La movilización del país frente al terrible desastre que lo aqueja implica aciertos y errores, como en cualquier país en el mundo, sea desarrollado o subdesarrollado, tenga más o menos recursos. La experiencia traumática remueve lo más profundo de la vida, genera inmovilidades, produce angustia, paraliza muchas veces y nadie está a salvo de estos comportamientos.
Por lo cual, críticas más, críticas menos, la capacidad de respuesta del Gobierno no es lo fundamental en momentos de angustia generalizada, aunque se desearía que las autoridades hablaran desde los aciertos y también desde los errores y no concentraran tanto su discurso en la autoafirmación. Es mejor hablar desde lo humano y eso finalmente somos, más que gestores y administradores de crisis. Se pierde mucho tiempo defendiéndose de ser más o menos eficiente en las respuestas. Es mejor a veces llorar un poco y seguir avanzando que seguir con ese discurso de que “está todo bajo control”.
Hoy, Chile tiene la gran oportunidad de encontrarse con los aspectos que hacen a nuestro sentir más profundo. Lo que aflora de manera nítida en momentos de crisis.
Por alguna razón que requiere un despliegue de análisis más amplio que estas pocas líneas, los medios de comunicación y el Gobierno insisten en reducir la dimensiones de lo humano, siguen poniendo el acento en lo que pierde la gente y cómo se repone, sigue con un lenguaje constante de la mercancía y su valor.
Nadie podría discutir -y no resiste análisis- que se necesita hoy de manera urgente resolver temas básicos como la comida y la vivienda, pero también hace falta acompañar este proceso con una posición activa de contención, de cercanía. Hace falta estar en todos los lugares del país generando espacios colectivos de solidaridad afectiva.
El ex ministro Velasco, frente a una pregunta de un periodista sobre el dinero que necesitará el país para reconstruirse respondía de manera precisa y sintética: “señores, es el momento de hablar de las personas, no de las cifras”, finalmente algo de sentido común en un momento de angustia, por fin la sensibilidad de los líderes para hablar de las contenciones y de las escuchas y no solamente de las soluciones.
Es simple: hay que ver a esos chicos de 18 años que se organizan y llegan a los pueblos abandonados y destruidos por el terremoto con miles de hot dogs para repartir y ver esos rostros felices de la gente, no sólo porque es la primera vez que comen, sino por la manera que los chicos organizan la comida y el ambiente que crean. Es ver a los llamados Cocineros de Chile haciendo tortas de Curacaví para llevarlas a Curacaví, donde todo chileno ha pasado y se ha comido una de sus exquisitas tortas, algo dulce en momentos tan dramáticos. Es ver a un soldado del Ejército dándole la comida a una chiquita de 6 años en un almuerzo organizado en la plaza de Constitución. Son las dimensiones de lo humano, de la escucha, algo tan importante como recuperar la casa. Es cosa de ver a hombres y mujeres del sur, emocionados en las calles del desastre, agradeciendo la llegada de un poco de comida en los helicópteros del ejército; en realidad están agradecidos profundamente que alguien llegue y les muestre que no están solos.
Esta dimensión tan importante para una sociedad, se pierde, se trastoca con la insistencia abusiva de la restitución material, de las colectas de más y más cosas. Se confunde en un discurso que habla hasta el cansancio no de la gente que hace sino de las marcas que colaboran. Como dice uno y otro enviado especial de la televisión, ”..señora no se preocupe, Líder está abriendo en todo el país..”; “..las farmacias Salco y Ahumada están reestableciendo sus servicios para toda la comunidad..”; “..Soprole llega con leche para todos nuestro niños..”; “..el banco…..”, es interminable.
El cierre más evidente es esta Teletón, que no tiene la capacidad de generar una ayuda nacional sin tener que estar hasta el agotamiento presentando marcas y marcas y más marcas. Todo un país confundido en un marketing de retail, todo un país simbolizado en su ser más íntimo por marcas y más marcas. Hay una confusión, hay una descompensación de algunos que lideran los caminos de nuestra identidad.
Chile no puede sostenerse por marcas y empresas donantes solamente: debe sostenerse y crecer por su gente de esfuerzo y talento; por sus capacidades y sentido de responsabilidad; por su gente de trabajo y entrega, más allá de en qué empresa trabajen, qué auto usen o en qué banco depositen su dinero. El pueblo de Chile no es una marca, ni tampoco una cuota a pagar el próximo mes: es un sentir. El pueblo chileno está conformado por personas, no por clientes; por personas, no por consumidores.
Chile es un sentir irreductible a representaciones del mercado, es una historia de todos, son vidas del día a día, no historias construidas como guiones de comunicación con objetivos publicitarios. Chile es la historia infinita de miles de experiencias de personas diversas, no somos un eslogan, somos una nación y nuestra solidaridad más profunda debe responder a este sentido íntimo, infinitamente lejano a cualquier estrategia de retail.
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