demasiado académica por cierto- sobre participación  ciudadana, compromiso y capital social.

El tiempo siguió su curso. Elquintopoder se fue consolidando, su plataforma mejoró, se cartera de columnistas creció y se diversificó, creció su presencia en redes. Por mi parte, contribuía esporádicamente con una columna u opinando sobre lo que otros escribían.

Y entonces llegó aquel inusual 2011, el de la primavera árabe y los indignados. Y por supuesto, el año de los movimientos sociales y las multitudinarias manifestaciones chilenas. La revista Time que el 2006 eligió como personaje del año a “You” –las personas que estaban cambiando la internet a través de los contenidos colaborativos-  eligió el 2011 lo que parecía ser su consecuencia: los “protesters”, los actores de las manifestaciones de descontento alrededor del mundo, representados por un(a) encapuchado(a).

En todos esos movimientos de protesta había –decían los expertos en ese entonces- un elemento común: el rol fundamental jugado por las tecnologías. Se llegó a hablar de la revolución Facebook para referirse al movimiento que tumbó a Ben Ali y Mubarak y prendió la mecha en Yemen, Siria, Libia y Bahréin, lo que es ciertamente una estupidez y una falta de respeto por los que pusieron su vida en riesgo en esos países. Visto a la luz de los hechos posteriores, las guerras civiles, golpes, represión y ataques terroristas que se desataron en dichos países, todo suena además un poco naif. Las revoluciones jamás son asépticas: muere gente, hay traiciones, y es más fácil voltear un mal presidente que volver a formar un buen gobierno.

En el Centro Internacional de Investigación para el Desarrollo, donde trabajo, empezamos a apoyar investigaciones al respecto en diferentes partes del mundo (Brasil, Túnez, India, Senegal), siempre desde una intuición que era necesario avalar con evidencia: tras el discurso simplificador que equiparaba ciberactivismo con movilización social, habían muchas capas de acción ciudadana y participación política que no estaban siendo entendidas. Es más, las explicaciones totalizantes construidas en esos años por los gurúes de las redes sociales en la academia norteamericana – los Clay Shirky y cia- no daban cuenta de la complejidad y diversidad de los fenómenos que estaban sucediendo en el sur.  Más bien venían a confundir más las cosas.

Mientras tanto en Chile, elquintopoder bullía entre tanta marcha y opinión de una ciudadanía que parecía haberse despertado de súbito –y bastante tarde, convengamos- del letargo de la transición.  Competían en su portada las causas sociales, las explicaciones de lo que estaba pasando, los llamados a la acción. Todo era urgente: un nuevo trato con los pueblos originarios, los derechos LGTB, una nueva constitución, los furiosos ciclistas, la ley de aborto, la reforma educativa, el rechazo a las hidroeléctricas, el grito de las regiones. Todo. Elquintopoder estaba en el lugar correcto en el momento correcto, lo que no es fruto del azar sino de la visión y el empeño.

En ese proceso, durante 2011, una conversación llevó a la otra, y tras muchos intercambios de ideas, ajustes y negociaciones, la Fundación Democracia y Desarrollo y el IDRC se embarcaron en una  investigación para entender mejor este fenómeno (la relación entre el ciberactivismo, el cambio social, el ejercicio de la ciudadanía y el paso al acto), y para entregar a elquintopoder herramientas para mejorar su capacidad de incidencia. Se sumó al proyecto la ONG  Derechos Digitales, que aportó una mirada inteligente y oficio de investigación.  Se realizó un trabajo arduo durante 2 años, del que salieron productos importantes, entre ellos el que creo es el mejor compendio de ciberactivismo producido en Chile hasta la fecha.

Pero más allá de eso, creo que fui yo quien gracias a elquintopoder aprendió –o confirmó- un par de cosas importantes durante estos años.

Que los proyectos de activismo social en red que tienen éxito no operan desde la suspicacia, operan desde la convicción, el talento, la motivación y la visión. Que los buenos líderes son los que dan espacio, dan confianza, dejan trabajar, chicotean los caracoles y ayudan a poner las cosas en contexto y levantar la mirada. Y que elquintopoder tenía y sigue teniendo eso de sobra.

Aprendí que una plataforma social como elquintopoder puede ser abierta, inclusiva, y seguir siendo respetuosa y digna. Que el debate público puede –y debe- promoverse en un espacio a salvo de troles y otras alimañas que pueblan el mundo virtual.  Que si las reglas de la comunidad y los criterios editoriales que se han acordado son claros y  justos, y los llamados a aplicarlos creen en ellos, un espacio así no necesita de la censura para mantenerse limpio ni del efectismo oportunista para construir lectoría.

Que la política –y los políticos- pueden hacer grandes cosas por avanzar ese diálogo en la medida en que entiendan su rol como facilitador y no como objetivo final de un esfuerzo colectivo.  Y que sin embargo, son reacios a interactuar como iguales en el debate público con los ciudadanos de a pie. Quizá un fracaso  fue no lograr que las élites políticas entendieran esto –aún, no perdamos el optimismo- como un espacio de interacción y legitimidad. No es en todo caso algo inesperado ni achacable a elquintopoder: es cosa de ver como usan las redes sociales las élites en general y para darse cuenta que –salvo excepciones- la horizontalidad les cuesta.

Ha pasado el tiempo, y aunque a cargo de la plataforma sigue otro amigo muy querido, he perdido un poco el contacto y no conozco al nuevo equipo. Veo sin embargo que la rueda sigue dando vueltas  y que otros proyectos de la fundación han abierto espacio a  las tecnologías al servicio del diálogo público.

Y vuelvo entonces a reconsiderar mi prejuicio inicial: elquintopoder partió sobre metas ambiciosas no porque era “lo que había que decir” sin porque creía en ellas.  No es fácil que un proyecto así prospere y de hecho la mayoría no lo hace. Se necesitan conocimientos, recursos, voluntad política, compromiso y construir legitimidad ante la comunidad que se pretende servir día tras día.

Cinco años después, elquintopoder puede decir que hizo realidad la retórica cargada de buenas intenciones de  esa primera invitación que recibí hace 5 años. Y lo hizo bien.

TAGS: Elquintopoder Quinto Aniversario

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