Una de las frases más repetidas de los últimos 30 o 40 años debe ser alguna versión de “lo único constante es el cambio”. Ya es un lugar común hablar de la rapidez con que todo cambia en el mundo.
En nuestro país tenemos algunos ejemplos recientes y sorprendentes: En un cierto día, Chile es un oasis dentro de América Latina, en el cual todo marcha espectacularmente bien. Pero a los pocos días el país está en guerra contra un enemigo invisible y poderoso y millones de personas exigen cambios que no llegan.
Hace un mes se prohibía por ley el uso de alguna prenda que sirviera a los ciudadanos para cubrirse el rostro. Hoy se prohíbe –so pena de arresto, escarnio público y enorme multa en dinero—transitar a rostro descubierto. Por decirlo de alguna manera: pasamos desde disparar contra los enmascarados a disparar contra los desenmascarados.
Pero si nos fijamos bien, ahí mismo hay una evidencia de que ese cambio imparable y veloz, es siempre selectivo: no todo cambia. Algunas cosas nunca cambian. Los que sufrían, siguen sufriendo. Los que abusaban, siguen abusando. Se debe detener en el terminal de buses al valdiviano que quiere volver a su tierra porque cree que allá podrá enfrentar a la peste de mejor forma, mientras habitantes de comunas privilegiadas hacen fiestas en sus domicilios o viajan por helicóptero privado a sus casas de veraneo en el litoral.¿No será hora de entender que enfrentamos la alternativa de proteger y cuidar a todos por igual o de continuar encapsulando a las minorías poderosas y seguir sacrificando al resto de la humanidad?
A pesar del cambio constante, algunas cosas nunca cambian. O no se quiere que cambien. Los incompetentes, arrogantes y corruptos siguen conservando un espacio determinante en las esferas del poder. Las decisiones siguen favoreciendo a las cosas antes que a las personas. Las ideologías prevalecen sobre el raciocinio y el buen criterio.
Hemos visto reiteradamente que la negación, la frivolidad, el egoísmo han dado pésimos resultados frente al avance de la pandemia. Este sí es un enemigo invisible y poderoso y ha demostrado ser capaz de penetrar el blindaje que el poder económico provee a ciertas minorías.
¿No será hora de entender que enfrentamos la alternativa de proteger y cuidar a todos por igual o de continuar encapsulando a las minorías poderosas y seguir sacrificando al resto de la humanidad?
La experiencia reciente no alienta al optimismo, pero aun así, por salud mental, vale esperar que la magnitud de la amenaza logrará provocar ese cambio tan trascendental y tan postergado que significará poner a las personas –todas las personas- por encima de los bienes y privilegios de quienes detentan hoy el poder social, político y económico.
La terrible interrogante es: para que ese cambio de verdad ocurra, ¿será suficiente el dolor y muerte generada por esta pandemia, o habrá que esperar todavía nuevos horrores de “estallidos” o pandemias futuras?
Comentarios
23 de abril
Hola, copio esto porque se lee muy interesante …“ Las decisiones siguen favoreciendo a las cosas antes que a las personas. Las ideologías prevalecen sobre el raciocinio y el buen criterio..” ., agregaría algo, ciertas generalidades, digamos caricaturas de la realidad, muy bien envasadas y etiquetadas también prevalecen sobre el raciocinio y el buen criterio, porque si Ud. las analiza bien, concluye que son constructos ideológicos. Se ven feos los escenarios de futuro, pero sea cual sean los resultados, lo único seguro que me parece que prevalecerá es lo que Ud. señala, las ideologías, hay mucha inversión de sus agentes , los activistas ideológicos, y como sabemos, las inversiones se cuidan contra viento y marea.
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