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A propósito de una carta al Presidente, de Warnken

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¡Qué presuntuoso! Primera señal climática de su carta.

Desde luego, su autor no se detuvo a pensar que su autoproclamación como “amarillo”, que se asignó a raíz de la acusación de un tercero, en medio del fragor electoral de hace algunos meses, lo obliga a ser más prudente y a no jugarse por la alteración antidemocrática del proceso constituyente, tal como lo demuestra el tenor de su carta. Aunque el color amarillo no sea garantía de probidad constitucional.

A la primera señal climática se le puede sumar la de catastrofista, y tentativamente, la de haber cometido inexpugnable stultitia, como lo demuestra el hecho de apuntar con desdén a la juventud de los miembros del actual gobierno.


Contrariamente a estas razonables expectativas, el autor de la carta se dirige al nuevo mandatario como si se esforzara en hacerlo comprender que el Apocalipsis está cerca, muy seguro de estar ayudando a despejar del horizonte los peores peligros que se ciernen sobre la nación

Desde su posición ideológica, que el autor de la carta, irónicamente insiste en calificar de amarilla, este se delata como un ideólogo anquilosado en una posición tan pretérita como sus propios anhelos de revivir una Patria histórica ceñuda y parsimoniosa, al citar esos versos  descontextualizados de Lihn; “teníamos toda la vida por delante/ lo mejor era no precipitarse”. El señor Warnken habla del tiempo como si la historia de Chile no estuviera llena de episodios de procrastinación pública y social, con su reguero de olvidos, abandono y despojo, cuando no, lo peor. Lo hace arguyendo políticamente, que los cambios que Chile necesita se pueden hacer en forma gradual y segura. Pero no dice cuáles serían esos cambios. En vez de eso, escribe y habla como un oráculo que dice conocer bien el pasado, y lo sabe reeditar como un sabio.

Por eso, le sugiere al Mandatario que converse con los constituyentes de su sector y contribuya “a que la Convención Constitucional termine bien su tarea, armónicamente, proponiendo un texto constitucional que nos una a todos y no nos divida”. Que principalmente, incida en el abandono de la idea de establecer un Estado plurinacional, concepto que lisa y llanamente él califica como un disparate. Todo esto, pasando por encima de la legítima autonomía de ese Poder Constituyente, y haciendo caso omiso de los procedimientos que este Poder ha hecho suyos, soberanamente, para determinar –después de muchas tandas de discusión–, una etapa de normalización definitiva de los capítulos y acápites de la nueva Constitución, en la propia culminación del proceso. Y, por cierto, dando por posible la inevitable irrupción de rumores y malas ideas que lo nublarían temporalmente, pero sin riesgo de afectar los resultados, puesto que luego de un borrador final, cuidadosamente pesquisado, se tranquilizarán los espíritus hasta desembocar en el referéndum de salida. Eso es lo razonable y lo que esperan los chilenos de buena voluntad.

Contrariamente a estas razonables expectativas, el autor de la carta se dirige al nuevo mandatario como si se esforzara en hacerlo comprender que el Apocalipsis está cerca, muy seguro de estar ayudando a despejar del horizonte los peores peligros que se ciernen sobre la nación. En este punto, y como está dicho, solo podemos concluir que las tareas de la Convención Constituyente se están realizando conforme al plan acordado, con una actitud de alta responsabilidad democrática y apego al derecho.

Luego, y remitiéndonos a uno de los temas que más incomoda al autor de la carta, este no debe olvidar que la esencia de los cambios que se estarían gestando para ordenar el asunto de los pueblos originarios, nace esencialmente de la cuestión de las tierras y los demás temas asociados a ellas, como los derechos que le fueron conculcados y sus consecuencias sociales y económicas, hasta nuestros días.

De modo que, cuando el autor de la Carta al Presidente, sostiene la falacia de que “Chile ha sido siempre una nación plural en cuyo seno han coexistido diversas realidades sociales, concepciones religiosas, lenguas, orígenes raciales, etc.”, su observación no pasa de ser una frase vacía sin sustento real; y esto, porque ninguna de esas coexistencias que cita, tienen su correspondencia en la legislación chilena, como se verá:

Por lo pronto, creemos que estará de acuerdo en que todas esas coexistencias que menciona, se han producido con merma material y espiritual de los pueblos originarios con respecto a la nación chilena. Puesto que “coexistir” se entiende como vivir una existencia plenamente de acuerdo, si no semejante, admitida y aceptada por todos, salta a la vista que para los pueblos originarios, coexistir en términos sociales con el “hombre pálido” (por hombre chileno), es una absoluta incongruencia demostrada por la historia política y social del país; otro tanto ocurre respecto de las concepciones religiosas, donde es evidente la hegemonía del catolicismo impuesto a sangre y fuego desde los tiempos de la Conquista, sin ningún respeto por las creencias de los originarios. En cuanto a las lenguas, por favor, que el ilustrado señor de la carta al Presidente, no insista en esa clase de coexistencia, cuando de todos es sabido que la lengua mapuche nunca existió para la autoridad, ni menos para la educación pública chilena. Ni menos se la apoyó siquiera para enriquecer el mundo interior de los propios niños mapuche. Entonces, de qué pluralidad nos habla el señor Warnken.

Tal como él mismo aconseja al Presidente a no forzar la realidad, obligándola a que calce dentro de la teoría para imponer una determinada visión ideológica; en este caso, él se la ha jugado por imponer la suya, cuya evidencia ha quedado demostrada en la cuestión de las coexistencias de pluralismo comentadas más arriba.

Sin pretender acusar al señor Warnken de malicia, cuando por boca de  Marco Aurelio, se las ingenia para recordar la juventud de los nuevos gobernantes al expresar «¡Qué lamentables son esos pequeños hombrecillos que juegan a ser políticos…”, y concluir exclamando  ¡Mocosos!…”, es posible pensar que la pasión le ha hecho perder ese norte del que alguna vez se ufanó de tenerlo a su favor.  No, no creo que su intención haya sido denostar a nadie, sin embargo, no cuesta mucho discernir la rebuscada astucia de sus argumentaciones, ni tampoco desenredar sus contradicciones.

Probablemente, el señor Warnken nunca pensó en escribir una carta más propositiva, más jugada, conforme a las ideas que lo movieron en el pasado, de acuerdo a lo confesado por él mismo. Quizá si esa habría sido una contribución más sana para alcanzar lo verdadero en las definiciones que se avecinan. Sin miedo.

TAGS: #GabrielBoric Amarillos Convención Constitucional Warnken

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