Es paradójico en un país como Chile, cuya tasa de natalidad apenas supera a la de mortalidad, que ve envejecer su población de forma alarmante, que todavía exista una discusión ideológica y tecnocrática que ponga el acento en los mayores costos que esta medida acarreará para la empresa, más que pensar que el fin superior es la protección de la maternidad, y por ende la protección de las generaciones de chilenos y chilenas que están por venir.
En estos días el país ha presenciado a través de las pantallas de la televisión unas discusiones desusadamente coléricas, entre políticos de fuste, que gustan más bien del florete que del hacha vikinga. Por una parte vimos a parlamentarios de gobierno como el místico senador Longueira, el mismo de la inolvidable frase “Jaime me habló”, ahora derechamente devenido en pitoniso, agorero de infinitos males para la República, si acaso llegaba a triunfar en el Senado la propuesta de la Concertación de eliminar el tope de 30 UF, que el proyecto del ejecutivo ponía como techo para poseer un permiso de postnatal de seis meses. Casi con sus ojos en blanco, amenazó ante las cámaras, que ni más ni menos, “este es el comienzo del fin de la democracia chilena”. Así de simple, cuando se trata de incorporar a las personas a los beneficios sociales, en forma universal, en un plano de igualdad, viene el fin del mundo.
El gobierno sufrió una fuerte y presumible derrota. En sucesivas votaciones en el Senado, que se prolongaron casi por veinte horas, obligaron como pocas veces a nuestros legisladores y a los ministros de estado –literalmente-, a mojar la camiseta, y también las finas camisas y casimires, para poder sacar el proyecto dentro del plazo de “suma urgencia” que le había impuesto el ejecutivo. En resumen, del proyecto original del gobierno va quedando el puro nombre, ya que en la parte de derechos sustantivos, se incorporó a un sector más amplio de mujeres, sin discriminar a las profesionales, a las enfermeras, tecnólogas médicas, profesoras, empleadas públicas, etc., y en general a las mujeres de clase media, que el proyecto de La Moneda dejaba fuera.
Se acusó desde palacio a la oposición de demagógica. A ratos venían desagradables recuerdos a la memoria, cuando otro gobernante de la derecha usaba estos mismos epítetos para descalificar a todos quienes no pensaban como él. A una conocida ministra de estado le afloró su explosivo temperamento, y derechamente asimiló a los socialistas chilenos con el renunciado Director Gerente del FMI, Dominique Strauss-Khan, y no quedó claro si lo que se quería destacar era la sofisticada vida que llevaba, hospedándose en hoteles de lujo, o era por las imputaciones con ribetes de escándalo que le han formulado en Estados Unidos.
Seguramente volverán los titulares amenazadores, los agoreros de la crisis económica y del desempleo. Mientras tanto en miles de ciudades por todo Chile, una mujer, muchas veces una adolescente, busca en los servicios fiscalizadores el amparo a su derecho a conservar el empleo, después del embarazo. Sí, porque a esas mismas mujeres, el proyecto del gobierno pretendía reducir la protección del fuero laboral, es decir la limitación del despido sin contar con autorización judicial previa, quería ser reducido para facilitar precisamente sus despidos.
Hace pocos días un empresario decía a propósito del embarazo de una de sus trabajadoras, que ella lo había “amenazado con volver a embarazarse”. ¿Puede alguien creerlo? Lamentablemente no es tan excepcional este tipo de opinión entre nuestros flamantes emprendedores. Peor aún entre nuestros gobernantes existe la idea de que hay que reforzar la flexibilidad laboral, para mejorar la empleabilidad de las mujeres. Nos recuerdan a menudo, que este índice es uno de los más bajos de Latinoamérica no superando el 40% de la masa laboral. Olvidan que la única forma en que una madre trabajadora va a poder continuar desempeñando sus labores, es precisamente si cuenta con la adecuada protección del fuero laboral, permisos de amamantamiento y sala cuna. Introducir discrecionalidad para el otorgamiento de cualquiera de estos beneficios, o derechamente reducir o eliminar la protección contra el despido, va a producir el efecto natural de un mayor repliegue de la mano de obra femenina. En definitiva, si impera la mirada economicista del tema de maternidad-paternidad y trabajo, el gobierno y no la oposición será quien envíe a la mujer de vuelta a las labores domésticas, revirtiendo las conquistas de más de 50 años de los movimientos por la emancipación de la mujer chilena.
No daba lo mismo quien gobierna. En vez de estar protegiendo cada vez más a la mujer trabajadora y a sus hijos e hijas, estamos luchando ahora para que no les arrebaten a las mujeres los derechos conquistados. Muchas mujeres que incautamente creyeron los eslóganes del candidato de la derecha, ahora ven con impotencia como los ministros de estado dicen las mismas cosas que escuchan a sus patrones decirles todos los días.
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