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La filosofía no ha muerto…pero merece morir

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La frase no es mía, la robé o más bien la re elaboré. Le pertenece a la afamada banda Dead Kennedys, cantada en los ochenta cuando el declive del movimiento punk era innegable y aún así la negación era persistente. La situación en la que se encuentra la filosofía desde hace un tiempo hasta esta parte parece requerir algo de ese espíritu rebelde, y no satisfecho de si mismo.

Mucho se ha hablado en el último tiempo sobre el futuro de la enseñanza de la filosofía en la malla curricular de los colegios chilenos. Hace menos de dos años intentó el Mineduc eliminar filosofía del sistema escolar, sin éxito ante la avalancha de críticas. Aun así, volvió a sonar la alarma por la indicación presentada por el CNED respecto de la pertinencia o necesidad de mantener dicha asignatura en el plan de Formación General Común. La guerra está sin duda declarada.


El declive de la filosofía es de mayor alcance y tiene que ver directamente con lo que ella misma ha reconocido como la decadencia de occidente, de nuestra civilización.

Inmediatamente la élite  intelectual y cultural del país salió en defensa de la ciencia incomprendida. No fueron pocos y muchos ilustres entre ellos los que blindaron el pensamiento filosófico. Warnken describió a la filosofía como una actitud de vida, como una posible “filosofía viva” que nos enfrenta a nosotros mismos. Por otra parte aseguró Carlos Peña (junto a Jorge Millas) que la filosofía sería un “pensamiento al limite” que siembra en los que se acercan a ella el “desasosiego”. Ambos, a mi entender, están en lo correcto. Eso que ellos describen no es otra cosa que el modo en que la filosofía se ha descrito a si misma en los últimos siglos: la filosofía no es ni un saber practico, como las ciencias positivas, ni tampoco un conocimiento puramente teórico encerrado en los salones académicos. Su valor no reside en su utilidad, ella es entonces una actitud individual que pone a la propia vida en dirección hacia si misma, que pone la propia existencia ante los ojos.

La crisis de la filosofía no es por supuesto un problema exclusivamente chileno, ni tampoco se reduce al problema de su persistencia en los sistemas escolares del mundo o a su final exclusión. El declive de la filosofía es de mayor alcance y tiene que ver directamente con lo que ella misma ha reconocido como la decadencia de occidente, de nuestra civilización. Nietzsche le llamaba a este proceso nihilismo y M. Heidegger le llamó la época técnica. Esto último significa en pocas palabras que el avance técnico ha puesto en jaque al ser humano. La técnica nos ha robado lo único que nos caracteriza, es decir el poder hacernos cargo justamente de nuestro propio ser. Puesto en estos términos, no está en discusión aquí si la filosofía es necesaria en el aula de clases, sino que si esta es necesaria en general.

Heidegger, tan influyente como controvertido, es sin duda el pensador que de modo más profundo vio la crisis de nuestra época. Él dio a su vez también el mayor testimonio de la impotencia y perdida de poder de la filosofía ante dicha crisis. En entrevista con Der Spiegel, publicada solo tras su muerte, el pensador alemán recalca que ante el abismo que representa la técnica, “solo un dios puede aún salvarnos”. Esa frase, en boca de Heidegger, quien dedicó toda su vida al pensar filosófico y no teológico, debe ser más bien comprendido como un ultimátum, que como una invitación a la fe.

En este sentido, cualquier intento por resarcir a la filosofía, sea por nuestros intelectuales, o por los de otros países y continentes, se enfrentará siempre al mismo obstáculo: el estado de la filosofía no se debe a una mala comprensión por parte de la sociedad de su tarea y alcance, sino que justamente a su propia y más intima imposibilidad de concebir un nuevo camino de despliegue.

De manera acotada diré que justamente en la descripción que hemos dado de la filosofía se haya el problema. La filosofía se ha caracterizado, marcadamente desde Descartes hasta el propio Heidegger por concebirse como una actitud individual, desde cuya base recién es posible comprender algo así como mundo y realidad. El “Otro” aparece en este sistema necesariamente de modo débil y en segundo plano. La filosofía contemporánea ha intentado incansablemente resolver este aspecto construyendo diversos tipos de “alteridad”, pero sin éxito, pues cuando el punto de partida es la radical individualidad del si mismo, toda otredad y comunidad se transforman en formas derivadas de relación a seres “cercanos”, pero infinitamente lejanos o en la reunión tardía de seres absolutos, es decir que no se requieren mutuamente para ser lo que son.

La falta de una comunidad originaria en la filosofía, es decir de una comunidad que incluso se pueda pensar como antecedente del individuo, al menos en ciertas dimensiones de la existencia, es aquello que justamente le impide actuar en nuestros tiempos de perdida de humanidad. Una filosofía que no entiende la comunidad como punto de partida difícilmente podrá entender e influenciar en la esfera de ciertos fenómenos que son de índole claramente comunal como la sociedad, la política, la cultura y la economía entre otros. Ante estos la filosofía del individuo solo puede ser herramienta deslavada para fomentar el así llamado “pensamiento critico”, que finalmente es un modo más elaborado de mantenerse al tanto, pero nunca verdaderamente involucrado en lo que nos compete.

Las razones que llevaron a la filosofía a convertirse en pensamiento de la individualidad siguen operando y los caminos para transformarse en un pensamiento de la comunidad son aún oscuros. En este sentido la pregunta del CNDE parece tener pleno sentido y derecho. ¿Es la filosofía pertinente? Y la respuesta, por muy sorprendente que parezca, es: no. Ella es impertinente, pues no está aún a la altura del reto. Aún. En algún momento el cuidado de la esfera más propia e intransferible del ser humano fue sin duda requerido, pero las tareas a enfrentar son ahora otras. De este modo parece ser que una defensa cerrada del pensamiento filosófico no es de gran ayuda, sino que más bien todo lo contrario. Ahora no es necesario blindar la filosofía, sino que justamente ayudarla a su propia transformación, incluso si esto significa que primero deba morir.

TAGS: #Filosofía #Modernidad

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Juan M.

30 de agosto

Confieso el robo de las palabras que un filósofo de cuyo nombre no me acuerdo profirió:
La filosofía es un poema del alma que corrompe el entorno humano, sea para bien o para mal, es la gota de aceite que contamina el mar de la sociedad.
La profesión o el oficio nos da de comer, la filosofía nos da para vivir.
No por nada las dictaduras, sean del lado que sean, han perseguido a la filosofía porque saben que traen el veneno que horadará su propia tumba.

30 de agosto

Precisamente la filosofía es un modo radical de ser hombre, decía Hegel y por ende tiene que ver con el individuo principalmente, pero ¿es que acaso queremos a las personas transformadas en borregos masa que solo obedecen? Ninguna asociación de personas puede subsistir si no está compuesta por individuos que tengan consciencia de sí mismos y de su propio lugar en el mundo. Hay un individualismo pernicioso, que es el descrito por Tocqueville, pero también está el camino meliorista de un Emerson y el superhombre nietzscheano. Toda sociedad moderna debe estar compuesta de individuos conscientes y éticos y ello no es posible sin el pensar filosófico. Si no, no tendremos más que ovejas controladas por iphones.
La filosofía no es una ciencia, es sui generis y es el saber que clasifica el resto de los saberes, así, por ejemplo, son criterios epistemológicos los que nos permiten saber la diferencia entre una ciencia y una pseudociencia. La filosofía no solo piensa al hombre, sino también al mundo ya la sociedad toda.
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