Creo que el único mérito de la experiencia escolar es haber sobrevivido a ella física, moral e intelectualmente. Es por eso que no podemos confiar en los criterios de instituciones como los colegios para seleccionar a personas que puedan continuar con la educación superior, al menos no hasta que no tengamos una educación decente.
Como una forma de igualar las oportunidades para el ingreso a la universidad, se le ha dado mayor ponderación al ránking de las calificaciones de la educación media y hay voces que hablan incluso de eliminar la PSU y de transformar este indicador en el único criterio para ingresar a la educación superior.
Más allá de lo que puedan indicar todos los guarismos y estadísticas, no veo qué relación pueda tener el sistema escolar chileno con el sistema universitario. Mi graduación de cuarto medio fue uno de los momentos más felices de mi vida, igualado tal vez solo por el día de mi boda o de mi primer beso. La razón de tal felicidad fue la liberación del sistema opresivo y asfixiante que era la enseñanza media.
Estuve en un colegio privado de provincia que, pese a su lejanía de la metrópoli, estaba entre los primeros veinte del país. A ese colegio le debo el inglés que me permitió un posgrado en los Estados Unidos, sin embargo, su excelencia era un indicador que resultaba de la comparación con el resto de los patéticos establecimientos del país.
Como la mayoría de los colegios de Chile, era un colegio cárcel del que no se podía entrar ni salir cuando uno quisiera, en el que había que llevar el mismo uniforme todos los días, algo cuya utilidad nunca he podido comprender. El colegio me inculcó valores tales como el cabello no debía tocar el cuello de mi camisa celeste, para ello una paradocente se encargaba de vigilarnos todos los lunes.
Salvo honrosas excepciones, era evidente que en muchos de los profesores la educación no había sido su primera opción al momento de postular ellos mismos a la universidad; uno de mis profesores, el del ramo que en aquel entonces se llamaba Ciencias Sociales, era también estudiante de derecho. Las clases casi siempre consistían en una repetición torturante de la materia ya escrita en los libros de texto, esto producto de que siempre había algún alumno que no entendía o que le costaba, ante lo cual todo el curso debía soportar la repetición abrumadora de la materia una vez más. No existía la posibilidad de salir o no asistir a la clase. La tortura debía ser soportada por todos por igual.
Mi colegio era laico, sin embargo, los profesores enfatizaban valores cristianos en las clases de orientación sin importar que uno no compartiera dichas creencias. La protección de la virginidad era uno de los pilares de nuestra educación valórica, sobre todo la de las mujeres. Sin importar que el profesor jefe fuera evidentemente homosexual, se nos enseñaba que tal tendencia era un desorden, aunque nunca estuvo claro si era un desorden moral o mental y se nos decía que la masturbación era un vicio que podía conducir a él, con lo que se sembraba la culpa por una conducta que, según los informes Kinsey, comparte cerca del noventa por ciento de la población norteamericana que, en este sentido, no debe ser muy diferente de la chilena. A todo esto se sumaban los timbres, la formación en filas y, en los tiempos de dictadura, la ceremonia fascista de los lunes que consistía en izar el pabellón y cantar el himno nacional, cosa que creo que actualmente, por suerte, ya no se hace. En mi colegio de provincia, se sumaba además el desfile de una vez al año que, afortunadamente, fue suspendido muchas veces por la lluvia. Esto, sin embargo, no evitaba los ensayos para dicho desfile, que parecían durar una eternidad.
Fuera de los inconvenientes que generaba la autoridad escolar coercitiva, el bullying era un problema aparte. Sacarse buenas notas no era precisamente bien visto por los compañeros y en mi caso personal, esto unido a la escritura de poesía y mi falta de aptitud para los deportes era el equivalente a tener un letrero que decaía “péguenme” —sin contar con el el inmortal 4,0 en Educación Física que bajó todo mi promedio a 5,9, con desastrosas consecuencia para la ponderación NEM de la Prueba de Aptitud Académica de entonces. Creo que el bullying reforzaba el condicionamiento de la autoridad escolar en el sentido de anular cualquier tipo de diferencia y uniformar conductas y sentires al sentir mediocre de una mayoría mediocre. Solo esto explica que la autoridad nunca tomara medidas serias para evitarlo, además de que existía el mito de que aprender a defenderse templaba el carácter. Tal vez muchas de las causas de la violencia intrafamiliar deban ser buscadas allí.
El colegio era para muchos la fuente de un estado de angustia permanente que, en mi caso, terminó cuando ingresé a la universidad, siendo que, pese a venir de un colegio excelente, la presión de adaptarse a tener que estudiar verdaderamente y a hablar un lenguaje académico era mucho mayor. Con todo, luego de unos meses, me transformé en uno de los mejores alumnos del pregrado, en donde además hice amigos y relaciones personales, muchas de las cuales me acompañan hasta el día de hoy. Siendo que la experiencia escolar fue una pesadilla, añoro mi experiencia universitaria, de pre y posgrado, en Chile y el extranjero; al punto de que es posible que continúe hasta el doctorado, cosa que en su momento no pude hacer por razones completamente extra académicas.
Es por estas razones que me parece necesaria una forma de selección para el ingreso a la universidad que sea completamente independiente del colegio. En los Estados Unidos, además del SAT —que es la PSU gringa— y de otros tests estandarizados de selección como el GRE, GMAT y TOEFL para los extranjeros que tenemos el inglés como segunda lengua, las universidades evalúan mediante ensayos que los alumnos deben escribir y entrevistas que tienen por objeto descubrir la verdadera vocación del postulante. Creo que el único mérito de la experiencia escolar es haber sobrevivido a ella física, moral e intelectualmente. Es por eso que no podemos confiar en los criterios de instituciones como los colegios para seleccionar a personas que puedan continuar con la educación superior, al menos no hasta que no tengamos una educación decente.
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Comentarios
05 de diciembre
Mi peor pesadilla es que estoy a punto de conseguir algo y me dicen «no, ud no termino un ramo del colegio» y tengo que volver al cuarto medio. Y lo peor es que el ramo que tengo que hacer es Tecnicas manuales… NO, TEJIDO NO!!! odiaba tejer, odio tejer, odio que las puntas del palillo se entierren en mis dedos y se me formen ampollas, odio los puntos que se me corrieron, que me quedo mas flojo, que me quedo muy apretado… Odio tejer. Y odio marchar, nunca entendi eso de «talon, punta, izquierda, izquierda, izquierda derecha izquierda» asi que el 21 de mayo era un via crucis para mi. Y odio el Mes de Maria. Nunca, en los años que estuve en colegio catolico, le achunte al mes de Maria, asi que nunca llegue con flores y por eso siempre me retaban.
Sali feliz del colegio. No tuve una «amarga experiencia» traumatica ni nada, siempre fui muy buena alumna porque tuve una mama que me enseño desde pequeñita el habito del estudio, no tuve particularmente problemas con mis compañeros. Pero sali feliz del colegio y lo primero que rompi cuando termino todo fueron los palillos del infierno 🙂
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