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Repensar la salud pública desde la dignidad: Pacientes y democracia

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El día 21, la edición central de CHV noticias informó sobre el caso de la muerte de Eti Troncoso, mujer adulta, asesora del hogar, que falleció atropellada mientras se dirigía hacia un hospital público. El motivo de su viaje fue la búsqueda de alivio a un problema de incontinencia urinaria, un anhelo que llevaba 3 años de tramitación, y que, tristemente, no pudo concretar. El obstáculo que encontró doña Eti no fue diferente del que encaran regularmente otros pacientes del sistema de salud pública nacional. Eso desde la vereda de  los dolientes. 

Desde el lado de los sanadores, cuyo papel han asumido institucionalmente los médicos diplomados en el sistema universitario, hace pocos días, nuevamente un medio de comunicación, CIPER, puso en el tapete una anomalía en su conducta profesional al interior de los centros de salud públicos. Algunos médicos omitirían el registro de su ingreso para hacer uso de sus horas laborales a discreción en perjuicio del sistema de asistencia médica, y, en el fondo, en detrimento de los pacientes.

Estos dos eventos aparentemente se reproducen en momentos distintos y orbitan en torno a dos realidades de mayor espesor noticioso por el trasfondo social-político que acarrean, a saber, la huelga de los comuneros mapuches y el rescate de los mineros atrapados en la mina San José.

Sin embargo, si giramos la mirada, es posible atreverse a subrayar que, tanto el episodio de la paciente, doña Eti, que no alcanzó una oportuna asistencia médica, como el cuestionamiento al actuar de ciertos profesionales médicos, hunden sus raíces en una capa más profunda que escapa a la percepción mediática, pero que forman parte del día a día de una mayoría de chilenos/as para quienes el desequilibrio entre ser lo sano y lo mórbido puede marcar sus vidas para siempre. De hecho, la muerte de Eti Troncoso, así como la informalidad profesional que ha hecho noticia, no constituyen novedad alguna en el terreno hospitalario público, puesto que históricamente la enfermedad, crónica o aguda, en muchas ocasiones, ha sido más amiga del silencio que teje la indiferencia alrededor del enfermo y su dolencia.  

Como toda lectura crítica de nuestro entramado social, estimamos necesario subrayar que los casos citados deberían situarse un par de escalones más arriba en el espacio que la opinión pública ha asignado para discutir un tema que, aquilatado en perspectiva histórica, desde fines del siglo XVIII,  forma parte de los derechos sociales que alimentaron y alimentan la fisonomía de las democracias modernas.

Desde la década de 1920, fue el Estado chileno quien lentamente, con avances y retrocesos, generó una institucionalidad para que la gran mayoría de la población pudiese acceder a los beneficios de la ciencia médica. Naturalmente, dicho esquema, con deficiencias crónicas como su déficit presupuestario, fue seriamente trastocado a partir de 1980 cuando, desde el “laboratorio” económico liberal de la dictadura militar, se estimó, utópicamente, que el mercado debía ocupar un lugar central al momento de satisfacer las demandas por el “bien de consumo” en que se convirtió la salud.  Con la restauración de la democracia, se ha pretendido hasta el día de hoy reequilibrar el sistema que asistencia médica en el cual, tanto el “sector público” y el “sector privado” (medicina empresarial) juegan sus fichas, a través de la cooperación y la competencia. No obstante, en todo ese proceso, el paciente ha sido más objeto que sujeto.

Los episodios que, para nuestro pesar, encarnan doña Eti y los “médicos sin control”, nos permiten reposicionar la realidad de sanar y enfermar que como vivencia humana, suelen no ocupar los primeros lugares de la jerarquía de prioridades que conforma la opinión pública. Predominan discusiones sobre tal o cual porcentaje del P.I.B, algunas inversiones hospitalarias, los paros sectoriales de rigor, las campañas sanitarias, el monto de tal o cual copago, los alambicados planes de ISAPRES, la última maravilla de la tecnología médica, etcétera.

Desde el punto de vista de la dolencia y de la dignidad del ser humano en el ejercicio de sus derechos,  es quizás que aflora la gran deuda de la Salud Pública chilena, la cual no apunta a la falta de recursos económicos, sus posibilidades de cobertura o la carencia de especialistas, sino que más bien alude a la postergación de la sanación de los “dolores de la modernidad” que encierra cada hospital o consultorio de nuestro país, y que cada paciente, en mayor o menor grado, o cada profesional o técnico que compone el cuerpo clínico (medicina, enfermería, laboratoristas, paramédicos, auxiliares) ha vivido en carne propia alguna vez.  

Nunca ha sido fácil ser enfermo, pero tampoco lo ha sido ser un sanador profesional.

Tal vez sea momento de iniciar el largo proceso de sincerar y remodelar nuestra percepción social de la salud y la enfermedad y el sitial que les corresponden en una comunidad democrática hoy por hoy. Y reconocer que la medicina es un asunto tan complejo que, paradójicamente, escapa a las capacidades de los individuos tradicionalmente encargados de velar por ella: los médicos.

En la década de 1970 Ivan Illich denunció a los cuatro vientos la expropiación de la salud en que había incurrido arrogantemente la biomedicina. Quizás ese juicio no sea cabalmente aplicable en el presente en razón de los esfuerzos críticos que varias comunidades médicas han venido realizando en orden a remodelar los paradigmas que guían su saber y su práctica, tratando de incorporar la visión interdisciplinaria o intercultural, acciones que de algún modo enseñan que existe conciencia que algo no se hizo bien en el siglo XX.

Otra cuota de responsabilidad, ciertamente, recae en el “paciente-ciudadano” mismo, sobre todo en lo atingente a los autocuidados de su corporeidad y en el ejercicio informado, directo, responsable y no tutelado de sus derechos frente a los poderes públicos y gremiales.  Y, en forma de autocrítica, es imperativo considerar que si la Salud Pública posee una deuda para con el paciente, que no se mide en pesos ni dólares, sino que en dolencia, dignidad y dolor, es un  compromiso que nuestra sociedad democrática debe saldar, puesto que el fenómeno de la salud y la enfermedad tiene la virtud de borrar de desencajar nuestras modernas miradas racionales.

Responder a la pregunta sobre qué medicina queremos, entre quienes conformamos esta comunidad llamada Chile, puede ser un buen punto de partida. La biomedicina ha hecho el papel que la sociedad le confirió a la ciencia desde el siglo XIX, pero tiene limitaciones, muchas de las cuales desnudan dramas humanos ligados a la pobreza, a las discriminaciones, a la ignorancia y a la indiferencia social. Eti Troncoso fue un vivo testigo de esa merma. Ella no contó el respaldo de una red social, ni con el apoyo de algunos twiteros y sus miles de followers, ni poetas, ni actrices, ni premios nacionales de algún arte en particular, ni modelos, ni opinólogos, ni médicos-parlamentarios que hicieran eco de su dura vivencia. Quizás no tendrían por qué haberlo hecho ya que aún la salud y la enfermedad son más miradas como un evento biológico, que incumbe exclusivamente a un cuerpo profesional especializado, antes que una experiencia humana. Del dolor de Eti, solamente su familia fue testigo.

Mientras tomamos esa decisión, Eti Troncoso ha alcanzado poner fin al calvario en el que se transformó su diario transitar en busca de un alivio que a la postre llegó, pero a costa de su dignidad. Y en plena democracia.

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Foto: Diegosaurius Rex / Licencia CC

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Comentarios

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gabmarin

01 de octubre

Marcelo, interesante reflexión la que nos planteas. Estoy de acuerdo con lo que indicas, pero no me queda claro que es lo que propones para poder llevar adelante esa nueva manera de mirar el derecho a la salud desde la óptica del paciente. ¿Cómo se construye la respuesta a la pregunta qué medicina queremos garantizando que la visión de los pacientes esté presente?
Saludos.

01 de octubre

Me sumo a la consulta de Gabriela.

Uno se imagina una gran mesa de diálogo, en la que todas las partes interesada en la salud en Chile se sientan a lograr un gran acuerdo, en la que todos declaran que el paciente es el centro. Pero, ¿quien defiende el paciente en esa conversación? El Estado -que debiera ser el defensor del paciente- estará defendiendo sus propias lógicas; los gremios de la salud sus propios intereses -sin duda, legítimos-, los empresarios sus necesidad de asegurar cierto margen de utilidades -también legítimo. Pero, ¿y el paciente? En realidad, ¿y la ciudadanía?

La debilidad de nuestra sociedad civil, brutal en casi todos los ámbitos, me parece que en este terreno es total. ¿Nos interesa nuestra condición de pacientes de manera permanente o sólo cuando nos enfrentamos a ella? No es extraño que sean las agrupaciones de consumidores las que normalmente tienen mayor capacidad de acción, ya que la experiencia de la compra es permanente y todos somos, en algún momento del día, consumidores.

01 de octubre

Marcelo, estupenda columna. Creo que has dado en el clavo. Acá los conceptos clave no son sólo eficiencia, horas rendidas, número de atenciones. Son, también, poder, abuso de poder, dignidad y atención integral. La relación que establece una persona en situación de vulnerabilidad con quien puede sanarle, es, aunque pueda ser fugaz, una relación íntima. En este sentido, implica, más que una simple transacción, un acto de confianza. De confianza en el sujeto (médico) y en el servicio que me atenderá.

La dimensión relacional de la medicina implica reestructuraciones en torno al sanar de una manera integral que resguarde la salud, la vida y la dignidad de quienes requieren atención en momentos tan duros. Ojalá desde las políticas públicas seamos capaces de comprenderlo e implementarlo, más allá de las cifras contables. Algo así ya se está haciendo con el proceso en la salud pública de acompañamiento del embarazo, pero sin duda hay muchísimas otras tareas pendientes.

Gracias por esta lúcida reflexión.

01 de octubre

Pues, aprovecho de replicar los aportes y comentarios de Gabriela, Darío y Ximena. Pienso que al plantear la redifinición de la medicina a partir de la convocatoria de sus actores, es un paso para reposicionar la forma en que comprendemos la enfermedad y cómo logramos garantizar el acceso público a la sanación. De esa forma, además, se libra de una responsabilidad que sobrepasa hace décadas a la comunicdad médica, y cuyas consecuencias se palpa actualmente es los pabellones de nuestros hospitales.
El otro paso es insertar este proceso en la institucionalidad pública, entendida, -creo yo- como el espacio donde distribuimos las formas de sanación y sus derechos respectivos. La integralidad, como Ximena señala, es un factor a tener en cuenta.
Necesariamente, estimo, se requiere de una renovación de los que se denomina política pública, pero que atienda la voz de los principales recpetores de aquellas:los pacientes. Cómo sostiene Darío, ¿quién asume esa defensa? Buena pregunta, porque el doliente es el menos indicado para «exigir» una acción concreta. Corvisat, gran médico franacés, dijo que «en el lecho del enfermo desaparecen las teorías.» Pues, me parece que el protagonismo le corresponde a los ciudadanos(as «sanos» aún. Actualmente hay un proyecto de ley sobre derechos de los pacientes que duerme, silente, en el Congreso. Quizás sea el primer escenario parta aterrizar. La salud pública tiene su propio «peso de la noche». La tarea es dura, pero por algo hay que empezar, convenciendo.

02 de octubre

Estoy de acuerdo con el artículo (habria que ser un ignorante para no estarlo).
He visto esos casos de cerca.

Saben? creo que un gran problema es que las instituciones de salud están administradas por médicos, Y hasta donde sé ( y creo que ellos lo demuestran al cien por ciento) un médico no sabe de administración.
Es facil llegar tarde, irse antes e inventarse horarios de trabajo en la salud pública si el hospital está mal administrado. Manejar mal ( sea adrede o no) los recursos asignados y ofrecer un trato a los pacientes que dista de ser óptimo pueden ser consecuencias de una mala administración.

bueno, es solo una idea personal

Saludos 🙂

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