Cuando era chica mi mamá nos llevó a mi hermana mayor y a mí a sacar carnet. Yo tenía 12 años y ella 15. Eran los últimos días de octubre y hacía calor. A las dos de la tarde, cerraban las puertas y sólo quedaba esperar el turno. Nosotras teníamos el número 100 y algo. Era fácil saber que quedaban horas. Mientras esperábamos entraron parejas a casarse, socios a ingresar su empresa, recién conocidos a cambiar el auto de dueño.
Mi mamá no tenía almuerzo para nosotras. No porque no pudiéramos pagar uno, sino porque nunca imaginó que la fila sería tanta. Salir a comprar y dejarnos sola, seguro no le pareció opción. Cerca de las 15 horas, cuando el sol cruzaba la plancha plástica del patio donde esperábamos como si nada, y nos llenaba de calor y de sudor, alguien hizo el milagro. Partió por los niños y mujeres, pero luego siguió con todos. Entregó a cada uno un vaso de plumavit y sacó una Coca-Cola, una de esas grandes, y nos repartió un chorro. No recuerdo cuán refrescante fue, pero sí que mi mamá nos miró y dijo: «Este es el pueblo de su País, esta es la solidaridad de Chile. Esto es el Pueblo ayudando al Pueblo».No podemos ser un país donde la gente come según la voluntad del otro. No podemos ser un país que depende de la solidaridad.
Hoy mientras vemos en las noticias la represión contra quien manifiesta su hambre, rabia y desesperación, mientras vemos cómo con grandes focos de luz intentan tapar una realidad, una necesidad, el Pueblo se organiza nuevamente. Porque necesita cubrir donde el Estado llegará con suerte en una semana.
¿Qué se hace en una semana con hambre? Y digo hambre con el peso que tiene la palabra. Hambre de no saber cuándo volverás a comer. No se puede. No se puede pedir a los que el Estado les falló en su rol de garante de derechos básicos, que no quieran mandar todo a la mierda. Yo no soy capaz de pedirlo.
El Pueblo se organiza, moviliza y responde. Pero el Pueblo no puede ser el único que cambia y reacciona. Hacen falta políticas públicas, voluntad política. Hace falta Estado. Porque gobiernos locales y comunidad, ya sabemos que tenemos.
Aquí alguien no hizo su trabajo. ¿Qué pasará la próxima semana?: nuevas rifas, nuevas colectas, nuevas ollas comunes. Sin embargo, seguirá faltando dignidad. No podemos ser un país donde la gente come según la voluntad del otro. No podemos ser un país que depende de la solidaridad.
Mi mamá no estaba equivocada, ese es el pueblo de Chile. El que apoya, ayuda. Es el Chile que salió a protestar desde el 18 de octubre. El que sabe que para el otro “no son sólo 30 pesos”. El que sabe que hay quienes no pueden mantener distanciamiento social en viviendas mínimas. El que reconoce, con vergüenza y rabia, a quien no puede respetar la cuarentena porque debe comer. Ese mismo Chile, ese mismo Pueblo, empático, solidario, no existe porque sí, no “está en nuestro ADN la solidaridad”. Aquí hay un Estado ausente. Y, además, hay culpables con nombre y apellido.
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