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Transformación social: entre reaccionarios, evolucionarios y revolucionarios

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Dijo el griego Heráclito, hace 2.500 años, que lo único permanente es el cambio. Y tan potente fue su planteamiento, que por centurias se ha enseñado que el mejor ejemplo de su máxima sería la frase “nadie se baña dos veces en el mismo río”.

Tal principio es aplicable a toda organización. Entre ellas las sociedades, que para no morir ni anquilosarse deben ir adaptándose al cambio, siendo su flexibilidad la característica que evita el quiebre al que se exponen si, al contrario, persisten en su rigidez. Y así como hay fuerzas que propenden a la adaptación a las nuevas realidades (en el caso de las sociedades, a las nuevas visiones de sus miembros), existen las que buscan por todos los medios mantener el status quo, la situación tal cual e incluso pasar a estadios anteriores. A ellos, por siglos, se les ha llamado reaccionarios y, en el día de hoy, conservadores.

Entre los que anhelan y promueven el cambio social, primero están lo que buscan vías drásticas y rápidas, porque consideran que el estado de la sociedad es insostenible: por injusto, insustentable o por cualquier otro motivo que lo haga inviable. A éstos se les moteja de revolucionarios.

Pero en las sociedades también están quienes deseando la movilidad no creen que el tránsito rápido sea el más adecuado. Sea porque no les hace tanto ruido el estado actual de las cosas como porque consideran que acelerar los procesos de transformación puede ser riesgoso. A ellos los podríamos llamar evolucionarios.

Todas estas tipologías concurren a las conversaciones y debates de diversa índole que se dan por estos días sobre las movilizaciones ciudadanas de los últimos meses. Pero son los evolucionarios los que más abundan. Gente, principalmente, acostumbrada a vivir la realidad tal cual es hoy, aferrada a la certeza y seguridad que le entrega el seguir avanzando por un camino similar al ya recorrido. La inercia conservadora se mantiene, aunque ven que los cambios son necesarios. Frases como “para qué ser tan drásticos”, “los cambios deben ser graduales” y “no es todo tan malo” adornan esta postura que ve con desconfianza las transformaciones revolucionarias.

Aún así, si hay algo que une a estos dos grupos –revolucionarios y evolucionarios- es anhelar el cambio. En lo que se diferencian es normalmente en la velocidad y, en determinadas circunstancias, en los procedimientos.  Pero en el fondo reconocen que la situación vigente no se puede mantener.

Pero hay que tener ojo. Muchos reaccionarios se visten, consciente o inconscientemnete, de evolucionarios. Usan los mismos argumentos de estos últimos, las mismas razones, pero su fin no es otro que detener la necesaria transformación de la sociedad, sencillamente porque el sistema actual, aunque sea injusto e insustentable, les acomoda. Porque, en muchos casos, se han servido de él. Muchos de ellos cuestionan la polarización de las posturas, tienden al consenso aunque signifique transar derechos y, por ejemplo en política, rechazan los plebiscitos y adhieren a un sistema antidemocrático como el binominal porque privilegia la gobernabilidad por sobre la verdadera representación.

Así es hoy y así ha sido en todas las épocas. Es a lo que se enfrentan todas las organizaciones y sociedades, que deben aprender a calibrar cuándo y cómo cambiar. 

Con todo e independiente de lo que se diga hay evoluciones que aunque muchos no lo perciban, sí son revolucionarias. Y ésas son las culturales, las de las percepciones.  Son las que logran convertir lo normal en anormal. En algo con lo que es preciso acabar.

Es lo que han hecho los universitarios movilizados al convertir el lucro en la educación en un anatema, en un concepto maldito.  Y por cierto que esto tiene un origen lógico, basado en la noción de bien común.  La pregunta de fondo: ¿es legítimo que se lucre con un derecho básico como la educación?  Y agreguemos: ¿con la salud? ¿con la previsión? 

Eso fue lo que pusieron los estudiantes en la mesa. Ellos son los protagonistas de una nueva revolución.

***

Imagen: Man And Woman/Changing Identities (Antoine Savolainen – Stock Illustration Source)

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09 de noviembre

Un detalle en cuanto a lo dicho por Heráclito es que el cambio no depende de los individuos. Y es interesante ver que esa idea de cambio continuo sin depender de la voluntad de los sujetos es una idea que se ha mantenido.

Las sociedades cambian sin depender de la voluntad de sus miembros. Es decir, de manera espontánea y no planificada. Cuando el cambio se pretende de manera planificada, es decir, mediante la voluntad de algunos -que es en el fondo la imposición por fuerza- los resultados pueden ser grandiosos o nefastos, sin depender de los fines. La historia así lo demuestra.

Y ahí es donde, los que llamas evolucionarios, que no confían tanto en la voluntad de los individuos -imperfectos, ambiciosos y corruptibles- juegan un rol importante para promover la templanza ante el cambio. De lo contrario, el fervor revolucionario termina por convertir el proceso de cambios en Saturno, que se devora a sus propios hijos. Y el proceso de cambios termina por convertirse en un nuevo despotismo. Y la historia, una vez más, así lo demuestra.

Por eso no estoy de acuerdo con tu crítica solapada (aunque es vieja práctica) a quienes se considera evolucionarios, y despectivamente a las espaldas, como revisionistas, amarillos, o reaccionarios camuflados.

No estoy de acuerdo, porque tu crítica solapada es la misma que hacían los jacobinos a los girondinos, la misma que hacían los bolcheviques a los mencheviques. Y la historia nos muestra en que derivaron esas críticas. En matanzas masivas, por pensar distinto, por cuestionar algo de lo que los “revolucionarios” planteaban.

El peor error, es dar por sentado que se es dueño de la verdad.

Saludos

09 de noviembre

Primero, Jorge, muchas gracias por tus aportes. Son un incentivo al diálogo y la reflexión.

Dicho esto, en concreto mi crítica no es necesariamente a quienes anhelan los cambios (más o menos rápidos) de lo que consideran injusto, sino en el fondo a la motivación que hay detrás de la contención. Es a quienes se resisten por privilegios personales o de clase, sin preocuparse de lo que viven otros grupos perjudicados por el status quo. Aunque el egoísmo puedes considerarlo legítimo, no lo es en un contexto de sociedad, donde muchos de ellos se benefician del hacer colectivo. Así, el discurso reaccionario a veces se cubre de bien común, cuando simplemente busca mantener la situación tal cual, que ya muchos consideran insostenible. Cambiar el sistema de previsión en Chile, el de la salud y la educación, la forma en que se aprueban proyectos de inversión, es la revolución que muchos buscamos. Pero claro, a quienes no les afecta (o son parte del negocio) no quieren y se resisten, usando la institucionalidad armada por ellos mismos o por sus antecesores. La revolución rompe ese círculo vicioso.

Por lo demás, en ningún momento he planteado que los cambios revolucionarios necesariamente tienen que hacerse por la fuerza (o las armas, si me llevas a ese plano). La seducción es un buen mecanismo también. Al final, para mí que creo en la verdad en la sociedad como hecho cultural más que revelado (por lo tanto, nunca tan verdad), es lograr que un convencido convenza a un segundo, éste a un tercero, y así hasta que los convencidos sean más que los no convencidos. Todo proceso de socialización tiene este principio.

Saludos

09 de noviembre

Estimado Patricio, entiendo el foco de tu crítica, pero entonces, deberías hacer lo contrario a lo que planteaste al instaurar la sospecha sobre los “evolucionistas”, y deberías decir directamente que ciertas castas y grupos privilegiados usan ciertos discursos para mantener el stato quo institucional.

De lo contrario, caemos en una especie de caza de brujas, tal como ha ocurrido, donde se persigue a quienes supuestamente serían enemigos de la revolución o el cambio, por el sólo hecho de enarbolan una determina idea, sin considerar si pertenece o no a una casta o grupo privilegiado (y aunque así fuera).

De hecho, el egoísmo es una condición humana, que ni por decreto o fuerza se elimina. Todos velamos por nuestro bienestar y nos movemos por diversas motivaciones que podrías considerar egoístas.

Por lo mismo, no existe un grupo totalmente altruista versus un grupo totalmente egoísta. Hay individuos diversos, cambiantes.

Como los individuos son cambiantes, el bien común como una totalidad o una idea absoluta es un concepto dudoso siempre, tanto en manos de los que buscan mantener el stato quo como de quienes dicen quererlo. Por eso es necesaria la templanza, para no caer en brutalidades.

Como verás, el punto que cuestiono tiene relación con qué camino toma el proceso de cambios que se está produciendo. Cuestiono el hecho de que das por sentado que la revolución es un proceso cuyo termino es óptimo, pero no hay que olvidar que podemos terminar con un déspota en el poder, de izquierda o derecha, da lo mismo, déspota al fin y al cabo.

Saludos

09 de noviembre

Qué bueno que sacas el tema, Patricio.
Me parece que la diferencia entre revolucionarios o evolucionarios radica en el nivel en que se operan los cambios buscados.
Los evolucionarios tienen urgencia por cambios también, pero cambios que se operen a un nivel espiritual. Los evolucionarios no buscan por ejemplo cambios en la distribución de ingresos como meta y parte de una lista de peticiones. Los evolucionarios buscan una transformación de la conciencia, de modo que naturalmente se producirá justicia, que se reflejaría, entre otras cosas, en igualdad en distribución de ingresos.
A un evolucionario no le interesa participar en una revolución donde los objetivos se definan superficialmente. Interesa una redefinición general y profunda de la relación del humano con su entorno y otras especies. En definitiva el evolucionario cree que la solución está en lo que se llama también amor, esa materia que emparenta a todos los seres. Esa conciencia de parentesco por tanto impide además a un evolucionario por cierto emplear violencia para lograr sus fines. Quizá sea por ello que en ciertos análisis se identifique al evolucionario como conservador, pero el evolucionario tiene urgencia de cambio. Y el evolucionario no tiene método tampoco. Para el evolucionario la política y el arte se dan la mano; la creatividad es su motor; pone en jaque las definiciones al uso, la ciencia le hace las veces de religión… Y eso no es aferrarse a la cultura según la conoció. Aquello de Einstein se aplica: no se arreglan los problemas creados en un sistema desde el mismo sistema.
Me parece a mí. Gracias por el post.

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