#Ciudad

La peor de las perezas (o hay vida más allá de los posteos)

Compartir

Hace pocos días falleció Jesús Quintero.  El dato, muy plausiblemente, no debiera ser de interés de nadie.  Por lo menos en este lado del planeta y, más aún, en este pedazo del fin del mundo.  Y así fue, ni en Aysén ni en Chile hubo funerales, banderas a media asta ni panegíricos en su honor.

Falleció Quintero el 3 de octubre.  Tenía él 82 años.  Algo más que la media mundial había ya vivido.  Algunas vivencias tenía.  Murió en Cádiz, en su Andalucía y España natal.  Nada, más allá de la conmemoración por estos días del primer contacto supuestamente oficial entre los pueblos originarios de América del Sur y los europeos, podría vincular a este periodista, director y presentador de la radio y TV hispana con nuestra realidad. Con nuestros intereses.

Hace algunos años Quintero, entrevistador de fuste y excéntrico, conocido en su tierra como “El loco de la Colina”, traspasó fronteras con un monólogo que se despachó sobre uno de los sinos de la sociedad actual: la ignorancia.  Por aquellas palabras, es preciso reconocer, llegué a saber de su persona.  Antes y después de su muerte el registro se hizo viral.

Siempre ha habido analfabetos, pero la cultura y la ignorancia siempre se habían vivido como una vergüenza” partió diciendo hace 11 años en su programa “El loco soy yo”, emitido por Canal Sur 2 de Andalucía.  Lo que siguió fue un torbellino de ideas en contra del orgullo con que algunos y algunas flamean su falta de conocimientos.

El tema no es fácil.

La división entre ignorantes y sabelotodo, cultos y rústicos, doctos e iletrados, se ha utilizado sistemáticamente en distintas sociedades como medio de dominación y control.  De segregación, donde comúnmente han sido los desposeídos los que han quedado a la vera del camino en un ciclo sinfín: al no tener oportunidades no acceden a formación y educación habilitante; al no tener formación y educación, no acceden a oportunidades.  Son los Sísifo de la humanidad, los que no tienen espacio en lo que entendemos por modernidad.

Pero Quintero no aludió a aquellos.  Y lo dejó bien en claro.

Nunca como ahora la gente había presumido de no haberse leído un puto libro en su jodida vida, de no importarle nada que pueda oler levemente a cultura o que exija una inteligencia mínimamente superior a la del primate” espetó.  E hizo el contrapunto con la ignorancia de antaño: “Los analfabetos de hoy son los peores porque, en la mayoría de los casos, han tenido acceso a la educación. Saben leer y escribir pero no ejercen”.

En su reflexión, no quedan fuera los medios: “La televisión cada vez se hace más a su medida. Las parrillas de los distintos canales compiten en ofrecer programas pensados para una gente que no lee, que no entiende, que pasa de la cultura, que quiere que la diviertan o que la distraigan, aunque sea con los crímenes más brutales o con los más sucios trapos de portera”.

Aclaremos, un principio básico de la sociedad libre es que cada uno debe buscar la felicidad a su manera. Tal debiera ser un derecho garantizado a todo evento… si no fuera porque vivimos en contacto con otras personas y con otras vidas.  Porque en el espacio colectivo, en el escenario natural, nuestras particulares opciones pueden afectar a las y a los demás.

Hace un tiempo escribí que ya no me bastaba, como padre, anhelar y colaborar con que mi hijo fuera feliz.  Que me importaba que en esta pesquisa incorporara la necesidad de que los demás también lo fueran.  Satisfacerse a costa -no con- el resto, no es una aspiración éticamente loable.

La vida, la realidad, aunque nos las pinten de colores, son complejas.  Por ello requieren acercamientos complejos.  Y respuestas (si las hay) también.  La idea de que todo se resuelve con pulgar hacia arriba, pulgar hacia abajo, no sólo es irresponsable, también denota pereza.

Todos somos ignorantes, claro está. El conocimiento es demasiado ancho y ajeno para pretender alcanzar la totalidad de saberes, interés que además de iluso sería la muerte de uno de los motores de la humanidad: la curiosidad.  Porque lo perfecto no muta: cualquier movimiento le llevaría a la imperfección.

Pero de aquello no trata este artículo.  Apunta a los conocimientos requeridos para ampliar los horizontes, más allá de nuestro ombligo personal.

En ese lugar-estante donde permanecen los clásicos que nos relatan los dilemas de los de ayer, muchas veces similares a los de hoy.  Algo podemos aprender ahí de los errores ajenos, de antaño, de los que nos trajeron hasta acá.  Porque los clásicos, en el fondo, son una ventana a las llagas siempre abiertas de la humanidad.

En ese lugar-anaquel donde encontramos los debates colectivos de nuestra comunidad, los que nos involucran y afectan.  Para no ser los idiotas del presente, apelativo que en la Grecia original se daba a aquellos despreocupados de los asuntos públicos, sólo enfocados en lo que a ellos beneficiaba.  El individualismo mucho tiene de aquello.

En ese lugar-cobijo donde está la abstracción, la creación personal qué compartir para ampliar las miradas colectivamente.  Donde la comunicación real aparece, la de hacer en común con sentido.

Esos espacios hoy no son visitados y, peor aún, son rechazados por muchos y muchas.  Es, en la práctica, la muerte de la reflexión, sustento del populismo neoliberal.  Para quienes de seguro Gabriela Mistral era floja, Aristóteles un vago, Neruda un ocioso.  Porque no producían riqueza material, sólo se dedicaban a pensar.

A ellos criticó Jesús Quintero: “El mundo entero se está creando a la medida de esta nueva mayoría, amigos.  Todo es superficial, frívolo, elemental, primario… para que ellos puedan entenderlo y digerirlo. Esos son socialmente la nueva clase dominante, aunque siempre será la clase dominada, precisamente por su analfabetismo y su incultura, la que impone su falta de gusto y sus morbosas reglas”.

La vida, la realidad, aunque nos las pinten de colores, son complejas.  Por ello requieren acercamientos complejos.  Y respuestas (si las hay) también.  La idea de que todo se resuelve con pulgar hacia arriba, pulgar hacia abajo, no sólo es irresponsable, también denota pereza.  Una de la que nos alertó Quintero hace una década atrás y que tiene mucha relación con nuestro aquí actual: la pereza de pensar.

0
35

Los contenidos publicados en elquintopoder.cl son de exclusiva responsabilidad de sus respectivos autores.
Te invitamos a conocer nuestras Reglas de Comunidad

Comenta este artículo

Datos obligatorios*